BANALIZAR LA VIOLENCIA POLÍTICA
BANALIZAR LA VIOLENCIA POLÍTICA
Ernesto Hernández
Norzagaray
“La hipótesis la debe hacer la FGE, pero hay quienes acusan a
los malosos [del gobierno] y con esa misma irresponsabilidad, ¿no será un auto secuestro?”,
preguntó molesto Rubén Rocha, buscando contrarrestar la afirmación que antes
había hecho Héctor Melesio Cuén, el dirigente del PAS, al referirse al
secuestro del secretario de Organización, Luis
Alonso García Corrales y del también militante, Juan Francisco Cerón Beltrán.
Un secuestro es
una cosa seria en cualquier estado o país. Habla de la captura violenta de una
persona, de una separación de la familia, de horas y días de angustia en un
entorno incierto, desgaste físico y mental, producto de una gran incertidumbre.
Y es que la vida del
secuestrado, desde el momento de la perdida de libertad, pende de un hilo, pues
en cualquier momento puede perderla si los secuestradores no logran sus
objetivos. Sean económicos, sociales o políticos, cómo parece fue el caso de
Luis Alonso y Juan Francisco.
Y eso, debería ser
suficiente para que el gobernante actúe con responsabilidad, aunque su familia,
amistades o correligionarios no lo hagan precisamente por el estrés que viven, nunca
banalizar los hechos, que, en este caso, involucran a dos sinaloenses con
responsabilidades políticas.
Dirá para
justificar que lo hizo para responder a Héctor Melesio en su calidad de
dirigente estatal del PAS, pero, en realidad minimiza el secuestro para en caso
de que las militantes pasistas ya no volvieran y se convirtieran en dos más, en
la lista negra que involucra a cientos de sinaloenses que un día fueron
“levantados” y nunca volvieron a casa.
Afortunadamente Luis
Alonso y Juan Francisco, están de regreso, con sus familias y ahora la
afirmación de Rubén Rocha, queda convertida en una mala anécdota de este
proceso electoral semejante a la mala experiencia que vivieron otros militantes
de otros partidos en las elecciones concurrentes de 2021.
Y su liberación
puede explicarse porque los secuestradores consiguieron sus objetivos o por las
movilizaciones de sus correligionarios que se celebraron inmediatamente y el
acompañamiento que le dio la prensa nacional -más que la local que llegó a
calificar de “dimes y diretes”- y, destacados, miembros de la opinocracia
nacional.
Y eso fue una
buena noticia. Nada que ver con lo que sucede estos días en Guanajuato,
Tamaulipas u Oaxaca, donde los objetivos humanos, han terminado en un ataúd.
Cómo un secuestro más de los que todos los días son parte de esa estadística
que Data Cívica documenta para recordarnos donde estamos parados. Que todos
somos alcanzables, cuando somos objetivo.
Y eso, quien mejor
lo sabe es el gobernante, que sabe de los grupos de “malosos” que están viendo
desde la oscuridad y desde ahí toman este tipo de decisiones.
Además, sabe de
los pactos que explican este tipo de actuaciones. De las capacidades y de la disposición
de los cuerpos de seguridad pública.
Y por eso, mejor
se banaliza, “que fue un auto secuestro”, lo que es una forma de decir “no hay
culpable” y mejor, dar vuelta a la hoja, hasta que vuelva a ocurrir uno
igualmente relevante para salir al paso. Mientras tanto, es otra historia infame
de Sinaloa o son “cosas que pasan” en un país y un estado donde se ha
normalizado la violencia, el secuestro, la incertidumbre, el estrés y ahora,
lamentablemente, la banalización desde el poder.
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