DEL ENTRISMO A LA CAPTURA DE LA IZQUIERDA
DEL ENTRISMO A LA
CAPTURA DE LA IZQUIERDA
Corrían los años treinta del
siglo pasado bajo la sombra de nazismo emergente y eso llevaba a que el
movimiento comunista lanzará la directriz de “unidad a toda costa” para los
partidos aglutinados en la III Internacional.
Esa estrategia defensiva consistía
en que las organizaciones filiales deberían replegar sus banderas nacionales y unirse
a las fuerzas antifascistas para detener el avance impetuoso de los
nacionalismos bélicos europeos.
En México, está directriz la
adoptó el Partido Comunista Mexicano (PCM) y apoyó al gobierno nacionalista del
general Lázaro Cárdenas. A la par de aquella definición internacionalista un
sector del trotskismo lanzó la estrategia del “entrismo” que consistía en que
sus militantes participaran activamente en el movimiento obrero bajo la
influencia de los partidos socialdemócratas y marxista leninistas.
Que en México se manifestaba en
la naciente Confederación de Trabajadores Mexicanos (CTM) donde los comunistas y
lombardistas que tenían un papel en las definiciones incluso en 1948, daría pie
para la formación del Partido Popular (al cual en 1960 se le agregaría preventivamente
el segundo apellido de socialista).
Entonces, el “entrismo”
trotskista, pese a su baja influencia dio más espesura al caldo socialista en México
y en el resto del mundo, con la formación de la llamada IV Internacional Comunista
ocurrida en Paris en 1938.
Se dice que este intento arriesgado
de inclusión no tuvo el éxito esperado sea por los desencuentros entre trotskistas
o por la escasa militancia de está corriente internacionalista.
No obstante, está suerte de “contaminación”
ideológica y política ya forma parte de la historia de la izquierda mexicana.
El segundo momento de este
proceso se dio cuando el PCM luego de un largo debate decide disolverse para
dar paso a la confluencia de distintos partidos y grupos en el Partido
Socialista Unificado de México (PSUM) y años más tarde, al Partido Mexicano
Socialista, y finalmente, el Partido de la Revolución Democrática (PRD), donde
se perfilan tres corrientes: los nacionalistas que provenían de la Corriente Democratizadora
del PRI, el sector socialdemócrata y los comunistas.
El sector nacionalista fue
imponiendo su influencia a través Cuauhtémoc Cárdenas, Porfirio Muñoz Ledo y en
otra línea, la que impulsaba Heberto Castillo. Al lado de estas figuras relevantes
estaba el joven Andrés Manuel López Obrador, un luchador social que destacó
rápidamente en el PRD.
Este siendo dirigente nacional del
PRD manifiesta un crecimiento electoral muy importante entre los sectores
pobres y medios del país. Este proceso fue afirmándose cuando es postulado a la
presidencia de la República en las fraudulentas elecciones de 2006 y las hoy
escandalosas de 2012, por las revelaciones del caso Odebrecht, que en ninguna
de ellas gana la contienda sirvieron para acumular capital político.
Eso lo lleva a distanciarse del
PRD y registrar en 2014, formalmente al partido Movimiento de Regeneración Nacional
(Morena) y, en los comicios intermedios de 2015, esta formación logra 38
diputados para convertirse en la quinta fuerza política del país y en 2018, se
produce un vuelco que se le califica como tsunami que barrió el sistema de
partidos logrando la presidencia de la República y el control del sistema
bicameral, gubernaturas, congresos locales y cientos de alcaldías.
Morena, en ese entonces, era un
partido con una fuerte centralización y personalización y una escasa
institucionalización partidaria que ha provocado una gran discrecionalidad en
la toma de decisiones incluso al punto de que pudo sobrevivir sin una dirección
consolidada y en varios estados, se mantiene acéfala o escasamente cohesionada.
En esta circunstancia llegamos a la
antesala de los comicios intermedios de 2021 donde estará en juego la Cámara de
Diputados, 15 gubernaturas con sus congresos locales, y miles de alcaldías y regidurías.
¿Qué podría producir un partido que
sigue siendo altamente personalizado? o mejor ¿con una escasa institucionalización
partidaria? De entrada, se imponen las necesidades del presidente sea para conservar
la mayoría de la Cámara de Diputados, aumentar su influencia en los estados y
municipios e ir como caballo de hacienda, a la consulta sobre revocación de
mandato que ocurrirá en 2022.
Ante estas necesidades la visión
de López Obrador obliga ampliar las alianzas que había tejido en 2018 y que esos
aliados se mantenían entonces en el PRI y el PAN, por encima incluso de la
militancia que lo había acompañado desde el PRD y fundado Morena.
Los morenistas fundadores y leales
al “proyecto” no lo ven bien porque se les desplaza y si lo ven, no lo aceptan
y acusan de traición a Mario Delgado, el dirigente nacional de Morena, nunca a las
necesidades coyunturales de López Obrador, sin embargo, tiene una racionalidad
que Morena este postulando candidatos con un pasado activo en la llamada “mafia
del poder”.
Grupos y personajes
impresentables por ser muchos de ellos notoriamente corruptos. Pero la decisión
está tomada. Quienes operan esta decisión, le apuestan a que estos personajes
regionales le garanticen en primer lugar la mayoría de los diputados federales independientemente
de que ellos pierdan o ganen estados y municipios.
Saben además que la militancia morenista
está en un callejón sin salida y en el mejor de los casos, se abstendrán o votarán
en forma cruzada. Una combinación de votos diferenciados en la oferta política.
Cómo lo señala implícitamente Gibran Ramírez cuándo llama a votar solo por los “candidatos
decentes” de Morena más no, por candidatos que a su juicio son contrarios al espíritu
de la 4T.
Y ese es el problema, la 4T es lo
que estamos viendo como estrategia de alianzas, no la que se rasga las vestiduras
reclamando la incongruencia de Mario Delgado y la Comisión Nacional de
Elecciones de Morena, o los encargados de las encuestas de intención de voto, que
hace sospechar que nunca ocurrieron. Los que ven una traición al presidente o
los que miran la política con la lente de la pureza obradorista.
El problema es que en está estrategia
hay riesgos pues los cálculos quizá no salgan cómo se esperan. Sea porque quizá
los candidatos seleccionados a las gubernaturas terminen por caerse cómo sucede
hoy en Nuevo León; o se cumplan las derrotas que se prefiguran en Baja
California Sur, Chihuahua, Querétaro y San Luis Potosí; o los resultados
inciertos donde se está cerrando la competencia entre las dos principales
coaliciones, cómo sucede en Sonora y Sinaloa y el voto de castigo, que puede
afectar al candidato de Morena en Guerrero si pasa el filtro del tribunal
electoral.
Y, claro, está también en contra el
INE con su decisión de poner un alto a la sobrerrepresentación, aunque el tribunal
electoral, contrario a la ley, pueda fallar a favor de los reclamos
obradoristas.
En definitiva, tenemos que
mientras la vieja izquierda estuvo intervenida por otras fuerzas del signo
comunista o socialista, las de un nacionalismo revolucionario “enriquecido” podría
terminar neutralizando definitivamente a esa izquierda variopinta que sobrevive
hoy en Morena.
¡Al tiempo!
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