WERNER: COMPROMISO CON LA SINALOA PROFUNDA
WERNER: COMPROMISO CON LA SINALOA PROFUNDA
Ernesto Hernández
Norzagaray
David Werner, es un biólogo
californiano que es toda una leyenda en las comunidades sinaloenses de la
Sierra Madre Occidental desde aquel sabático que se tomó en los ya lejanos años
setenta para “salir a caminar por colinas húmedas y escuchar los cantos de las
aves en sus nidos, de pintar, registrar y organizar mis impresiones. Ese ha
sido mi sueño…” como a mediados del siglo XIX lo hiciera con las mariposas por
las islas del Pacífico sinaloense el también norteamericano Andrew Grayson para
el Massachusetts Institute of Technology (MIT).
Sin embargo, ese primer viaje,
marcaría su vida, es más la definiría, porque, además, de los paisajes
espectaculares de la serranía y la amplia gama de pájaros que existen en esa
región se encontró con la pobreza lacerante de sus habitantes que le estrujaron
el alma. Le llamó la atención especialmente el abandono que existía en materia
de salud cómo lo narra en su libro que acaba de publicar felizmente la editorial
de la UAS que dirige diligentemente Juan Carlos Ayala (Reportes de la Sierra
Madre: las historias detrás del manual de salud Donde no hay doctor) y que,
en esta obra, dolorosamente vital, fue presentada en el marco de la Feliuas
2023 mostrando un Sinaloa que pocos conocemos. Es más que muchos no quieren
conocer.
Pero Werner al ver y sentir en lo
profundo de su ser, aquel Sinaloa profundo, no se quedó impávido por la tristeza
de ver a los pobres de los pobres en estas comunidades lejos del hombre y de
dios. Al año siguiente volvió con un grupo de alumnos de la secundaria donde
impartía clases de biología. Y uno de ellos casi se le muere por una de esas
enfermedades de la pobreza y se salvó, gracias al apoyo que recibió de una
curandera con una cubeta de agua hirviendo. Bajo esas circunstancias Werner se
dio a la tarea de investigar para ayudar a esos sinaloenses olvidados y preparó
un libro que llevaba por título: Donde no hay doctor (https://www.academia.edu/10566702/Donde_no_hay_doctor),
una obra que en el prólogo se le califica de comunitaria porque en su
elaboración intervinieron además de Werner decenas de médicos
Un trabajo de investigación y
mucho convencimiento que hizo en California y todas sus pesquisas las llevó a dibujos
y textos breves que podían ser entendidas fácilmente hasta por gente iletrada.
El libro Donde no hay doctor, nos dice la presentación, “fue escrito originalmente para
los campesinos de la Sierra Madre Occidental de México, donde hace 34 años el
autor principal ayudó en la formación de un sistema de salud a cargo de los
mismos campesinos. Donde no hay doctor ha sido traducido a más de 80
idiomas y es usado por trabajadores de la salud en más de 100 países”
Más adelante, ya en los años
ochenta, sensible por el gran número de enfermedades de la pobreza muchas de
ellas que técnicamente han desaparecido con el avance de la medicina no es tal
en estas comunidades donde contrasta la majestuosidad de la sierra con sus ríos
caudalosos y las carencias que viven unos pobladores a los alcanzan las
políticas públicas. La constante son la ausencia de trabajo, educación, salud,
vivienda, seguridad, alimentos y a lo largo del libro fija estampas negras de
lo que si hay como es la explotación del trabajo de adultos y menores, carencia
de escuelas, enfermedades curables que provocan un goteo insensato de muertes
muchas de ellas en los primeros años de vida principalmente por desnutrición,
lombrices, bocio, infecciones, llagas.
Vamos, la gran cantidad de discapacidades
que encontró entre la gente de la sierra -y, en alguna forma también por una
discapacidad propia- instaló una clínica en la comunidad de San Jerónimo de
Ajoya para la atención de serranos pobres. Ante la ausencia de recursos públicos los consiguió
a través de donaciones y la venta de sus imágenes que nos dice, frecuentemente,
las hacía en medio de la noche y bajo la luz de una cachimba.
En aquel entonces el PRT, un
pequeño partido trotskista, conocido coloquialmente como PRT tres, por su
escasa militancia hacía trabajo político entre campesinos de la región de Coyotitán.
Algunos de ellos eran los primos Lamarque. Y Martín, el más joven, se cruzó en
el camino con David Werner y coincidieron en la clínica, incluso, este fue a Palo
Alto, California, donde está la sede de la fundación Hespieran y hasta a la
fecha me dijo hace unos años vive en la Bahía de San Francisco.
Comentó este hecho porque como lo
dice Werner los problemas de salud “depende más de factores socioeconómicos, políticos
y medioambientales…si los promotores de la salud quieren conseguir cambios
duraderos, deben movilizar al pueblo para mirar hacia el futuro y trabajar
unidos por el bien común, tanto local como globalmente”.
Recuerdo de aquellos años ochenta
un artículo que Werner publicó en la revista Nexos sobre el narcotráfico y la
violencia. Uno de los peores males de la sierra. Que está en el entorno
familiar y se ha normalizado. Las historias de violencia narradas en el libro
son numerosas. Sean contra los escasos liderazgos agrarios como contra las
mujeres, contra las ancianas, los niños. Aunque dice el autor que le tardó en
reconocer que detrás de la violencia cotidiana incomprensiblemente “hay amor”. Que
paradójicamente detrás de toda esa violencia la gente serrana es buena.
Naturalmente buena y es capaz de dar al extraño hasta lo poco que tiene sin
esperar nada a cambio.
Werner, sin embargo, conmovido
por lo que ve en esos pueblos perdidos en los montes de la serranía, ha hecho
un esfuerzo sobrehumano para conseguir apoyos desinteresados y hoy ha creado en
Ajoya, una institución que lleva su nombre, en reconocimiento a su labor
altruista entre los pobladores de la serranía aun en las condiciones adversas
sea por cuestiones ambientales como por la violencia de la región.
Quiero cerrar este artículo,
recordando una experiencia, que tuve hace unos años cuando como presidente de
la Sociedad Histórica Mazatleca (SHM) distinguimos a la memoria del fotógrafo
Edward Weston, quien es reconocido por haber creado el género de la fotografía
abstracta, y por una de esas imágenes, que llevó por nombre: La gran nube
blanca sobre Mazatlán.
Bien, en la SHM, supimos que un
nieto de Weston trabajaba y vivía en la comunidad de Ajoya, lo invitamos a la
develación de una placa en su honor y que instalamos en un muro del CUM, en el
Paseo del Centenario y este norteamericano sencillo llegó en un camioncito una
media mañana con su familia y una decena de discapacitados que recibían
atención en la clínica, lo cual nos pareció un gran detalle y develamos y nos
tomamos fotos que lamentablemente se quedaron en algún celular y horas después
volvieron a la Sierra. Al tiempo, en una nota pérdida en la prensa me entere que,
a este buen hombre de la estirpe de los Weston, había sido asesinado presuntamente
por el crimen organizado.
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