EL SISTEMA Y LOS METAPRIVILEGIOS

 EL SISTEMA Y LOS METAPRIVILEGIOS

 

Ernesto Hernández Norzagaray

 

Ni duda cabe que el presidente López Obrador tiene privilegios igual que los ministros, magistrados, consejeros y comisionados, también, los tiene el general Luis Crescencio Sandoval y el resto de los secretarios de Estado, no menos la esposa e hijos del presidente, como antes los tuvieron los presidentes priistas y panistas, la estructura de ministros, magistrados, consejeros o comisionados, los generales, los gobernadores y alcaldes y no se diga, mucha de la  parentela y amistades, cercanas a cualquier nivel de poder político.

Es un modus operandi y así está armado el sistema político desde la época posrevolucionaria. Es una contribución que hicieron los generales triunfadores de la revolución social de 1910. Aquellos que ya en el poder presidencial balcanizaron el país con su sistema de cuotas territoriales, políticas y administrativas. Y eso, no ha cambiado, sino se ha “modernizado” para desgracia nuestra.

Pero, lo que parece sorprender a los ingenuos, es que siga existiendo, cuando la narrativa oficial ha dicho que con el gobierno de la 4T “se acabaron los privilegios y la corrupción” y, que nos encaminaríamos al paraíso de la medianía juarista, la transparencia y la rendición de cuentas y, de continuar con este “proceso de limpia y transformación”, muy pronto estaremos en el nivel de los países nórdicos cómo se ha prometido en materia de salud.

Tener esa ilusión nórdica es no terminar de comprender como funciona el sistema político mexicano. Olvidar aquel hallazgo del sociólogo Pablo González Casanova, quien, en los pasados años ochenta, mostró en uno de sus libros de política reminiscencias coloniales y eso habría de provocar, no sólo que estemos tatuados de ese pasado virreinal, sino que, desde ahí, hemos construido instituciones con estos privilegios impermeables a los relevos políticos incluso al discurso de las sucesivas transformaciones.

El sistema político es una construcción histórica, una serie de arreglos entre las elites del poder, un sistema de privilegios, que trascienden a generaciones de mexicanos y a los que no afecta, para nada, el ruido mediático de los discursos que serán seguramente pasajeros y lo que permanecerá son las instituciones, los arreglos de las elites con algunos ajustes y nuevos rostros.

Y es que el sistema, es el sistema, con sus personajes, narrativas, mitos, rituales, engranajes, ritmos, tiempos, conveniencias, relevos, y al final, el sistema es como la energía que no desaparece sino se transforma en nuevos personajes, estéticas, narrativas y un subsistema de creencias y lealtades coyunturales.

El largo periodo priista concluyó, recordemos, con la liberalización política que abrió las puertas a una oposición que medraba entre la marginalidad y el claustro ideológico. Y agotado ese ciclo, terminó llevando a la alternancia por la derecha panista y luego de doce años en el poder, éste sufrió una derrota electoral y se vive el efímero restablecimiento priista para, finalmente, llegar al poder una izquierda con un liderazgo legitimado en las urnas con un ideario anclado en el nacionalismo revolucionario y matices del llamado socialismo del siglo XXI latinoamericano.

Y si bien, la derrota del discurso neoliberal ha dado paso al discurso populista de izquierda, las estructuras no han cambiado, lo que cambio son los huéspedes de Palacio Nacional y todo indica que López Obrador, cómo antes Salinas de Gortari, tiene el propósito de hacer transexenal el proyecto de la Cuarta Transformación para cumplir el milagro de “erradicar” los lastres del pasado prianista y llevarnos a un paraíso donde las libertades y la igualdad será el pan de cada día.

Pero, en tanto eso sucede, la nueva élite, los nuevos huéspedes, nos revelan su propia aportación al sistema en forma de escándalos de corrupción que no distan mucho de los del pasado, negocios privados en la función pública, casas grises con aroma de tráfico de influencias, protección a los delincuentes de casa, opacidad en el manejo y contratos de la obra pública, juniorismo, nuevos ricos…

Es el mismo sistema de ventajas particulares que actualizan el microcuento de Augusto Monterroso “Cuándo despertó, el dinosaurio todavía estaba ahí” dispuesto a seguir haciendo lo que hasta entonces, simulando con los lemas publicitarios a las que se nos acostumbró al inicio de cada sexenio como la aspiracionista ¡Arriba y adelante! echeverrista; la puritana ¡La renovación moral!, delamadridista; la interlocutora ¡Que hable México!, salinista; la buena onda ¡Bienestar para tu familia!, zedillista; la truculenta ¡El voto del cambio!, foxista; la chambeadora ¡El presidente del empleo!, calderonista; la infumable ¡Mi compromiso es contigo!, peñista; para cerrar con la máxima esperanzadora ¡Por el bien de todos, primero los pobres!, obradorista.

Se que para muchos es inaceptable poner a todos en el mismo canasto sistémico y en parte, hay algo de razón en esa resistencia, por las narrativas de cambio, pero el sistema de premios y castigos es el mismo, porque sobrevive parafraseando a un clásico de la política: “los que llegan al poder son los mismo que los mexicanos”, están hasta el tuétano de lo que es el sistema cultural.

Y en ese destino manifiesto sucumbe cualquier voluntad de un cambio verdadero, y se mimetiza en un sistema, al que producto de las alianzas entre las élites, se le han hecho los anexos de los llamados órganos autónomos, es decir, se suman a los contrapesos de los poderes electos y de esa forma, el sistema político garantiza mínimos de estabilidad y gobernabilidad.

Justo en este punto es donde peligramos todos. El arreglo político de décadas está en riesgo de ruptura del sistema al querer imponer un nuevo modelo de partido único sin contrapesos, o con los contrapesos mínimos, para alcanzar la idílica Cuarta Transformación, es decir, cambiar la ruta pactada de la transición en un sentido regresivo pero que pervivan, con el adelanto conocido, el sistema de las prácticas corruptas de siempre.

En definitiva, este arreglo endogámico, en los hechos, preservaría los privilegios de siempre con el aplauso, esperemos estar equivocado, de una audiencia sonora y acrítica que se pondrá en juego en las elecciones concurrentes de 2024 y antes en los estados de México y Coahuila, pero, sobre todo, en la disputa que estamos presenciando entre el presidente y las sentencias constitucionales de la Corte. Que, sin duda, matiza los meta privilegios de las élites.

Al tiempo.

 

 

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