EL MUSEO Y LA CALLE EN EL 8M
EL MUSEO Y LA CALLE EN EL 8M
Ernesto Hernández
Norzagaray
El Museo de Arte de Sinaloa
estaba bien vestido, lleno, pletórico, exultante, inundado de mujeres de todas
las edades que iban acompañando a las 46 mujeres a las que el gobernador entregaría
un reconocimiento por los servicios prestados al estado fuera, este, en el
deporte, la empresa, la cultura, la ciencia, la lucha social, la inclusión, las
profesiones y hasta reconocimientos post mortem para las que dejaron un legado.
Bien este esfuerzo de
reconocimiento a las sinaloenses de antes y ahora, de acuerdo con una óptica necesariamente
feminista, permite al gobernante vestirse y venderse como políticamente
correcto aun, cuando, la estadística negra pareciera querer echar a perder este
homenaje en vivo y a todo color y negar este esfuerzo de sinergia, mediático,
que aspira a dejar pegatinas en el imaginario colectivo.
Pero, en tanto sabemos si lo
logra, quedan las selfis con sus abrazos y sonrisas de autosatisfacción. Y es
que el reconocimiento saca a muchas de ellas del anonimato y la sensación de
olvido, de la falta de visibilidad pública porque, si bien muchas de las 46 son
conocidas, el resto para la media apenas existen.
No se explican el reconocimiento,
aplauso y abrazo, el apretón de mano cargado de emociones, donde se les identifica
como alguien importante para el estado de los once ríos y donde el discursante principal
fue el gobierno. No podía haber espacio para las voces críticas y es que se
hubiera caído el telón.
No obstante, nunca faltan las y
los aguafiestas, que sirven de contraste y nos regresan a la maldita realidad.
Y es que en las calles
sinaloenses solo vimos a jóvenes de aspecto sencillo que cargaban sus
cartulinas escritas seguramente con la ira que provoca la incapacidad del
gobierno.
Aquella de no poder garantizarles
el principio constitucional de la seguridad pública y al no poder brindar lo
mínimo las deja expuestas a las agresiones físicas, verbales, las violaciones
sexuales, los feminicidios y, algo peor, la revictimización que ocurre
frecuentemente, cuando golpeadas y ofuscadas, buscan en las estaciones de
policía, la procuración de justicia y se encuentran con la expresión, la mirada
de los agentes de: “algo hiciste”.
Acaso no dice nada que mientras
las mujeres galardonadas recibían sus reconocimientos -por cierto, un marquito
negro con un texto de machote- se iban satisfechas a su lugar para ser testigo
de una rutina nombre, pasarela, aplausos, apretón de manos, palabras,
seguramente, repetidas a cada una de ellas, sonrisas, aplausos, vuelta al
asiento y al anonimato de la masa, por ciento, hasta donde alcanzó a ver en la
prensa, en el Museo no hubo una sola palabra de sinergia con los reclamos de la
calle.
La calle con mujeres sin rostro
público, sin otro reconocimiento que aquel dado por sus pares cuando subían el
tono de sus reclamos a ese gobierno que estaba otorgando reconocimientos sin
satisfacer en lo más mínimo demandas que lastiman a las mujeres y sus familias.
Los colectivos feministas pusieron
en el centro el tema de la inseguridad, el secuestro, las desapariciones y los desplazamientos,
forzados como lo reflejan las consignas de la marcha: ¡Hoy no estamos todas!,
¡Justicia por Lydia!, ¡Nos falta una!, ¡Ni una más!...
Había sentimientos impotencia, de
rabia y desesperación en los rostros de las miles de mujeres que se
manifestaron en Culiacán, Mazatlán, Los Mochis, Guasave y más allá, quizá en el
silencio de los hogares o centros de rehabilitación, que se yo, lo cierto es
que el tema de las mujeres violentadas está ahí en las calles, en los gritos,
en las consignas, hasta en la violencia contra monumentos y figuras
emblemáticas, que algunas de ellas ejercen como una forma de hacerse ver,
alcanzar visibilidad así sea efímera, momentánea, brutal, para hacer ver el
abandono, la ineficacia, la falsedad, la simulación de los encargados políticos
y quienes procuran justicia.
Todas estas mujeres, las del
Museo y las de la calle, son sinaloenses, solo que hay una gran diferencia entre
ellas, las primeras satisfechas de sus logros profesionales que sin duda deben
ser muy merecidos y las “desconocidas”, las de la masa, que capturó la calle,
las que sienten más cerca la violencia y han decidido abandonar el miedo para
mezclarse bajo el techo de una frase: ¡Ya Basta!.
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