QUITO, TAN CERCA
QUITO, TAN CERCA
Ernesto Hernández
Norzagaray
El miércoles pasado una tragedia política
dio vuelta al mundo: el asesinato de Fernando Villavicencio, candidato
presidencial, del movimiento político Construye, a la presidencia de la República
de Ecuador.
Este magnicidio, como lo denunció
el propio Villavicencio, habría sido cometido por la franquicia local del
Cártel de Sinaloa, Los Choneros, luego de que el político ecuatoriano
había sostenido un discurso de campaña intenso contra el crimen organizado que
asola a su país y porque estaba convencido del mal que le ocasionaba a su país
y pensaba, quizá, le redituaría en votos entre una población mayoritaria
indecisa sobre el partido y candidato a votar el próximo 20 de agosto.
Y una cosa parece estar clara en
el debate político ecuatoriano actual, urge cambio en la estrategia de
seguridad pública que no está rindiendo los resultados esperados -un reclamo
que dicho de paso es una exigencia en varios países de la región
latinoamericana y que, en México, no está ausente, y no es silenciosa, por la
gran cantidad de homicidios dolosos y desapariciones forzadas a diario
conocemos en términos absolutos.
Villavicencio y su equipo de
campaña estaban amenazados de muerte por su discurso de confrontación, sin
embargo, no dieron un paso atrás sino por el contrario su candidato siguió con
su lema propagandístico ¡Es tiempo de Valientes! como lo consignó el
diario español El País cuando en un mitin hizo las siguientes declaraciones: “Esto, dijo Villavicencio refiriéndose a
la amenaza recibida, lo que hace es confirmar que, efectivamente, nuestra
propuesta de campaña afecta gravemente a estas estructuras criminales. Y aquí
estoy yo, dando la cara. No les tengo miedo. 20 años me he jugado en este país
en contra de estas estructuras delictivas, y les reitero: no les tengo miedo”.
Más aún agregó: “Se acabó el tiempo de la amenaza” …En año y
medio vamos a someter al narcotráfico. No les tengo miedo [...] Lo único que
pueden hacerme es matarme, y con eso liberamos a un pueblo entero. No le tengo
miedo a la muerte, porque yo ya vencí sobre ella”.
Y ante los llamados a protegerse de la amenaza respondió: “Me
han dicho que use chaleco [antibalas]. Aquí estoy, camisa sudada, carajo.
¡Ustedes son mi chaleco antibalas, yo no lo necesito! Ustedes son de un pueblo
valiente, y yo soy valiente como ustedes”. Luego sobrevendría el ataque mortal
y con ese cuerpo inerte se agudizaría la crisis política que había provocado la
disolución de la Asamblea Nacional y la convocatoria a nuevas elecciones presidenciales.
El presidente Guillermo Lasso ha emitido el decreto 841 en el
que se establece además de tres días de duelo nacional un “estado de excepción”
por 60 días que tiene como propósito que "Las
Fuerzas Armadas, a partir de este momento, se movilizan en todo el territorio
nacional para garantizar la seguridad de los ciudadanos, la tranquilidad de
país y las elecciones libres y democráticas del 20 de agosto".
Al
estado de indecisión de los potenciales votantes que arrojan las encuestas de
intención de voto hoy se agrega la incertidumbre ante la posibilidad de que la
violencia alcance la antesala y la jornada electoral que llevará a que un
segmento de los ciudadanos probablemente esté en clave del dilema del
prisionero, es decir, en clave de incentivos entre participar y no participar
en el proceso de elección de la representación política.
Y es
que, como lo dice el presidente Lasso, el 20 de agosto estará en juego no sólo
una elección más sino algo crucial cuando deja entrever la existencia de la
narcopolítica: “Quiero decirles a quienes buscan amedrentar al Estado
que no vamos a retroceder. El Estado está firme y la democracia no claudica
ante la brutalidad de este asesinato… No le vamos a entregar el poder y las
instituciones democráticas al crimen organizado, aunque esté disfrazado de
organizaciones políticas”.
Justo
es el riesgo que representan las llamadas narcocracias que asoman sus
tentáculos en varios países latinoamericanos y que, han pervertido el sistema
institucional, de manera que se ha naturalizado la idea de que en la fase de
selección y promoción de candidatos es indispensable tomar en cuenta la opinión
de este actor poderoso que está en las sombras de las decisiones políticas.
Ahí es
donde radica la esencia de una narcocracia porque influye en forma
determinante en la representación política, define aun con toda la parafernalia
y los recursos democráticos resultados en las competencias electorales y es que,
en esa lógica, se estaría eligiendo una suerte de lobby al servicio de
esos intereses ilegales e ilegítimos.
Luego
lo que tenemos es un nuevo enemigo de las democracias representativas o, sea,
no estamos ante lo que el politólogo norteamericano Samuel Huntington
identificó como los enemigos de la democracia contemporánea: los nacionalismos
y los fundamentalismo religiosos, sino algo más cercano, incluso doméstico que
está frente a cada uno de quienes vivimos en este tipo de sociedades, de manera
de que son parte de nuestras vidas cotidianas, sea a través de las
conversaciones, las noticias, los chismes o personajes legendarios que nutren el
imaginario colectivo y terminan por afectarnos en nuestras vida comunitaria.
Entonces,
el asesinato del político ecuatoriano no es ajeno, sea porque va a la cuenta
criminal del cártel de casa o porque nos recuerda, sucesos trágicos, que han
empañado nuestros procesos electorales y que nos acercan a lo que algunos
académicos conceptualizan como Estado fallido, es decir, Estados con una fuerte
interferencia criminal que llegan a afectar la integración y las decisiones de la
representación política.
En
definitiva, esa tragedia política que vive hoy el pueblo ecuatoriano sirva para
recordar un suceso mediático de las últimas semanas que fue parte de la
conversación pública y se suscitó a raíz de un artículo que publicó el
periodista Raymundo Rivapalacio en el diario El Financiero y que se regó como
pólvora.
En ese
artículo el autor exploró la eventualidad de un ataque del crimen organizado contra
Xóchilt Gálvez lo que provocó menciones entre la comentocracia llevando el
asunto al púlpito presidencial dónde López Obrador reaccionó mal al
considerarlo parte de una campaña infame en su contra por sus adversarios
políticos.
Al
margen del sustento de aquella reflexión periodística y la reacción del presidente,
una cosa es clara el crimen organizado es parte de la vida de este país y de
nuestra conversación pública. Como lo es ahora, más que nunca, en Ecuador.
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