POBREZA Y VAMPIRISMO EN SALUD
Estoy convencido de que todas las
familias sinaloenses hemos llegado a un punto en que, así como en la violencia
criminal tenemos cerca una víctima hoy la tenemos por el coronavirus.
Alcanza a todos sin distingo
social o económico y la única diferencia es como lo asume cada uno como familia
o en lo personal.
Y aquí cabe una primera reflexión
sobre la tragedia colectiva y en particular los pobres y las clases medias, los
más rápidamente alcanzables, disminuidos, erradicados. Su fragilidad los
desampara y los deja a la suerte, a lo inesperado, al infortunio.
Dependen en el mejor de los casos
de que el sistema de salud pública funcione y los atienda. Pero este
rápidamente se satura porque opera siempre con recursos muy escasos. Y, ya sabemos
la causa macro, el monto y destino de los recursos en materia de salud en los
últimos sexenios: presupuestos per cápita
raquíticos, compras a sobreprecio y de mala calidad o truqueada como fue el
agua destilada para infantes veracruzanos con cáncer y con ese pasivo fuimos al
encuentro de la mayor pandemia de la época contemporánea.
Y, eso, en una sociedad mal
alimentada, con problemas de edad, obesidad, de salud crónica, de sedentarismo
y falta de atención era de esperar que una pandemia fuera por decenas miles de ellos.
En el mundo y particularmente aquí, nuestro país, nuestro Sinaloa. No había
donde esconderse o quizá sí: a la buena de su dios, con sus desesperadas
cadenas de oración para si los humanos no pueden, el de arriba haga la tarea
esperanzadora.
Sin embargo, el mundo real es
otra cosa, y el balance de muertes y nuevos contagios es creciente sea porque los
contagiados son personas diabéticas, hipertensas, cardiacas, cancerosos o por
necesidad y culturalmente valemadristas.
Una investigación reciente de la
UNAM demuestra que los muertos por la pandemia han sido personas sin empleo, sin estudios,
ni servicio médico, es decir, personas que viven al día, que no tienen asidero
laboral, ni ingreso seguro o precario.
Que van por la vida, repito, a la
buena de dios. Y es que, nos dice el estudio, son los: “no remunerados: amas de
casa, jubilados y pensionados, empleados de sector público, conductores de
vehículos, profesionales -no ocupados-”.
Quizá, este pago social, para muchos resulte una
obviedad. Que sean los pobres, los grandes perdedores de la lucha contra el
Covid-19, los que aportan más muertes y contagios.
Sin embargo, es la cara triste, acongojada de la
moneda, hay otra feliz, exultantemente, reconfortante, alimentada por el ruido
de dinero, el alza en los depósitos bancarios, el crecimiento exponencial de
las ganancias y más, cuando no tiene límites en generación de ingresos por la
ola expansiva del mal.
Veamos si no: cuando en un ser querido existe la
sospecha de estar enfermo de Covid 19, lo primero es confirmar que esa dolor de
garganta y esa fiebre paralizante es producto de ese virus, entonces, hay que
ir al médico que está a la mano y pagara una consulta de 500 pesos o más, y este
si no utiliza la experiencia clínica lo mandara hacerse un estudio de anticuerpos, más ferritina, dímero
D y para ello hay que llevar unos 2 000 pesos y más si está indicada una
tomografía de tórax que ronda entre 1 600 y 1800 según la clínica; y, mejor un
PCR de 2000 a 3000 pesos, luego, el coctel básico de paracetamol, ibuprofeno, azitromicina
e ivermectina para una semana en precios de patente llega alrededor de 2000 o
más.
Es decir, para empezar la persona debe tener
alrededor de 6-7 mil pesos multiplicado por el posible número de contagiados en
una familia. Aproximadamente el equivalente de 50 salarios mínimos por cada uno
de ellos. No sé cuánto costaban este paquete sanitario antes del estallido de
la pandemia, pero me han dicho gente del sector que ha subido por el libre
juego de la oferta y la demanda. cómo es el caso de la azitromicina e
ivermectina, esta última si la encuentran en el mercado.
Y si el paciente empeora los precios en los
hospitales privados están por los cielos. A un familiar de un paciente con
Covid, me dicen, le pidieron un depósito de 100 mil pesos para recibirlo y asignarle
una cama con ventilador.
Y esto sucede porque uno de los grandes ausentes en
la pandemia es la Profeco que no hace valer su autoridad sobre los precios de
servicios y medicamentos sanitarios. Cierto, está institución no define precios
que en la actual circunstancia muestra su peor rostro, el de la ganancia exponencial
e insolidaridad.
Busqué en la red a Profeco para haber si había alguna
información sobre este tema o un enlace de la Secretaria de Economía, o la
Subsecretaria de Industria y Comercio, que mostrara algún interés por el
descontrol de precios en servicios sanitarios y el mercado de medicinas, no encontré
algo que al menos alerte este tipo de excesos y abusos.
Y no había, cuando esta institución del Estado debería
de ir de la mano de un sistema de salud sobrecargado y qué necesita de este
apoyo indirecto para atender a los que menos tienen, siendo urgente que lo haga
cuando es parte de un gobierno que se declara preocupado por el bienestar, la
salud y el patrimonio de las personas. Por esa vía se pueden salvar muchas
vidas.
Vamos, lo hizo con el tema de los ventiladores usados
y a sobreprecio que vendió el junior de Manuel Bartlett, pero eso que fue muy
mediático, es pacata minuta, frente a lo viene sucediendo abajo en el
precio de los medicamentos, los estudios y los hospitales.
Una de las tareas del Estado mexicano es la
protección de la economía familiar y eso no solo habla de empleos, sino que es
urgente el control de precios en estos insumos sanitarios, cómo de su calidad.
Quizá, de esa
manera el gobierno federal o local, saldría del relato de contar muertos y
contagios para ampliar el espectro de influencia y el ciudadano de a pie, ese que
diariamente mide el alcance de sus pesos y centavos y es el que está más expuesto
a los abusos que están cometiendo.
Acaso, ante ese vampirismo sui generis, que consume
ahorros, acaba con patrimonios y provoca endeudamiento en miles de familias;
que empobrece a los más desprotegidos, a los que están en absoluto desamparo, ¿los
gobiernos no tienen algo más que presenciar indiferente ese robo en despoblado?
Criminal.
Y es que, sin duda, todos tenemos ya una víctima
cercana.
19/07/20
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