EL DOGMA DE LOS ESCEPTICOS
EL DOGMA DE LOS ESCEPTICOS
Ernesto Hernández
Norzagaray
A la vista es una contradicción. Un escéptico está construido
con el barro de la duda, mejor con el cemento del rechazo, no tiene espacio
para las certezas, porque para ellos la acción humana es impredecible y más,
cuando de intereses se trata, por eso no hay espacio para el optimismo, los
cautiva la tensión, el fatalismo. Todo va siempre para peor, salvo, que al
poder lo seduzca el pesimismo.
O sea, que los poderosos, sucumban ante las certezas del
escéptico. Pero sería imposible en el mundo real. Por eso el escéptico vaga por
el territorio seguro de la desconfianza. Atrás de todo siempre habrá una trampa
como dice la máxima del poder: El que hace la ley, hace trampa.
Entonces, ¿cómo ser optimista en un mundo en que la trampa es
la ley y la ley es la trampa? Y ese falso dilema termina por llevar a un mundo
binario de bueno y malo. Será bueno aquello que está del lado de las certezas y
malo lo que está lejos de ellas. No hay espacio para los grises que son los que
dominan al mundo.
Ese es el punto del encuentro con la posibilidad de cambio.
La salida de las coordenadas cerradas del blanco o del negro. De los dogmas de
uno u otro color ideológico. La oportunidad que tienen los que buscan inyectar
una dosis de cambio a una realidad que resulta para unos insoportable y para
otros un estado de confort.
¿Cómo conciliar estos mundos cuando se repelen por su propia
naturaleza? Sin embargo, el agente de cambio aprovecha los resquicios que
ofrece el ángulo de los grises, para romper con el mundo paralitico de lo
binario. Lo sorprendente es que hay reformistas que cultivaban el escepticismo.
La pregunta es ¿Por qué alguien que sabe el valor del
reformismo le apuesta al resorte del escepticismo? ¿Por qué la duda de que algo
puede cambiar? Cuando recuerda el lirismo de Lupita Pineda: Cambia lo superficial/ cambia también lo profundo/cambia el modo de pensar/ cambia todo en este
mundo/ cambia el clima con los años/cambia el pastor su rebaño/y así como todo
cambia/que yo cambie no es extraño.
Se preguntará a qué viene todo este preámbulo de ribetes
filosóficos y líricos. Porque quiero ser optimista. No quiero, porque ya lo
sufrí, el pesimismo del escepticismo. Y porque el escepticismo llega en caso
extremo a ser enfermizo. Y la enfermedad aísla. Comunica solo con los que
comparten valores y creencias. Lealtades y certezas. Incluso la rabia de la
impotencia. Y eso es infame. Sea como construcción social de una amistad. Sea
como sistema de ideas. Sea como percepción de la realidad. Sea como
construcción institucional.
Cuando lo que construye es la suma en la diversidad. En la
libertad de ideas. No en pensar en clave dogmática. Aquella dogmática de “estás
conmigo o estas en contra de mí”, aunque, se diga, que se hace en el ejercicio
de la libertad. En la capacidad de discernir. De razonar con el otro.
No, cuando, ante la diferencia viene la descalificación y la
insidia, como instrumentos de socavamiento del otro. Y si esto ocurre en la
inteligencia escéptica ¿qué se puede esperar de quienes solo cultivan el odio,
el fanatismo y resentimiento? Nada.
La Universidad se construye en la diferencia. En la capacidad de
confrontar y al mismo conciliar en abstracto y lo concreto. La UAS pasa por una oferta de cambio. No está
en la cabeza de los escépticos sino en el cambio posible entre las elites que
dominan su imaginario. Las que miden sus posibilidades en un espacio de lucha
por el poder.
Nada es gratuito. El resorte reformista que se ha activado y está
sólidamente sustentado en lo que se ha dado llamar el Modelo Educativo UAS 2022
es una respuesta que los universitarios todavía desconocen y ya veremos sus
alcances. Los alcances que puedan imprimirle los agentes institucionales y no
institucionales.
Es un proyecto y todo proyecto de modelo está sujeto a las
condiciones y la voluntad de los actores decisivos. Pero, en tanto, el dilema
no es reforma o revolución. Es tan solo una provocación de cambio y ya veremos
hasta dónde llega. A lo mejor se queda en el intento ante un eventual confort e
inercias en las escuelas y facultades, centros de investigación y desarrollo.
Pero, mientras, hay que darle una oportunidad, por simple pragmatismo,
no hay otro que haga contraste. Se dirá ahí están las iniciativas de reforma
universitaria empujémosla. Hagámosla realidad. Si, vamos por ellas, rompamos
inercias y conveniencias que son muro de contención para superar lo existente.
Antes de ese desafío, aprovechemos lo que hay, lo que ofrece como
un mecanismo de superación del conflicto entre las elites, pero, ese es el gran
dilema. ¿Quién está dispuesto a dar el paso? Eso como lo dice la Dra. Herrera Bustillos,
la experta en reforma de la educación superior, depende de la voluntad de los
agentes que administraran los cambios.
Si no hay eso, quedará como algo que pudo ser y no fue. como otros,
de las elites internas y las de fuera. Habrá triunfado el escepticismo. Y
vendrá el reproche: ¡Ya ven, se lo dijimos! Si no se cambia tal y tal, esto no
cambiara. Y agregara sutilmente: ¡Yo tengo la varita mágica!
Pero, no, en la reforma universitaria, no hay varitas mágicas, lo
mejor que hay son los consensos para lograr una mejor universidad. Si estos no
existen, nada hay que hacer. Habrá que esperar un mejor momento y, quizá, ya no
nos toque por la edad.
Recuerdo que Jorge Medina Viedas, quizá, el más ilustrado de los
rectores en los últimos 40 años, intentó en condiciones muy difíciles una
reforma de la Universidad y logró el consenso de las fuerzas dominantes en la
casa de estudios. El optimismo de una generación estaba con él. Avanzó hasta donde
pudo y cuando intentó darle continuidad con la candidatura de Liberato Terán, sus
camaradas y algunos de los escépticos de hoy, se opusieron e impusieron un
candidato que ni siquiera cumplía con el requisito mínimo de una licenciatura.
Ahí no fue el escepticismo, fue la certeza del poder, la que se
impuso con las consecuencias conocidas. Y ese escepticismo reconvenido está
ahí, agitando, esperando, su prístina oportunidad.
Al tiempo.
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