LOS POLÍTICOS DEL ULTIMO VAGÓN
LOS POLÍTICOS DEL ULTIMO VAGÓN
Ernesto Hernández
Norzagaray
Son muchos los sobrevivientes de
la izquierda radical comprometidos con el obradorismo y su 4T. La mayoría de
ellos se encuentra en la edad del sexto o el séptimo piso. Y todavía respiran
revolución, pero son sus últimos respiros y quizá por eso, se han colgado con
entusiasmo al obradorismo cómo una forma de reivindicación personal y estar
curados en salud revolucionaria.
Atrás, en el vagón de los
recuerdos, han quedado sus monólogos sobre el reformismo al que consideraban
sus enemigos porque eran “contenedores del movimiento” y ahora vuelven para
liberar las fuerzas de la revolución social.
Ya no repelen a los tránsfugas
del PRI y el PAN y los llegan a considerar “compañeros de viaje” que cuando
avance el “movimiento” los irán bajado en las estaciones del anhelado cambio de
régimen.
Aquella plataforma para ir más
allá de donde está dispuesto a ir Andrés Manuel en su lucha contra los
conservadores y neoliberales.
Cuando, eso suceda, en su
imaginario, serán la reserva del mejor obradorismo. Aquella vanguardia que no
claudica. Que sabe lo que quiere porque ha dormido con la revolución cincuenta
años. Y sabe también lo que le falta y lo que le sobra a este gobierno. Y no
van a cejar en su empeño porque les asiste la razón histórica y será en honor a
sus muertos. A sus sueños e ideales nunca cumplidos.
Pero la edad con sus males ya los
alcanzó y eso no tiene remedio. Por eso el desespero de sentir que están en el
lugar correcto de la historia. Y no van a transigir ante pequeñeces. Lo suyo es
la revolución. La radicalización del movimiento. El programa alternativo y la
profundización del movimiento de la 4T.
Solo que hay un problema técnico.
No hay partido, como espacio de debate, donde se exprese la diversidad del
movimiento. Y es que el partido y el movimiento tiene nombre y apellido.
Acaso ¿no se hizo patente en la
contramarcha del 27 de noviembre en la Ciudad de México? O no nos dice nada el
púlpito matutino donde es amo y señor o si no que se lo pregunten a la panista
Xóchilt Gálvez, que intentó esta semana ejercer su derecho de réplica ante un
infundio del presidente.
Las banderas de Morena y sus
aliados en la contramarcha se guardaron para no restar visibilidad a Andrés
Manuel. Que el nombre resonara y alcanzara el cielo. Esparciendo su aliento
entre la multitud que lo vitoreaba. Y cuidado con el que intente matizar esa
movilización. Porque viene la retahíla de yo estuve ahí. Yo lo vi. Lo toque. No
dejaré mentir. Es la defensa a ultranza del mito.
Y eso, quizá, no está en el guion
del izquierdista tardío. O si, porque lo capturó la fascinación por el líder, y
es que no hay que olvidar que la vieja izquierda mexicana culturalmente está
impregnada de nacionalismo revolucionario. O ya olvidamos, el llamado de ¡Unidad
a toda costa! durante el cardenismo que animó a José Revueltas a sentenciar
como una maldición que en México existía un “proletariado sin cabeza”.
Pero, dirán, no, eso es cosa del
pasado. Son locuras etílicas de Revueltas. Aquí está la reserva. Los que han
picado piedra por décadas. Y saben lo que hay que hacer.
Pero en el fondo está ese
desespero de pensar que se les fue la vida y nunca vieron el sol luminoso de la
emancipación proletaria con el que alguna vez soñó Mao. Un gobierno de obreros
y campesinos de hombres y mujeres libres. Por eso, lo de abordar el último
vagón de este tren llamado Andrés Manuel, que tiene como destino la idílica escena
de la Cuarta Transformación.
Acompañar y defender a Andrés
Manuel, es hacer la revolución, por que al hacerlo se acompañan y se defienden
a sí mismos, es la idea lo que prevalece, el sentimiento de haber cumplido y
contribuido, hacer lo que otros ya no pudieron, porque los alcanzó el tiempo de
la despedida.
En definitiva, son en cierta
forma, como aquellos personajes del escritor Luis Sepúlveda que inmortalizó en
su novela: Somos la sombra de lo que fuimos.
Se trata de tres viejos comunista
que están de regreso a su país luego de años de exilio y se reencuentran en
Santiago. Entonces, en el último tirón
de sus vidas, retoman la acción directa y se dan a la tarea de tomar por asalto
un banco para sentir que el tiempo no ha hecho mella en su militancia. Pero el
mundo había cambiado.
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