EMMA Y LOS SINALOENSES
EMMA Y LOS SINALOENSES
A los lectores de Sinembargo.mx,
nuestros mejores deseos
para 2022.
Ernesto Fonseca, Rafael Caro
Quintero, Jesús Aguilar Padilla, Mario López Valdés, Lucero Guadalupe Sánchez
López, Héctor Melesio Cuén Ojeda, Emma y Nacho Coronel, Joaquín El Chapo Guzmán
y sus hijos, Ismael Zambada, Amado Carrillo Fuentes, Héctor Luis Palma Salazar,
Arturo Beltrán Leyva, Damaso López Núñez, Vicente Carrillo Fuentes, Juan José
Esparragoza Moreno, Ignacio Coronel, Manuel Garibay, Manuel Garibay Jr.
Son algunos de los nombres de
sinaloenses que aparecen en el libro de la valiente Anabel Hernández: Emma y
las otras señoras del narco (Grijalbo), y ninguno, es para exaltar sus
buenas obras, si no, cada uno, como parte de una gran tragicomedia que asola la
República y en particular, nuestro estado, que frecuentemente está sujeto al
ritmo que le imponen este tipo de personajes y sus intereses.
Y es que Anabel Hernández hace
una labor de filigrana periodística y, en esa búsqueda incesante de localizar
cabos sueltos, nos dice, fueron apareciendo los personajes sinaloenses de su ya
larga y reveladora obra editorial.
Una obra periodística que seguramente
ya es y será consultada por especialistas en temas de narcotráfico y seguridad
nacional, y por las agencias policiales de aquí, y de allá, lamentablemente Sinaloa
está en el epicentro terrenal de este relato, una vez violento otras veces
amoroso; unas veces frívolo otras veces triste; unas veces alucinante y otras,
las más, tremendamente complejas.
En este nuevo trabajo actualísimo
de Anabel Hernández sobre los señores del narco lo lleva a una dimensión que
hasta ahora no había sido abordado por ella, ni por otro u otra periodista, quizá,
haya por ahí trazos en la crónica y la novelística del narco, que, dicho de
paso, parece haberse agotado sin que haya la gran novela del tema, como si
sucedió en Colombia, con la escrita por Sergio Álvarez: 35 muertos (Alfaguara,
2013).
Y es que a los escritores del narco
parecía les ganaba la prisa por narrar historias que les habían platicado o que
ellos mismo inventaban, sin un anclaje serio, por ejemplo, al nivel de la de
Álvarez que le llevó tres años recorriendo los pueblos colombianos y escuchando
historias en ese amasijo de narcos, paramilitares, guerrilleros y políticos.
Esas historias que, de vez, en
vez, estos escritores, buscan estar en sintonía con el mercado y se atreven
imaginarlas con sus personajes y la relación que los narcos sostienen con las
mujeres que se mueven en las coordenadas del miedo, la aventura, la fascinación,
la conveniencia o el deseo por lo prohibido y, la siempre reconfortante impunidad,
producto de complicidades en ese submundo donde, cómo diría El Ezequiel, el
personaje del comediante sinaloense Cid Vela, “con feria se arma todo”.
Y hoy, ante la revelación de
Anabel Hernández, algunas de las mujeres exhibidas en el libro gritan, manotean,
gimen, lloran, amenazan, como un ejercicio infausto de redención de su pasado,
quizá efímero, pero al fin parte de las historias personales.
Sin embargo, son revelaciones que
Anabel describe con todo detalle periodístico y en ese ejercicio estresante, acojonante,
revela historias, que oscilan entre la violencia más cruel y los regalos extravagantes;
entre la intimidad y la aventura persecutoria; entre los procesos judiciales y
la prisión; entre la exhibición impúdica y la desaparición de la escena pública;
entre las caricias y las traiciones.
Es una historia larga de dolor,
pero, ante todo, del “sistema” que lo creo y que a vuelta de décadas lo reproduce,
y es que subyace a una vida pública carcomida por la corrupción económica y
moral. Donde personajes del PRI, PAN, PRD y Morena, e incluso, las formaciones
de la llamada “chiquillada”, no están exentos de complicidades, connivencia, cinismo,
sino, también, son protagonistas de distintos episodios de lo que se denomina
narcopolítica.
Ese tejido de relaciones entre el
poder político y el crimen organizado, quedan expuestos de manera cruda en
estas 300 páginas y no tienen desperdicio porque van de lo alto del poder a las
alcantarillas de la vida pública y de ahí, a lo más bajo de las pasiones
humanas. Anabel, aun con las posibles inconsistencias de un trabajo, por sí
mismo frágil, no deja de estar marcado por el rigor, le sobrevive a la buena
lógica e invita a una lectura aguda sobre los espacios de esa intimidad, el
recogimiento y apapacho, los cumpleaños y la fiesta.
Solo de esa manera es posible
aquilatar la naturaleza del Sistema en el que estamos viviendo, explicarnos los
sucesos grandes y menudos que a diario aparecen en las portadas de los medios
de comunicación y se pierden por la dinámica incesante del crimen.
Ahí, está, como el ejemplo de la
semana, la balacera en del bar Casanova de Culiacán y la actitud indolente de
la policía que deja ir a los hombres armados o la novedad de la recompensa
estadounidense por información de los cuatro hijos de Joaquín El Chapo Guzmán y
la interpelación “soberana” del presidente quien afirma que esa detención, si
sucede, será “tarea” de su gobierno, noticias espectaculares que luego son sustituidas
por otras de igual o mayor calibre.
Entonces, la nueva obra de Anabel
Hernández, documenta con nombre y apellido, la tragedia que está viviendo el
país y en particular el estado de Sinaloa, y deja visible el tipo de arreglo
entre los actores dominantes cómo también la naturaleza coja de nuestras
instituciones, y dónde los discursos del gobernante solo son eso, y más, cuándo
la vida transcurre con una inaceptable y brutal normalidad que es capaz de
alcanzar a cualquiera en cualquier lugar y hora pero, no, a los personajes que
son mencionados en el libro.
En definitiva, la obra periodística
recorre el velo del espacio privado de los narcos y exhibe no sólo nombres sino,
como ella lo dice en una entrevista, que el narco cuando tienen a la mano todo
lo que se puede adquirir con dinero o de forma simultánea, empieza la compra de
personas y entre más visible y deseable sean estás, mucho mejor, para el pedigrí
del comprador, que las colecciona para presumirlas y en última instancia, para
demostrar que no hay mucha diferencia entre “ellos y nosotros”, cuando los mueven
los mismo apetitos por tenerlo todo.
Y en estas historias, de calor de
hogar y sábanas de satén, los narcos sinaloenses, llevan la delantera en una
carrera que frecuentemente termina mal.
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