¡FELIZ AÑO NUEVO!
¡FELIZ AÑO NUEVO!
Ernesto Hernández
Norzagaray
Siempre, que llega el fin de año,
con las fiestas navideñas y la despedida del año viejo, me viene a la mente el
relato del escritor brasileño Rubem Fonseca que lleva por título ¡Feliz Año
Nuevo! porque no pierde actualidad en sociedades donde la violencia criminal no
para sino se ha convertido en una suerte de ADN.
Este texto hiperrealista, otros
lo “llaman realismo sucio” emparentando al autor con Charles Bukovski, narra
como un grupo de marginales convertido en una banda de asaltantes se preparan
para tomar una de las casas de una zona exclusiva de Rio de Janeiro, Sao Paulo
o Belo Horizonte, qué más da, tropicalizandolo perfectamente puede ser la
Ciudad de México, Guadalajara o Culiacán.
Y se preparan psicológicamente
para hacer un nuevo atraco y para ello beben alcohol y consumen mariguana
mientras alistan sus armas y ven los últimos detalles del operativo que si sale
bien habrá de redituarles una buena cantidad de reales y joyas para botarlo en
la farra durante las siguientes semanas.
Ya listos salen para abordar un
auto y dirigirse a una zona residencial previamente detectada donde año con año
se reúne la crema y nata de la ciudad para disfrutar del ritual de una buena
velada y el ofrecimiento de los mejores deseos para año nuevo.
En esas estaban los invitados que
lucían sus mejores galas y joyas, cuando intempestivamente aparecieron los sin
nombre con armas de asalto y aquello se convirtió en la antítesis de una
celebración de despedida del año viejo.
Los asaltantes llegaron con
estética y tono a amenazante para separar a hombres y mujeres a los que fueron
esquilmando carteras y joyas al tiempo que se les humillaba con groserías y
tocamientos obscenos.
Nada que ver con el mundo diario
que cada uno de los asaltantes e invitados tenía en su haber cotidiano, unos
viviendo en las favelas donde todo falta menos la violencia, la droga y la sed
de venganza, mientras los humillados, con una vida resuelta en barrios
exclusivos con controles electrónicos para evitar a los indeseables, vehículos
de alta gama en los que llevan a sus hijos al colegio, oficinas de lujo con
bellas secretarias que están listas para atender cualquier capricho y una
cuenta gorda de reales y dólares.
Y, justo, en ello radica el papel de estos
cobradores que un día deciden invertir los papeles y ser ellos los que ahora
mandan, aunque sea por una noche y al día siguiente ellos volverán a la favela
mientras los esquilmados irán con el psicólogo para atender ipso facto el
trauma que les generó estos actos de violencia.
Quizá, este relato, poco o nada, nos dice a
los mexicanos, pues escasamente sabemos de este tipo de incursiones violentas
en zonas residenciales para llevarse sobre todo la dignidad de los humillados
que por unas horas pierden todo aquello que siempre les dio seguridad.
Sin embargo, los cobradores
existen en México, sólo que son más elementales, más para responder a las
necesidades del día a día, cómo lo vemos con los asaltantes que asolan los
barrios pobres de las grandes ciudades y abordan el transporte público para llevarse
las carteras, celulares o alguna joya de oro; también, están, los que asaltan
en cualquier estacionamientos para tomar el auto que muchos están pagando en
abonos; así mismo, están los halcones que discretamente rondan por las
entidades bancarios para identificar a quienes sacan una cantidad considerable
de dinero y a la vuelta del banco llegan un par de jóvenes montados en
motocicletas Italika que cercan y ponen una pistola en el pecho o en la cabeza
del poco precavido cliente bancario (a mí ya me sucedió en pleno Centro
Histórico de Mazatlán).
Otros, los más organizados y
violentos, son los extorsionadores que han alcanzado visibilidad con la masacre
ocurrida recientemente en Texcaltitlán donde iban por el dinero de los
pobladores y aquello, que debería evitar la autoridad, esa a la que AMLO, echa
porras como limpios, honestos y eficaces servidores públicos, nunca aparecen en
el momento oportuno provocando la humillación colectiva o, peor, la masacre de
excepción (AMLO, dixit), que gracias a las redes sociales conocimos a todo
color.
Y así, son nuestros cobradores,
que al igual que los brasileños van por el dinero y la dignidad de las personas,
sólo con una gran diferencia la realidad supera ampliamente la ficción de
Fonseca de un ¡Feliz Año Nuevo!
Comentarios
Publicar un comentario