ABYECCIÓN POLÍTICA
ABYECCIÓN POLÍTICA
Ernesto Hernández
Norzagaray
La semana que acaba de terminar nos ha dejado una escena de
abyección que pensamos que ya habíamos dejado atrás con el proceso de
desarrollo democrático de los últimos 40 años y que tiene que ver con un mundo
plural donde en la diferencia hay espacio para el entendimiento mediante el
diálogo, la negociación, el acuerdo político y el buen convivir.
Y es que resulta que la sumisión de la mayoría que vimos
primero en la Cámara de Diputados se reeditó en la Cámara de Senadores.
A diputados y senadores morenistas, pevemistas y petistas,
les llegó la iniciativa presidencial de reforma electoral y al ser rechazada
por la oposición que estaba previsto se puso en marcha lo que se conoce como
Plan B.
Un conjunto largo de reformas a leyes secundarias,
reglamentos y códigos y este documento de más 300 cuartillas fue votada sin
haber sido leída y al no conocerse, menos, fue discutida y acordada con las
fracciones de la oposición.
No es mi interés reproducir el relato ya conocido sino
sustanciar esto que denominó abyección política de la mayoría legislativa.
¿Qué es la abyección simple y llana? De acuerdo con el
Diccionario de la Real Academia Española tiene dos acepciones: Una, como bajeza
y envilecimiento extremo, mientras la otra, es simplemente humillación.
Mejor lo que nos dice Martha Nausbamm, una filosofa judía,
que ha escrito sobre la condición humana en situaciones límite, la frontera
entre la abyección y la dignidad humana.
Dice está filosofa que “la repugnancia tiene que
ver con el temor a incorporar en nuestro interior, en nuestro cuerpo, un
elemento contaminante –lo abyecto, lo que se rechaza o arroja fuera de sí– que
proviene de un objeto ofensivo. Se siente repugnancia o asco porque uno piensa
que se volverá vil o contaminado por la ingestión o contacto con aquel objeto.
¿Y cuáles son los objetos que generan repugnancia? Son sobre todo los animales
y productos derivados de los animales, aquellos que consideramos desechos o
basura. Es decir, la repugnancia se centra en la descomposición y los desechos
animales, en cadáveres y heces”.
Ergo, la abyección,
ocurre cuando consumimos algo que culturalmente nos han dicho “no has de comer”
por que te puede envilecer y eso entre los políticos poco éticos, lo leen en
clave de que la política es el “arte de comer mierda sin hacer gestos”, lo que
choca con una visión humana y se acerca más al espíritu animal.
Justo, la Nausbaumm,
explica esto de la siguiente manera: “a todo esto subyace la necesidad de
establecer una clara frontera entre nuestra humanidad y nuestra condición
animal, entre el ser humano y los animales…La mayoría de las culturas, si no
todas, vinculan la dignidad humana con la capacidad para lavarse y eliminar
desechos…la repugnancia, entonces, está relacionada en última instancia con el
temor a ser mortales y corruptibles. La filósofa sigue aquí al psicoanalista E.
Becker, quien señala que la excreción muestra al hombre su abyecta finitud, su
frágil condición material. De ahí que nos produzca ansiedad la vulnerable
condición que compartimos con el resto de los animales, el hecho de que estemos
destinados a la descomposición y a convertirnos en productos de desecho”.
El individuo que milita
en un partido está en ese espacio cerrado donde implícitamente hay un dilema
que puede estar o no resuelto, y eso tiene que ver con las prácticas que en el
existen sean democráticas o autoritarias, lo que significa que en democracia la
repugnancia se dirime a través de la toma de decisiones colectivas y, en el
autoritarismo, los individuos que están en política frecuentemente deben como
vulgarmente se dice “tragar sapos” o “comer mierda”. Y al hacerlo, está más
cerca, de aquella imagen plástica justificativa: “Hay que ser cochi, pero no
tan trompudo”.
Lo que vimos el
miércoles y el jueves por la madrugada fue la renuncia ética de la izquierda
más moderna ha seguir hablando, como lo hacía en el pasado. Cómo la reserva
moral y de justicia social de este país. Al someterse a los dictados
autoritarios de AMLO engulló lo que siempre dijo que no haría porque
“moralmente” era superior. Dejó a un lado la repugnancia y se atascó en lo que
repugnaba. Se atascó en la abyección y si lo vemos en términos maquiavélicos de
que “el fin justifica los medios”, nunca la regresión autoritaria será un
mérito, y menos para la izquierda.
Al tiempo.
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