ENTRE EL DEBER, EL SERVICIO Y LA NOSTALGIA
ENTRE EL DEBER, EL SERVICIO Y LA NOSTALGIA
Ernesto Hernández
Norzagaray
Un académico al que le han dado
la oportunidad de escribir o hablar en un medio de comunicación está obligado a
ayudar a la comprensión de lo que sucede en su entorno y nunca utilizar el espacio
para intentar colonizar conciencias.
Hoy, frente al proceso electoral
en marcha, algunos analistas toman partido en uno u otro bando político, o sea,
dejan de hacer la tarea didáctica de ayudar a comprender y tratan de influir en
los lectores de esos medios. Traiciona la confianza brindada quien teóricamente
tiene los instrumentos para entender y desgranar minuciosamente las piezas de los
procesos políticos minando la confianza no sólo de sus potenciales lectores
sino de los clientes de ese medio.
Vamos, hacen campaña, desde su
tribuna, en favor de un candidato o candidata, o en contra, sin que la
propaganda signifique una entrada económica para el negocio de la comunicación,
en cambio, satisface los intereses de ese analista convertido en un
propagandista de ocasión.
Se dirá tramposamente que es el
ejercicio de la libertad de expresión, aquella que llaman a que se escuchen
todas las voces, pero, evidentemente, eso no es cierto, la libertad de
expresión tiene que ver con el diagnostico del estado de la cuestión y las
alternativas que ese análisis ofrece de tal manera que el lector desprovisto de
esa información pueda ser ayudado a tomar las mejores decisiones en el momento
de votar.
Lo otro es propaganda y tiene
como objetivo la colonización ideológica de incautos que, implícitamente, de
quienes en su imaginario son incapaces de reflexionar por sí mismo y tomar sus
propias decisiones, lo cual habla de un abuso tanto contra el medio como a los que
le brindan su confianza.
Peor, todavía, son los posibles efectos sobre
el debate público. Y, es que el debate público, el de las ideas que deberían girar
alrededor de los conglomerados llamados partidos políticos, como los definió el
ideólogo comunista Antonio Gramsci son, eran, “intelectuales colectivos” que
expresaban en clave de izquierda derecha un ideario de derecho y justicia
social, sin embargo, aquella visión dista de ser lo que imaginó el intelectual
italiano y tenemos una visión gobernada por las mass media y, a través
de ellos, imponen percepciones políticas.
Y, más, en el caso de lo que hoy
se llama democracia de audiencias que son visibles en modelos políticos
populistas, es decir, en una personalización grotesca de la política. Allí los
partidos son en el mejor de los casos una maquinaria electoral, pero, casi
siempre, la última palabra la tiene el líder, como sucedió recientemente en el
caso de México.
Recordemos la candidatura
presidencial de Claudia Sheinbaum y de la alianza “Juntos hacemos historia”
simplemente, la legitimaron los partidos, porque la decisión a todas luces fue un
solo hombre y no de aquel “intelectual colectivo” del que hablaba Gramsci o mejor
en Sinaloa, sucedió está semana con la lista de candidatos y candidatas de
Morena que no se atrevió hacer pública Merary Villegas, la dirigente estatal de
ese partido, seguramente, porque no estaba de acuerdo con que el gobernador
decidiera quien sí y quien no va por una candidatura, entre ellas, se excluyó a
la propia Merary que ha manifestado su interés por competir por la alcaldía de
Culiacán y, claro, ahí tenemos al profesor Carlos Rea, con la gorra de Morena
bien puesta, haciendo el trabajo sucio que estatutariamente no le corresponde y
haciéndole un guiño al gobernador.
Entonces, volviendo a los
propagandistas que tenemos en la prensa y dónde la regional no está exenta de esta
contaminación en la llamada libertad de expresión pautada por preferencias personales
y, peor si hay intereses económicos o políticos, lo que termina siendo lo
peorcito del periodismo de opinión porque simple y sencillamente pretende
convertirse con mayor o menor éxito en una suerte de “atrapa tontos” que van con
sus columnas cada semana de pesca.
“Es Claudia”, dice sin más la
propaganda política y el propagandista la réplica sin filtro alguno, no podría
ser de otra forma si cree con esa altura de miras y lo que escribe con el manto
del “análisis” más que la escenografía de un discurso, mejor el manto de una
creencia o una reminiscencia ideológica, cómo diría un amigo periodista refiriéndose
a este tipo de personajes “buscan subirse al último vagón de la izquierda” esa,
que hoy le rinde culto a su nostalgia y, cree, está en la figura y el ideario de
AMLO y la 4T.
Sin embargo, la realidad parece
resistirse y demuestra constantemente que eso a lo que se le llama izquierda
obradorista, no es otra cosa que populismo, o sea, en su esencia busca una actualización
del viejo PRI que resultó, recordemos, una calamidad para la propia izquierda cuando
muchas veces persiguió asesinó y encarceló a las figuras más entrañables de esa
memoria y que hoy, el propagandista omite sin pudor para no claudicar ante su
propia fascinación política.
En definitiva, estamos viviendo
tiempos raros, tremendamente raros, donde estos académicos se han despojado de
todos los arreos que los vestía en el pasado, y quizá los sigue vistiendo
frente a sus cuatro fieles lectores para exhibirse como propagandistas de una
objetividad cargada de la nostalgia del último vagón. Esa nostalgia que Joaquín
Sabina la sintetizo en aquella frase de su bella canción Con la frente
marchita: “No hay nostalgia peor que añorar lo que nunca jamás sucedió”.
Al tiempo.
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