URQUIDY Y EL ZURDO RAMÍREZ

 URQUIDY Y EL ZURDO RAMÍREZ

 

Ernesto Hernández Norzagaray

 

José Urquidy y Gilberto “El Zurdo” Ramírez, dos deportistas mazatlecos de fuerza y cepa, escenificaron momentos estelares el pasado fin de semana en Houston y Abu Dabi en el Emirato Árabe.

Uno, como pitcher estelar de los Astros de Houston, que se coronaron por enésima vez campeones en la Serie Mundial de beisbol y el otro, como boxeador, derrotado, pero que ha sido capaz de llegar al disputar al ruso Dmitri Bivol el título mundial de los semipesados.

Urquidy, nos dicen, fue uno de los niños que por centenas cada fin de semana llegan a los campos de la Liga Infantil de beisbol de Mazatlán mientras Ramírez, uno de los adolescentes que diariamente acuden a esa gran escuela de box que ha creado la familia Zapari y, que, con esos arreos a golpe de cansancio y sudor, más tarde, tomó vuelo propio en los ring internacionales bajo la tutela del olímpico y excampeón méxiconorteamericano Oscar de la Hoya.

Urquidy, salió en hombros de los aficionados, mientras el otro, cabizbajo, triste, y tiene ahora que cargar con el aprendizaje de su primera derrota luego de 44 victorias consecutivas, no obstante, pese a los resultados contradictorios, ambos tienen algo tienen en común, que es Mazatlán.

El deporte porteño ese gigante silencioso que tiene muchas caras sudorosas sea en el maratonismo o el atletismo; el ciclismo y el boxeo; el beisbol y futbol; el tenis y el elitista golf; la natación y el deporte mental, el ajedrez o la tauromaquía.

Todos ellos, resultado de esa voluntad del patasalada por enfrentar retos personales que, para desgracia nuestra, resultado de una política pública generosa destinada a apoyar esos espíritus voluntariosos que surgen generalmente de las colonias populares y, que, contra viento y marea, van ganando espacio en el mundo deportivo.

Tarea nada fácil, en un mundo donde hay una competencia silenciosa entre los gobiernos y el tesón y las capacidades naturales de quienes practican un deporte, como una forma de sentirse útil o alcanzar un lugar en la historia de los deportes.

O, mejor, escaparse a través del deporte de los riesgos que representa la puerta falsa de los paraísos artificiales que día tras día va por nuestros jóvenes con su oferta maldita del sicariato.

Entonces, el deporte salva vidas, cómo sucedió probablemente con José Urquidy y el Zurdo Ramírez, que son, unos entre muchos, que encontraron en el deporte una posibilidad de una vida mejor.

Y vea, si no, Ramírez proveniente de una familia pobre que, desde muy temprana edad, cómo muchos sinaloenses tuvo que granjearse la vida, cómo él, lo recuerda, en las entrevistas, en las duras jornadas de la construcción, cómo peón de albañilería.

Alejados de las drogas y el dinero presumiblemente fácil, qué no es tal, como lo constatan miles de jóvenes que han perdido la vida o han desaparecido sin dejar huella de su paso por el filo de la navaja.

Y, hoy, esa experiencia positiva se incuba en esos niños y jóvenes que todos los días suben al malecón para correr mientras disfrutan de un amanecer de claroscuros o atardeceres encendidos de colores que se pierden en el estrepito de las olas blanquecinas.

Hay en ello, algo de magia, que anima a saltar a la búsqueda de una satisfacción o un gran escenario como el que Urquidy y Ramírez han encontrado a su paso hacia la gloria deportiva.

No ha faltado el mazatleco que exalta los logros de Urquidy y le reprocha la derrota a Ramírez ante Dmitri Bivol, sin reconocerle a este, meses de entrenamiento duro en la montaña o en los valles, en los gimnasios y en las pistas de cardio, la abstinencia y la soledad en los días de sacrificio donde se forja el carácter del deportista y, frecuente, se incuba la victoria o la derrota.

La afición siempre será ingrata porque está del lado de la victoria, nunca de la derrota, y eso es injusto, por los cientos quizá, miles, de horas dejadas en el entrenamiento con sparrings y los llamados duros del entrenador.

Y es que el público, lamentablemente, todo lo resuelve en clave de triunfo o de derrota, no importa el desempeño en el ring, la esgrima boxística o la atrapada para la jugada perfecta en beisbol, cómo sucedía en el pasado, cuando la gente iba a disfrutar del deporte sin importar el resultado que era accesorio, materia de estadística, no de actividad lúdica, de gozo que nos deja estos grandes mazatlecos.

 

 

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