CARNAVAL, TOURS
CARNAVAL, TOURS
Ernesto Hernández Norzagaray
El Carnaval es un catalizador de como están los ánimos no
sólo de Mazatlán sino en otras latitudes. Porque esta fiesta pagana es un
crisol de voluntades, humores, capacidades. Atraen a decenas de miles para ser
parte de la fiesta colectiva más antigua del noroeste y en cada uno de los
asistentes esta su propia representación. Al menos en sus seis días masivos del
Carnaval sin contar, claro, los que le anteceden y están destinados al diseño y
montaje de la decena de monigotes simpáticos que alegran la vista del propio y
el ajeno con su colorido sobre el Paseo Claussen y la avenida del Mar, la
selección de candidatos a reinas y reyes de oropel, el dictamen de la Bienal de
artes visuales Antonio López Sáenz, los premios Mazatlán de Literatura y el Clemencia
Isaura de poesía y hasta el operativo de seguridad que busca como todos los
años la blancura del evento que no siempre se logra como sucedió en los años de
la mayor violencia.
La gente se vuelca a cubrir toda la oferta que le ofrece el
puerto. El malecón es tomado por asalto por aquellos que sacrificando el sueño
se quedan a dormir para defender unos metros del malecón como suyos y, tener,
un lugar privilegiado en la escena del recorrido de los carros alegóricos con sus
reinas, reinitas, reyes y princesas. Las plazas del Centro Histórico se llenan de
visitantes que comen y beben mientras escuchan algunos de los ritmos que se mezclan
en una extraña y estridente comunión con danzas inveteradas que anuncian la constatación
de la máxima de “lo que pasa en el Carnaval, se queda en el Carnaval”.
El Carnaval, como toda fiesta pagana, no parece saber de
moral judeocristiana. La libertad es entendida como hacer todo lo que se antoje
y permitan los múltiples ojos de los servicios de seguridad y el manual de las
buenas costumbres. O, mejor, el Reglamento de policía y buen gobierno, que está
interpretado muchas veces a la medida del ojo de un buen cubero. A la ambición de
un mal policía que ante la imposibilidad de ser parte del gozo colectivo se
dedica a esquilmar al que no se conduce de acuerdo con su patrón de conducta.
Y es que la fiesta de la carne tiene su lado oscuro. Los
excesos están a la orden del día. Llegan al puerto todo tipo de personajes y,
muchos de ellos, con el afán de que otro pague su viaje y diversión. Están los
que vienen a robar un carro, invadir una casa habitación, asaltar a un comercio
o un transeúnte. Otros, más modositos, van en busca de quien le pague las
cuentas a cambio de lo necesario. Pero, son los menos, la mayoría echa la casa
por la ventana. Consume ahorros o se endeuda. Nada que ver con la elite económica
que evita en lo posible el contacto con la muchedumbre sin dejar de disfrutar de
la fiesta. Son los que tienen apartamentos con vistas al malecón, al bucle cadencioso
de la bahía, el breve pero intenso Paseo de Olas Altas que todos ellos durante
las noches convoca a otros amantes de la fiesta. O, todavía, mejor, están los que
organizan paseos nocturnos en sus yates desde donde observan la espectacularidad
de la bahía con sus luces infinitas, colores y figuras chispeantes durante el
combate naval.
Sin embargo, en estos días el puerto se democratiza y todos
caben con su propio desmadre. La quema del mal humor que este año lleva sin
chiste las “altas tarifas del servicio de la telefonía celular” que a nadie
entusiasma y contrasta con la alegría colectiva de ver en la pira el monigote rollizo
del exalcalde Luis Guillermo Benítez Torres, El Químico Benítez, durante el
Carnaval del pasado año y que según un sondeo del diario Noroeste la gente de a
pie pedía que nuevamente ardiera este personaje que ha convocado en su contra a
todo un pueblo que ha sufrido sus excesos y desmanes.
Quedaran todos ellos para siempre en los anales de la
historia de las fiestas carnestolendas y en el imaginario colectivo, como una
de las frustraciones políticas del llamado partido de la “esperanza de México”
y es que, de acuerdo con las tradiciones políticas de este pueblo irreverente, infiel
y generoso, podría cobrar la afrenta en las urnas durante las jornadas de las próximas
elecciones concurrentes absteniéndose o votando por los candidatos de la
oposición.
La llamada quema del mal humor y el combate naval son en términos
efectivos el punto de partida para que bandas de rock, jazz, chirrines y música
regional echen a volar sus sonidos más ortodoxos. Es el momento cuando la gente
ya con unos tragos encima celebra con todo su Carnaval. Viene el baile, el
encuentro con el otro, la posibilidad de un romance fugaz, efímero, cachondo y
sin espacio para el arrepentimiento.
Ese tipo de encuentro que provocan alumbramientos de nuevos
patasaladas a los nueve meses siguientes. Aquellos que nacen en noviembre con
el sello erótico de Escorpión. Considerado con Leo los signos más calientes del
zodiaco. Los que con el paso de los años vendrán a refrendar la ruleta de la
fiesta orgullo de los mazatlecos. Y es que es una tradición genital motivo de
todo tipo de alusiones y bromas que a nadie escandalizan si no, por el
contrario, son el sello de la casa. De la fiesta a la que nada tendría que pedir
a los brasileños con sus ritmos pegajosos que llevan a que sus lindas exponentes
de la samba sacuden generosamente sus volúmenes alimentando el apetito, deseo.
O si, pero allá vamos, con algunas de nuestras comparsas todavía tímidas
incapaces de mostrar la carne explicita, sudorosa, para el gozo de los miles de
convocados, los que han venido de los estados limítrofes o mucho más allá para
sacudirse el tedio de la rutina.
En definitiva, el Carnaval de Mazatlán es todo un tour, un
escaparate, de lo que ofrecen los mazatlecos a un mundo convulsionado por la
violencia y las ganas de olvidarse al menos por unos días del lastre de las
mañaneras, semaneras y discursos políticos infames.
Comentarios
Publicar un comentario