RECORDAR DE DONDE VENIMOS
RECORDAR DE DONDE VENIMOS
Ernesto Hernández
Norzagaray
Para saber adónde vamos. Las
movilizaciones masivas celebradas en la Ciudad de México y otras 50 urbanizaciones
de todo el territorio nacional en defensa de la democracia, el sistema
electoral y el INE, plantea un desafío de análisis, para observar este fenómeno
en una perspectiva en general y en cada uno de los estados, que con mayor o
menor participación, dejó ya su impronta, en el registro de nuestras luchas
políticas por la democracia aunque para la visión patrimonialista que domina el
imaginario obradorista estas serían conservadoras, retrogradas, motivo de un
“striptease político”.
Ya sean estas luchas las
estudiantiles ocurridas a finales de los años sesenta que exigían libertades,
las de los electricistas los años setenta que reclamaban democracia sindical,
las de los panistas y la izquierda socialista en los años ochenta movilizadas por
la defensa del voto que frecuentemente era truqueado, en los noventa por las
movilizaciones del perredismo para que se les reconocieran sus triunfos y
dejaran asesinar a sus militantes; en la década del 2000 la lucha ciudadana por
la alternancia y las movilizaciones del obradorismo reclamando un triunfo que
nunca se ha demostrado y que dejo más dudas que certezas, en las del 2010, las
ciudadanas contra la corrupción para cerrar el ciclo con la movilización en
defensa en nuestras instituciones democráticas y los riesgos de un renovado
maximato.
O sea, lo sucedido el pasado
domingo, no es una instantánea, sino un proceso dinámico el que hemos vivido a
lo largo de décadas, cada vez con manifestaciones distintas, pero con una misma
vocación democrática, y siempre se ha logrado algo con mayor o menor profundidad
en el sistema electoral y de partidos como de políticas públicas.
Recordemos, los años sesenta,
trajeron la llamada “apertura democrática” y la reforma electoral de 1978 que
amplió el sistema de partidos que cerró la etapa del llamado del sistema de
partidos hegemónico sin oposición (Sartori, dixit); los ochenta que quitó
competencias al gobierno en materia electoral y derivo en la construcción por
consenso del IFE y el inició de elecciones competitivas y procesos de
alternancia en buena parte del país.
Los noventa con un sistema
electoral más sólido inauguramos los gobiernos sin mayoría legislativa y una
negociación intensa y democrática que dio pie a las instituciones que ayer y
hoy se busca destruirlas o al menos socavarlas para ponerla al servicio de un
partido político, peor de una persona, lo sorprendente es que entre los
destructores se encuentran los que en el pasado las consideraban parte de sus
conquistas políticas.
En el primera década del 2000
tuvimos la alternancia a favor del PAN y nuevas reformas electorales que,
técnicamente, pondrían candados para que en el caso de elecciones cerradas,
pudieran ser recontados los votos y de esa forma dar mayor certeza a la
competencia electoral, y en la segunda década del siglo XX, vuelve el PRI a la
presidencia de la República y la búsqueda de pactos interpartidarios que
terminaron muy mal por la gran corrupción que se vivió en esa administración y,
creo el argumento central del obradorismo, para ganar ampliamente las
elecciones concurrentes de 2018.
Y, finalmente, en lo que llevamos
en la tercera década vivimos, el mayor intento desde un gobierno legítimo
intentar echar abajo las instituciones de la democracia bajo el supuesto de que
son hechuras del “viejo régimen político corrupto”.
Lo que paradójicamente ha venido
acompañado por la militarización de la vida pública y en lo político, el
exceso, de volver a que el gobierno administre los procesos electorales.
Y en ese punto estamos, se busca
mediante el garlito de que las instituciones del pasado hay que reconstruirlas como
si el obradorismo no hubiera puesto ni un solo tabique institucional y ofrece a
cambio como pilar la transformación política a través de la idílica cuarta
transformación, que no termina por saberse más allá de la narrativa justiciera
lo que representa en clave de futuro económico, político, social y cultural.
Y ya lo deberíamos de saber,
cuándo estamos por cerrar el cuarto año del gobierno de Andrés Manuel, los
saldos en materia económica si bien a nivel de las variables macroeconómicas es
satisfactorio en el micro el incremento de pobres es el dato más significativo
de las fallas del modelo que guía a este gobierno.
En lo social tenemos una política
horizontal destinada ayudar a los más pobres pero que choca brutalmente con una
reducción de recursos destinados a la salud, la educación o vivienda, no se
diga que en estos años hay un incremento nunca visto del protagonismo criminal
y la polarización social de la que vimos estampas el pasado domingo y lunes.
En tanto, lo político, el
consenso ha dejado de ser la pieza clave del entendimiento en la diferencia
para abrir paso al disenso entendido este como confrontación permanente entre
contrarios.
Y lo cultural, construido sobre
los cimientos de una visión nacionalista con anclajes en los grandes pilares de
las transformaciones y personajes que obviamente culminan en el actual
residente de Palacio Nacional.
En definitiva, lo ocurrido el
pasado domingo, es la defensa de lo construido y la búsqueda de un horizonte
donde quepamos todos, más allá de orígenes raciales, concepciones políticas, niveles
sociales e ingreso, que necesariamente pasa por políticos capaces de leer
mensajes en clave democrática y en favor, de las mayorías del país, seguir en
la ruta de la polarización lo único que lograremos es más polarización donde la
confrontación será cada vez más pasional e incapaz del logro de la concordia
nacional.
Y esa concordia, no puede ser
otra, que las que subyacen a las instituciones que nos hemos dado y si estas no
funcionan, los representantes políticos deben, están obligados a sentarse a
discutir y acordar lo que se tenga que discutir y acordar para alcanzar los
acuerdos que el país necesita y alejarnos de ese imaginario binario de buenos y
malos, transformadores y conservadores, honestos y corruptos, pobres y ricos…
Se ve lejos, pero no hay que
dejar de exigirlo, solo así, repito, podremos saber adónde vamos.
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