UN HUMANISMO CON ADEUDOS
UN HUMANISMO CON ADEUDOS
Ernesto Hernández
Norzagaray
Rubén Rocha Moya,
cronológicamente es como se dice un hombre de edad, que desde hace rato pinta
canas y las exhibe sin problema alguno.
Esas canas le dan un aire de
abuelo bien avenido que se redondea felizmente con esas fotos virales de cuando
abraza a un niño o una niña, conversa con un o una adolescente, o se sienta a
charlar en una tarde con una doña de barrio o con el discapacitado que reposa en
su silla de ruedas mientras ve pasar el tiempo.
Es decir, con esas acciones
edificantes, fortalece su empatía natural y mejor si el aparato de comunicación
social del gobierno del estado la administra para instalar en la conciencia
colectiva esa imagen sonriente, empática, encantadora, solidaria y bonachona.
Y, no puede ser de otra forma, Rocha
Moya si nos vamos por la evidencia está empeñado en vender una cara humanista
de su gobierno.
Y es que el primer año se le fue
entre el aprendizaje y los errores, las improvisaciones en su gabinete, la
lucha por el control absoluto del estado, los escándalos de corrupción política,
los desafueros de los alcaldes y ahora para cerrar el año, hasta corregir la
plana por un puente en construcción que se cae estrepitosamente dejando muchos
interrogantes sobre las empresas que ganaron la licitación de las obras.
Sin embargo, con esta orientación
publicitaria, pretende a la usanza de los propagandistas del socialismo
europeo, dotarse de un discurso moderno, edificante, renovador y de izquierda, donde
la gente aparezca en el centro de preocupación de su gobierno y es por eso, que
habla de humanismo, pero, al menos en el primer año, el discurso no parece
corresponder con los actos marcados por la opacidad y una cierta dosis de
autoritarismo. Así, que, si quiere seguir en esa línea, deberá buscar los
equilibrios entre imagen y hechos; entre el decir y el hacer.
Ahí, están, las soluciones finales
que le dio al affaire de las alcaldías de Culiacán y Mazatlán donde sin
rubor alguno impuso a dedo a sus ahijados como nuevos ediles y rescató al
exalcalde porteño, acusado de múltiples actos de corrupción por varios
regidores y organismos sociales para convertirlo impúdicamente en flamante
secretario de Turismo del estado -y, dicho de paso, esta semana Jesús Estrada
Ferreiro con permiso para separarse del cargo de alcalde, entregó un oficio a la
oficialía de partes del gobierno municipal para reincorporarse en el cargo lo
que significa que las autoridades deben responder conforme a la ley. A ese
hombre se le hizo una injusticia.
El gobernador dijo que fue para
garantizar la gobernabilidad. En esta lógica llana, el mensaje es claro. Puedo
quitar a cualquier alcalde y poner a quien garantice mis intereses. Y así, se
saltó la convocatoria de nuevas elecciones en los dos principales municipios
del estado y premió a un personaje del que todos los días nos enteramos, con
impotencia, de cómo derrochó el dinero público de los mazatlecos.
Esta lógica de garantizar la
gobernabilidad choca con la pedagogía política Gabriel Boric, el presidente
chileno, quien en su visita reciente al Senado de la República vino a recordarnos
que en una sociedad democrática: “los problemas políticos siempre deben
resolverse con mayor democracia”, es decir, con fortalecimiento del Estado de
Derecho, la transparencia, la rendición de cuentas y la responsabilidad
política.
Y, esto, hasta ahora, es un
adeudo y no se olvide que hay una enseñanza en la política mexicana que dice
que lo que no hagas en los primeros tres años de gobernador ya no lo vas a
hacer en los siguientes.
Entonces, ante el balance que no
sobrevive al análisis racional porque no hay manera de justificarlo se presentan
dos opciones: Una, que llamaba hacer política con más democracia o, la otra,
autoritarismo con un baño mercadológico de empatía con exponentes de los
sectores vulnerables a quienes se les brinda imágenes exaltadoras, discursos
emocionales y apapachos mediáticos.
Y, sin duda, Rocha, opta por lo
segundo, una vez que expresó su mea culpa afirmando que está dispuesto a
“pagar el costo político” por malas decisiones o, mejor, por la decisión de
haber salvado al ex alcalde de Mazatlán, e impuesto a sus ahijados políticos,
siente seguramente que es un arroz que ya se coció y puede ser, porque en la
fiscalía, no avanzan los asuntos con la celeridad requerida y, cómo dice la
máxima del derecho democrático: “justicia que no es pronta, ni expedita, no es
justicia” y, si no, que se lo pregunten al alcalde desaforado Estrada Ferreiro.
Ahora bien, una apuesta
mercadológica a una mala percepción política no necesariamente dará buenos resultados,
hay experiencias de gobernantes que le han apostado todo al marketing político con
pésimos resultados.
Y no hay que ir muy lejos para
darnos cuenta de que el marketing no es capaz de hacer todo, no convierte a diablos
en ángeles, ni feos en guapos y menos a corruptos en honestos, importa la
historia del personaje, el mono y sus virtudes.
Es el caso del innombrable exalcalde
de Mazatlán que vació las arcas para darse una vida de placer pretendiendo convertir
sus carencias en capacidades; sus pobrezas en virtudes; su deshonestidad en honestidad,
incluso, su edad en juventud y ante la falta de atributos físicos intentó compensarla
con vehículos de alta gama, ropa de marca, lentes oscuros Gucci y se rodeó de bellas
chicas zalameras.
No es el caso del gobernador, pero
ya dio el paso en el marketing, para dotar a su gobierno de la imagen humanista
en el imaginario colectivo y un virtual compromiso con los sectores vulnerables
y para ello, mucha imagen, refrendando el incentivo de ciertos valores escasos
en la política: madurez, empatía, amor al prójimo, solidaridad…
En definitiva, lo que desde
nuestro modesto punto de vista tendría que hacerse es buscar el equilibrio
entre la imagen y los hechos, entre el decir y el hacer, anclar la frase con la
confianza pues de lo contrario, el resultado, podría terminar siendo hueco e
irrelevante en una audiencia cada día más exigente.
Sólo así, las canas, hablaran por
sí mismas.
Al tiempo.
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