LLAMADA DESDE NY
La semana pasada recibí una
llamada inesperada de un sobreviviente de la guerra sucia de los setenta que me
dice que se autoexilio en la Unión América. Se trata de RCZ, un joven mochitense
que fue vecino y compañero de escuela, y que desde muy joven se integró a la “lucha
revolucionaria” primero en el “movimiento enfermo” que se incubó en la UAS con
las tesis de la “Universidad fábrica” y más tarde, en diversas organizaciones revolucionarias
clandestinas. Yo no sabía de él desde aquellos años sobre ideologizados que costaron
la vida de cientos, quizá miles de jóvenes, que estaban influidos por la
Revolución Cubana y la figura icónica del Che Guevara.
Me dio gusto la llamada y después
de los saludos de rigor, me hizo un pedido que escribiera sobre los jóvenes del
norte sinaloense que desde entonces están desaparecidos. No acostumbro a
escribir por encargo me parece que en el periodismo de opinión cada uno debe escoger,
pero cierto nadie recuerda ya a estos muchachos. Me hizo llegar las fotos de
Gilberto, Joel, Edmundo, Marco Vinicio, José Manuel, Juan de Dios, Cristina e
Ignacio, revise con atención estos rostros en la flor de la juventud. Ninguno
de ellos tenía más de 18 años cómo lo muestran sus rostros serios con tres
pelos de barba, bigote ralo, ropa sencilla y, vamos a decir con Benedetti, con
mirada que siembra futuro.
Todos ellos habían sucumbido ante la retórica
de la revolución. No había manera que tuvieran éxito frente al Ejército o los
torturadores de la Dirección Federal de Seguridad. Algunos probablemente
cayeron cuando distribuían propaganda en los campos agrícolas haciendo una
pinta en algún muro de una agroindustria en el Valle del Fuerte que en ese
entonces era un delito grave. No tenían edad para entender la complejidad de una
revolución y su visión agitada seguramente era binaria siguiendo el manual de
pobres y ricos, explotados y explotadores.
Cierto hoy el número de
desapariciones es el pan de cada día y no se necesita aparentemente ninguna razón
para que suceda en cualquier tarde y esquina. Estamos hablando de cientos de jóvenes
que son arrebatados de sus familias y de los cuáles no se vuelve a saber de
ellos, qué se vuelven un número en una estadística. Dejando rotas y en medio
del dolor a familias enteras. Lo grave es que frecuentemente estos jóvenes son
levantados y asesinados por otros jóvenes.
Así que es válido recordar aquellos
jóvenes desaparecidos en los setenta. Fueron semilla fértil de lo que vendría en
las décadas siguientes. Nunca debieron desaparecer. Hoy seguramente varios de
ellos serían profesionistas, tendrían familias y harían política a través del
sistema de partidos u organizaciones ciudadanas, algunos de ellos quizá
estarían en la prensa o habrían cultivado un arte o serían académicos. Pero, no
fue así, aquellos jóvenes fueron capturados por la utopía redentora, liberadora,
socialista. Habían decidido hacer la revolución acompañando con armas las
luchas de campesinos, obreros, colonos.
Una iniciativa que desató la
furia del gobierno de Luis Echeverría y José López Portillo y con esa rabia se
formó la Brigada Blanca que recorría el territorio estatal buscando detenerlos
y muchos de ellos, sobre todo los que habían participado en actos de sangre, simplemente
cuando eran capturados se les desaparecía ya sea arrojando sus cuerpos vivos al
mar o socavones, lo menos un tiro que se justificaba con la frase “caído en un
enfrentamiento”. Héctor Aguilar Camín da cuenta de ello en su novela histórica:
La Guerra de Galio, que seguramente contó con información clasificada de los sótanos
de la Secretaria de Gobernación.
Luego vendrían otros textos, pero
hay uno testimonial, muy importante para Sinaloa, de lo que ocurrió en esos años
en Sinaloa. Escrito por Gustavo Sánchez Hirales, fundador y dirigente de la Liga
Comunista 23 de septiembre que vivió en la clandestinidad en el estado. Se
trata del libro bajo un título camusiano: Memoria de la Guerra de Los Justos.
Sánchez Hirales, miembro del desaparecido Grupo Los Procesos que habían roto
con la Juventud Comunista del PCM y que fueron semilla de esa confluencia de
rebeldes que dieron forma a la LC 23 de S. El relata con buena prosa como era
la vida en la clandestinidad. Durmiendo dónde se podía, comiendo cuando había,
activando en la madrugada.
Han transcurrido desde entonces
50 años. Los sobrevivientes pintan canas si no es que han muerto por
enfermedades o adicciones. Es una generación de sinaloenses que creyó en la revolución
cómo se la imaginara cada uno de ellos con su idealismo. Escucho la voz de RCZ y
todavía tiene un toque de alegría revolucionaria. Hay entusiasmo en sus
palabras. No ha perdido la fe siente que tiene un compromiso con los chamacos
de su generación, los del Barrio del Piojo de Los Mochis. Quiere platicar las
historias propias y ajenas. Hacer su propio ajuste de cuentas con ese pasado
que le arrancó los mejores años de su vida. Lo hace con gozo con la convicción
de que lucharon por algo bueno. El luminoso mundo socialista.
Hace unos años estuve en Buenos
Aires y fui a visitar el Monumento a las Víctimas del Terrorismo, de la Guerra Sucia de los años
setenta, un lugar del barrio de Belgrano en las afueras de la ciudad, frente al
Rio de la Plata, y cerca de donde estuvo el aeropuerto militar el diseño arquitectónico
es un sistema de losas transversales, en
ellas se han inscrito los nombres de los desaparecidos o peor los que fueron
arrojados en los “vuelos de la muerte”. Y,
siempre me he preguntado, porque en México no tenemos un memorial que recuerde
a estos y otros jóvenes que soñaron con un mundo mejor y lo que encontraron fue
la muerte.
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