HAITIANOS
HAITIANOS
Se les ve deambulando por todos los rincones del puerto, van
en grupos de dos o tres hombres jóvenes, respirando la brisa, mirando a los transeúntes
mestizos, viendo el horizonte azul del día, conversando entre ellos en creole, un
lenguaje indescifrable, quizás, sobre lo que han dejado atrás en Puerto Príncipe.
Esas historias terribles sin asideros luego de los
terremotos, magnicidios, las pandillas herederos de la violencia de Papa y Baby
Doc y los tontons macoutes (los hombres del saco), el viaje por el mar
que los llevó a la costa colombiana, la travesía por la frágil Centroamérica y
la llegada a la frontera de México donde se han encontrado con la Guardia Nacional
o la tragedia de los migrantes desesperados que han decidido dar el paso en
medio de la incertidumbre ante lo inesperado, o mejor lo esperado, ese caldo
agridulce marcado por la esperanza de alcanzar “un mundo mejor” pero, también,
el de la violencia que está al acecho en esa larga travesía que busca llegar primero
a la frontera sur para desde ahí viajar hasta la norte.
Aquella que divide nuestro país con la del vecino, los
vecinos del norte, el lugar donde podrían cumplir sus sueños, los de la
seguridad, un trabajo, un ingreso, paz. En tanto eso sucede si es que ocurre,
viven un respiro, con las visas humanitarias que ha extendido el gobierno mexicano
a miles de ellos, en espera que se cumpla la política estadounidense de ¡Quédate
en México! en tanto, se da trámite a los cientos de miles solicitudes de refugio
humanitario y que hoy contienen a brasileños, peruanos, ecuatorianos, nicaragüenses,
salvadoreños, hondureños, guatemaltecos, cubanos, haitianos.
Pero, pasa el tiempo, y las imágenes de desesperación y
penuria en la zona fronteriza está ahí como una más de las colonias de migrantes
que hay por el mundo. A las que no se les ve futuro por los grandes flujos de
personas. Pero, es más fuerte la esperanza, la búsqueda de un futuro
promisorio, del nunca volver a lo mismo en sus pueblos abatidos, donde han
dejado seguramente a los viejos, sus recuerdos y enseñanzas.
“Emigran siempre los más jóvenes, los más fuertes, los
rebeldes con la situación desesperanzadora”, se lo escuche decir a una
activista española refiriéndose a los migrantes africanos que hacen hasta lo
imposible por cruzar el Estrecho de Gibraltar” y alcanzar la costa mediterránea.
Y nuevamente buscando lo mismo, la posibilidad de un trabajo, un ingreso, un
techo, ropa, un plato de comida diario, un futuro menos incierto.
Atrás, se han quedado también sus pueblos, sus familiares
grandes o los temerosos, sus recuerdos, sus muertos. Y hacen camino al andar,
diría Serrat, saltando todo tipo de dificultades y riesgos.
Pero, volviendo a los haitianos que hoy deambulan por
Mazatlán, que se les ve silenciosos por la avenida del Mar, por los mercados, el
Centro Histórico, seguramente en trance, recordando las calles de sus pueblos
devastados y buscando descifrar un futuro incierto. Reencontrándose con el océano,
está vez con el Pacífico, con su oleaje suave, invernal de aguas frías.
¿Qué les depara el futuro a este nuevo migrante? Hasta, ahora,
nada seguro más allá del asombro por el nuevo horizonte que tiene límites en la
frontera. Que son los campos de refugiados que se encuentran establecidos en la
frontera desde donde escuchamos todos los días el clamor de solidaridad ante la
desesperantemente espera en medio de la penuria.
O, quizá, no, los haitianos, quizá están pensando quedarse en
México, antes de estar pensando cruzar la frontera. Me dice mi hermano Pedro que
sabe de migrantes porque lo fue alguna vez porque vivió y trabajo con muchos de
ellos en California. “Los haitianos son gente de trabajo, que salen a buscar dinero
lícito, los he visto en la frontera norte vendiendo chacharas”, saben que nada
es gratis, que hay que chingarle, y si no fue en su país, será en otro lado, lo
que no pueden hacer es detenerse. Esperar que las cosas se resuelvan solas o caigan
del cielo.
La escritora Aleyda Rojo escribe en su muro de Facebook: “En
los últimos días, he visto a muchos haitianos por los rumbos de la calle Aquiles
Serdán. Nunca andan solos, caminan en grupos de tres o cinco. Mazatlán es y
será siempre un imán para los migrantes. En los próximos años se abrirán locales
de comida haitiana y nacerán atletas de alto rendimiento”.
Al tiempo.
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