OLAS ALTAS, VISTAS DESDE UNA SUBURBAN
OLAS ALTAS, VISTAS DESDE UNA SUBURBAN
Ernesto Hernández
Norzagaray
Y vistas a través de unas gafas Gucci,
desde la comodidad refrescante de una temperatura ad hoc, una compañía femenina
olorosa a Chanel y una copa de whiskey single malt en mano, permite ver
el mundo de otra manera, más gratificante, reconfortante.
Los atardeceres acrisolados como
un homenaje a la buena fortuna de haber nacido donde se rompen las olas, el estrepito
marino como el llamado para seguir esa buena vida y la brisa, con olor a sexo joven,
como la bendición para seguir haciendo lo mismo que es disfrutar del tiempo y
la vida que es efímera, dolorosamente efímera.
Esa atmosfera lúdica, no se le
hubiera ocurrido crearla, aunque si recrearla, a Amado Nervo, el bardo nayarita,
quizá, tampoco a los poetas Juan José Tablada, Enrique González Martínez o a Pablo
Neruda, en sus andanzas por estas tierras, aunque dejó un registro triste en Canto
General.
Menos a la delicada escritora Anaís
Nin o a los vagos incorregibles de la generación beat, que con Kerouac a
la cabeza llegaron un día a esta costa y disfrutaron de los acantilados y
atardeceres mientras consumían un poco de hierba.
Y es que Mazatlán con sus Olas
Altas tiene una magia antigua desde antes de que le cantaran José Alfredo
Jiménez o Fernando Valadez.
O que, en ella, se escuchara el
fragor de la tambora con el sonido suave y el ritmo amoroso de el Niño Perdido
mientras abajo, a unos pasos, se rompían insensatamente las olas dejando su espuma
blanca.
Olas Altas no es el cemento sino
la bahía caprichosa que ha inspirado a los poetas y a los bohemios de la Fonda
del Chalío que, a diario regresan, para ver el amarillo mar de Gilberto Owen o descubrir,
un día si y otro también, el fugaz rayo verde, oculto, caprichoso, en el
horizonte infinito.
Pero, ver Olas Altas desde una Suburban
de última generación, luminosa como el rayo de un mediodía primaveral, es una cosa
muy diferente.
Más terrenal, menos etéreo y si
una gota romántica.
Es verla metamorfoseada desde el
poder y desde el privilegio de tener una Suburban con chofer a la orden y el
chasquido de dedos significa orden y la respuesta inmediata de ¡Diga usted,
señor! ¿Qué se le ofrece? ¿Otro whiskey?...
Todo lo mundano se ve pequeño,
insulso, indigno de sus habitantes que no saben de la buena vida, la buena
fortuna, y menos cuando lo vulgarizan todo, cuando tiran basura a la bahía y
comen churromaiz con salsa agridulce mientras se bajan el atragantamiento
grasoso con una ambarina que nada en un grotesco frasco de un Ballenón.
¡Que gente!, nunca sabrá de las
cosas buenas de la vida y seguirán por los siglos consumiendo de espalda al mar
su churromaíz, su salsa agridulce y el Ballenón.
Pero, qué culpa tiene la magia de
Olas Altas, dirá el potentado mientras sorbe un trago suave del single malt mientras
los hielitos hacen ese ruidito jaibolero que se acompaña exquisitamente con la
trompeta nocturna de John Coltrane.
Hay que poner orden, la plebe caguamera
no puede estar dando este espectáculo y la autoridad soportándolo, ignorando,
el bando del buen gobierno.
Y desde ese púlpito refrigerado,
toma el celular y da la orden al secretario de Gobierno, ya no se permitirá que
se siga consumiendo churromaíz y caguamas en el Paseo de Olas Altas.
Que si quieren hacerlo que se
vayan a sus casas. ¿Que no se dan cuenta que dan mal aspecto a los visitantes?
Me pongo en sus pies y ojos. Y es intolerable. Churromaíz y ballenas, ¡Hmmmm!
Y el chofer acelera la Suburban con
rumbo al Paseo del Centenario y los de abordo, se repliegan por gravedad y los
hielitos hacen de las suyas salpicando la ropa. Dejando sobre la tela el ligero
aroma del single malt mientras atrás queda una estela de humo que se pierde
en el tronco y las hojas largas de las palmeras.
Ya en lo alto del Cerro del Vigía
el single malt ha hecho sus efectos y la silueta de Olas Altas se deja
ver como el derrier de una joven mazatleca durante cualquier tarde del
verano.
Con o sin lente Gucci.
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