SINALOA, 21



"Y es que los sinaloenses el próximo 1 enero estaremos viviendo un amanecer sombrío y un imperceptible olor a formol, incierto si continúa la curva ascendente del coronavirus con una limitada capacidad para hacer las promesas del nuevo año...’



Quiero imaginar el próximo 31 de diciembre, mejor el 1 de enero, cuando habrán quedado atrás unos fastos de fin de año muy diferentes a los de otros años y espero equivocarme. Nada que ver con las apoteosis de luces, cohetes y centellas de las ciudades y pueblos; las casas dando la bienvenida a los familiares y amigos; abriendo la botella reservada para esa noche y los grandes abrazos y parabienes para todos. Y es que con el coronavirus 19 algo se rompió que nos daba cohesión social y nos animaba ir al encuentro con el otro y ahora lo normal es el llamado a evitar las aglomeraciones, el contacto físico, mantener la sana distancia.

Y es que los sinaloenses el próximo 1 enero estaremos viviendo un amanecer sombrío y un imperceptible olor a formol, incierto si continúa la curva ascendente del coronavirus con una limitada capacidad para hacer las promesas del nuevo año. La carga de muertes y contagios estarán ahí como fiel testimonio de la impotencia humana; de la fragilidad del ser humano y los límites de la ciencia médica, más todavía, de los gobiernos para evitar que el problema sanitario se convirtiera en económico.

Estará como un tatuaje indeleble, obscuro como un atardecer que anuncia un chaparrón de verano, con los recuerdos propios y ajenos. De los que se fueron en un tris, por la puerta trasera diciendo adiós a través de un video de whatsapp. Esos que nos ha vuelto inseguros -aun, los de aquellos que con desparpajo no dejaron de vivir como si no hubiese pasado nada- y así saldremos a la calle con un miedo recóndito, anclado a lo más profundo del estómago escarbando con paciente y sistemática cotidianidad.

La nueva normalidad, ese concepto sociológico, que hoy todos usan y convoca a filósofos, sociólogos, economistas o politólogos a largas y sesudas reflexiones virtuales mediante la plataforma Zoom buscando darle contenido para explicar y buscar salida a la nueva realidad. Lo único que sabemos con certeza es que este no será como el de principio de año. Esa que invitaba a la calle. A la reunión con los amigos, a los tragos. A viajar si estaba al alcance. A llevar la vida en absoluta libertad sólo con el único freno de la inseguridad “normal” de nuestras ciudades y barrios.

O sea, la normalidad de la que disfrutaron nuestros padres y abuelos ya no será, o mejor ya no fue hace mucho, porque fue sustituida silenciosamente por otra más omnicomprensiva, brutal, la de la violencia criminal que generó una normalidad escalofriante, la de decenas de miles de víctimas y desaparecidos.

Y lo más sorprendente, sucedió en un periodo no mayor de 50 años, la de una modernidad bárbara que ha transformado la calidad de vida de los sinaloenses. Y en esas estábamos, intentando habituarnos a lo peor, cuando se suma el flagelo del coronavirus Covid 19 con su estela de contagios y muertes; desempleo y caída de los ingresos familiares; con un descalabro en la recaudación e inversión pública.

Escribo y veo las cifras del día y observo un acumulado de contagios superior a los 15 mil y 2,610 fallecidos por coronavirus. De mantenerse esta tendencia podríamos terminar el año con 30 mil contagios y más de 5 mil fallecimientos. Un nivel de letalidad que ronda el 15 por ciento, muy alto considerando que no hace mucho andaba en el 12 por ciento.

Afortunadamente por el perfil primario de nuestra economía el impacto en el empleo no ha sido tan severo. Cifras recientes del IMSS indican que Sinaloa en junio perdió más de 11 mil empleos formales respecto del mismo mes del año pasado, mínimo frente a los 868 mil empleos que se perdieron en todo el país. Sin embargo, el bajo impacto que ha tenido en los empleos formales no ha sido el mismo en los empleos informales que son incalculables y es donde va a estar el sector más afectado al finalizar el año.

No se necesita ser uno brujo para intuir que el mapa de contagios y fallecimientos por Covid-19 ha pegado más duro a la gente pobre. A la que la pandemia le agarró muy desprotegida con problemas de obesidad, diabetes, hipertensión o preexistencias de otros males y que en la primera fase seguramente eran los que consideraban que la amenaza no era real, que era un “asunto del gobierno”, y que no había que hacer caso de ello. Esto derivó en un problema de falta cohesión social -por supuesto no exclusivo del sector pobre- y provocó que los llamados a la sana distancia y el cubrebocas no se utilizaran en los lugares públicos favoreciendo la propagación del virus.

Ahora, empiezan a mencionar algunos alcaldes -especialmente el de Culiacán- que ha caído la recaudación, y se espera que se agudice en este semestre, si esto ocurre conjuntamente con los ingresos del Gobierno del Estado, habrá de afectar la demanda interna y eso ya está afectando el nivel de actividad económica. El cierre de cientos de pequeñas y medianas empresas es una realidad. El mejor ejemplo son las vinculadas al sector turístico ya que la hotelería al estar operando en el mejor de los casos con un 30 por ciento de ocupación la derrama a las Pymes ligadas al sector no son muy alentadoras.

Claro, se podrá decir que no hay mal que dure cien años, ni cuerpo que lo resista, y es de esperar que las cosas mejoren antes de que finalice el año, pero lo cierto es que al próximo fin de año le podría faltar alma, alegría, aun como veremos, no habrán de faltar las luces y la metralla.


23/08/09

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