MAXIMILIANO CORRALES
MAXIMILIANO CORRALES
Ernesto Hernández
Norzagaray
No lo conocí, pero quizá nos
cruzamos alguna, o muchas veces, en el pasillo peatonal de la continuación de
la calle Carnaval; quizá, también, nos atravesamos cualquier tarde entre el
bullicio y las notas de blues de la plazuela Machado; no menos improbable que nos
hallamos cruzado en alguna de las calles del Centro Histórico o en la zona de
Olas Altas o mejor, lo vi, sin identificarlo, durante la presentación de alguna
de las obras asombrosas de la Compañía Delfos en el TAP; lo que si se, es que
no era ajeno a la vida rutilante del puerto, era un activo valioso de la
actividad cultural del puerto, ahora lo sé más, que nunca cuando tus compañeros
hablan de Maximiliano como una persona creativa y comprometida con su arte. Con
las escenografías que nos ofrece Delfos que alguna vez dijo a través de sus
directivos: “Mazatlán no nos escogió a nosotros, nosotros escogimos a
Mazatlán”. Y que bueno, porque la llegada de Delfos, representa un antes y un
después de la danza contemporánea en el puerto. Mejor, todavía, parafraseando a
Henry Miller quien alguna vez refiriéndose al poeta francés Arthur Rimbaud, dijo
de ese genio que a los 20 años había escrito todo lo que sería su obra:
“Rimbaud salvo a la literatura, a mí me salvo la literatura”. Y eso, estoy
convencido de que las artes salvan a los que deciden transitar por ese camino
de retos, sacrificios y desafíos. Se lo he escuchado decir a profesores y
alumnos que han decidido a dar ese paso muchas veces viniendo de hogares donde
no hay una tradición, un libro, una conexión a internet. Mucho menos para pagar
una colegiatura y hacerse de los arreos básico que exige la disciplina
artística. Pero la voluntad es más poderosa y ahí van esos muchachos, luchando
contra las carencias, pero con sus sueños, como alguna vez los tuvo José Limón.
Dando pasos en firme, construyéndose un futuro, animando a otros a dar ese
salto al arte. Saltando del barrio popular a los escenarios luminosos que
culminan frecuentemente en un concierto de aplausos y abrazos. No se cuál fue
la trayectoria de Maximiliano más allá de los comentarios que circularon en las
redes sociales. En el minuto de silencio que se le brindó en el TAP. Pero me
bastan por esas expresiones saber que ese chico de 27 años era grandioso. Orgullo
de sus padres y amigos. Porque había decidido dar el paso. Comprometerse con la
disciplina exigente de Delfos. Y de ahí, una vez cumplido, volar a lo alto. Se
podrá decir que no fue muy lejos, que solo fue a Culiacán, pero quienes así lo
interpretan, no pueden negar que en el mundo de las artes escénicas el espacio
es otra cosa. Es como el tiempo. Es lo que el artista ponga en esa canasta
mágica, que no puede ser otra la que se desprende del árbol del oficio y la
sensibilidad. Y la distancia solo es inteligible en la creatividad. Y, por todo
ello, la desaparición y muerte de Maximiliano duele, y duele mucho, Sinaloa ha
perdido a un gran joven, y por él deberíamos estar todos tristes, pero también
molestos y exigentes. Agraviados, nos arrancaron a un artista, que estaba por
dar lo mejor de sí. ¿Qué hay detrás de su muerte? Hasta ahora poco sabemos. Y
las aguas del río Culiacán son mudas. Fluyen silenciosas dejando más
interrogantes que certezas. Es tiempo de la autoridad que brinde información
confiable. Lejos de las rutinas del carpetazo que corre el riesgo de convertirse
en rutina como lo decíamos en el caso de Aimé, la reina de la Ciruela en la
histórica sindicatura de Aguacaliente de Gárate. Del olvido por decreto. Y
nosotros, los que sentimos como propia la muerte de Maximiliano nos queda para
recordar un fragmento del poema de Lord Byron: “¡Acuérdate
de mí!… Cerca de mi tumba/no pases, no, sin darme una oración/para mi alma no
habrá mayor tortura/que el saber que olvidaste mi dolor”.
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