SUEÑOS Y PESADILLAS
SUEÑOS Y PESADILLAS
Ernesto Hernández
Norzagaray
Los seguidores más convencidos de
Andrés Manuel López Obrador frecuente y sutilmente deslizan que tenemos una
suerte de Martín Luther King en la Presidencia de la República por aquello del
líder de la comunidad negra “…yo todavía tengo un sueño.
Es un sueño arraigado profundamente en el sueño americano” que en AMLO es el
eslogan de gobierno: “Primero los Pobres”.
Esto es una política
pública asistencialista destinada para mejorar el nivel de vida de las dos terceras
partes de la población que vive en algún estado de pobreza mediante una
asignación económico con lo que técnicamente mejoraría la situación del sector
más vulnerable.
Y esto es indiscutible
cuando millones de adultos mayores, jóvenes, madres solteras y discapacitados
reciben cada dos meses dinero público para mejorar su situación de marginación
social.
Sin embargo, la pregunta
que muchos se plantean es ¿de dónde salen esos recursos multimillonarios?
La respuesta a bote
pronto es que proviene de la hacienda pública, es decir, una parte de los
ingresos del gobierno se convierten en dinero para estas familias y otras, que
no lo necesitan, por estar en otra esfera social pero que cumplen con los
requisitos establecidos.
Coneval, la institución
encargada del estudio de la pobreza en nuestro país, no sólo evalúa el tema del
ingreso familiar como instrumento de medición sino tiene otras variables para
determinar el grado de pobreza lo que hace más complejo el asunto de la
pobreza.
Es decir, aun teniendo
ese dinero público, la mayoría de la gente sigue en un estado de pobreza sea
por no contar con vivienda, servicios de salud, acceso a la educación,
infraestructura o vive en un entorno donde no se garantizan mínimos de
seguridad pública que es otra forma de pobreza, carencia, intranquilidad.
Se dirá, pero, algo, es
algo, es peor no tener ese ingreso.
Y hay razón, aunque
aquel sueño de “primero los pobres” se limite a lo básico y este sujeto al
incesante proceso inflacionario o, quizá, como algunos han alertado, lo que se
da en una canasta de pesos se lo quitan a otra canasta de servicios sociales
públicos.
Hoy, por ejemplo, el
sistema de salud está colapsado y dista mucho de estar cerca de aquel sueño de
tenerlo a la altura de un país desarrollado como Dinamarca y eso, significa
simple y llanamente. que mucha gente no tiene acceso a un médico, una enfermera
o al cuadro básico de medicamentos, lo que deriva en empeoramiento de la salud
de esos mexicanos y, frecuentemente, el dinero que se le da en metálico debe
decidir entre comer y comprar medicamentos.
No se diga cuando se
habla de tratamientos que reclaman una sala quirúrgica y atención de alta
especialización que puede llevar a esperar meses o años que si es un problema
serio puede llegar primero la muerte que la intervención médica.
No hay que olvidar que
hay un segmento importante de la población que tiene serios problemas de salud
derivado de malos hábitos y problemas congénitos que complican la situación o
que se complicaron con la pandemia de Covid-19 que costó la vida de más 800 mil
mexicanos.
Más grave aun podría ser
el tema de la inseguridad en muchos estados de la república donde los grupos
criminales imponen su ley a una población frecuentemente abandonada a su suerte
y que son los que están poniendo los muertos y desaparecidos.
Hace unos días INEGI
informó que el índice de homicidios dolosos viene a la baja y, aquí, habría que
hacer dos observaciones de fondo, el número de homicidios dolosos durante el
gobierno obradorista alcanza oficialmente en este mes casi los 165 mil
asesinatos y se calcula que hay alrededor de 35 mil desaparecidos en el mismo
periodo.
O sea, bajar unos
dígitos la cifra, estando tan alta está bien, pero no es la mejor noticia,
porque siguen siendo muchos los muertos y más si se calcula que solo cada fin
de semana son asesinadas alrededor de 235 personas. Y en cuanto a las decenas
de miles de desaparecidos no se necesita ser especialista para suponer que la
mayoría de estos son personas que nunca sus familias volverán a ver porque
simple y sencillamente están muertos y sus restos están en alguna fosa
clandestina esperando que sus familiares los encuentren para darles cristiana sepultura.
Y es que dado que según
observadores de este fenómeno está demostrado que los grupos criminales
frecuentemente buscan “no calentar sus plazas” y esto lleva a que muchos de los
asesinatos que cometen contra sus enemigos, competidores o quienes estuvieron
en el momento y el lugar equivocado terminen en las fosas clandestinas.
Y ahí opera el principio
de que “sin cuerpo no hay delito” y, eso, quiérase o no, impacta en la
estadística del gobierno. Ahora se le ocurrió al presidente López Obrador que
había que hacer un censo casa por casa para ver la dimensión del fenómeno de la
desaparición forzada y él espera que con esto disminuya la estadística de los
35 mil desaparecidos pero, puede suceder lo contrario, que haya más personas en
esa condición porque sus familias prefirieron llevar la pena en silencio y no sufrir
nuevas restas en su entorno familiar cómo ha sucedido lamentablemente con
algunas madres “buscadoras” que hacen la chamba al gobierno que sus agentes las
mira con desdén desde una oficina con aire acondicionado.
En definitiva, están muy
bien los programas asistencialistas para los mexicanos en condición de pobreza,
sin embargo, hay que situarlo en su justa dimensión y no extrapolarlos a
ámbitos donde el gobierno obradorista tiene una gran deuda y no se ve como
pueda revertir lo que no pudo hacer en cinco años de abandono.
O sea, aquel sueño igualitario
de los más convencidos obradoristas tendrán que matizar reconociendo las
pesadillas especialmente para los de abajo.
Al tiempo.
Comentarios
Publicar un comentario