LA RENDICIÓN
LA RENDICIÓN
Ernesto Hernández
Norzagaray
Imelda Castro y Raúl Elenes, han
hecho de su irrelevancia senatorial, un ejercicio de rendición. No se les
reconoce ya no digamos como meridianos iniciadores de leyes, buenos tribunos,
gestores de inversiones públicas o un auxilio de recursos públicos para sacar
al estado de sus penurias económicas.
No, son legisladores irrelevantes,
de los que han hecho de la cómoda curul un refugio para sus limitaciones técnico-políticas.
O acaso en el debate reciente
sobre el 5° transitorio constitucional, ¿vimos a alguno de ellos subir a
tribuna para defender con talento la postura irracional de la militarización? Ni siquiera fueron, por algo, tomados en
cuenta entre los tribunos del “si”.
Allá en las alturas veían como
sus compañeros de bancada subían a desgañitarse defendiendo lo indefendible, sin
convencer, a los legisladores de la oposición.
Y así, vieron, como se retiró la
propuesta para buscar llegar a un punto de acuerdo con la oposición. O mejor,
con los que estaban dispuestos a vender su voto para una mejora del transitorio
que solo aceptan los ingenuos y quienes estaban dispuestos a traicionar su
palabra.
Pero, bueno, a estos, al menos,
se les puede reconocer que actuaron atendiendo a su ingenuidad o su interés
personal. A la ambición de permanecer en la política a costa de la rechifla
pública.
Y entonces, nos preguntamos sobre
Imelda y Raúl, ¿cuál fue su margen de maniobra para no perder identidad? Cero.
Son legisladores del montón. La tropa del dedo en alto. O mejor, del siempre,
SÍ oficialista. Aun cuando esa actitud pasiva, los desnude como legisladores
sin dignidad. Que sudan humores ajenos y ejercen el voto de otros, el de los
jefes políticos, no el que beneficie a los sinaloenses. La verdad es triste su
papel.
No me imagino como esta su ánimo sin
hay algo de dignidad cuando regresan a la soledad de su habitación con su yo
cargado de sensaciones e imágenes. Cuando su mirada escudriña en las sombras de
la obscuridad. Vamos cuando uno de sus hijos le preguntan sobre su papel, su
silencio, su voto en línea, su dignidad. Y esbozan una titubeante explicación. Que
es la postura del presidente, una obligación de la bancada, que se debe al
partido y un bla, bla, bla que no termina por convencer a su joven interlocutor
que esboza la frase:
¡No entendí!
¿Cómo que no entendiste? -pregunta
el legislador con enfado.
Si no entendí, tu deplorabas
antes la militarización, los uniformes verdes y te reías del traje holgado y la
gorra guanga de Felipe Calderón que inmortalizaron caricaturas y memes.
¿Cuándo cambiaste? o México, ¿ya
cambió? –pregunta el hijo con agudeza.
- ¿Ya está la cena? -preguntas buscando
evadir las preguntas cada vez más desestabilizadoras y cierras con la
siguiente:
- ¿Cómo te fue hoy en la escuela?
¡Muchacho cabrón, salió bravo!,
dirás en tu foro interno, mientras ves una foto donde estás con Cuauhtémoc
Cárdenas y Porfirio Muñoz Ledo en las jornadas del 88. O más al fondo, más
desteñida, todavía joven teniendo en la mano izquierda una banderola con la hoz
y el martillo.
El ¿cuándo cambiaste?, retumba en
sus oídos y en la conciencia. Y mejor ¿cuándo cambiaste la bandera de la
democracia por su personalización con todo su giro populista?
Bueno, dirás eso es pasado,
incluso la votación sobre el control militar de la guardia nacional y habrá que
dar vuelta a la hoja.
Pero, luego aparece el guacamayaleaks,
con el alud de documentos militares que habían estado bajo reserva y que
exhiben momentos y evidencias poniendo en entredicho al mismo ejército y la
honorabilidad del presidente López Obrador.
Y se vuelven a quedar en la misma
postura, como simples espectadores. Mudos como las mullidas curules del Senado.
No me toca, dirán en su silencio. Es cosa de otros niveles de gobierno. O responderán
con tono de espantapájaros: Cuándo llegue el tema al Senado, ¡ya hablaremos!, a
sabiendas que, si sucede, nunca lo harán con voz propia, sino con la consigna
que marcan los pocos al montón del concierto del que forman parte.
Y no para ahí, los tiempos son
convulsos, nerviosos, viene la siguiente bomba, el libro “El Rey del Cash” de
la periodista Elena Chávez y ex pareja de César Yáñez, el secretario particular
de López Obrador en su época opositora y hoy flamante subsecretario de Gobernación.
Y ella da cuenta, sea por
despecho o verdadero amor por la patria, de las rutinas del entorno de Andrés
Manuel y las decisiones que se tomaron en distintos momentos en su búsqueda del
poder que hoy detentan. Algunas de ellas abiertamente corruptas y contrarias, contrariadísima,
al relato ético, edificante, del “no mentir, no robar, no traicionar” que, en
este momento, debe estar provocando un problema de conciencia en muchos
obradoristas de a pie.
Sobre todo, aquellos, que compraron
sin más el relato justiciero y anti prianista. Y no solo lo compraron sino lo
difundieron capturando a otros igualmente incautos.
Pero, no a legisladores como ustedes
que como resorte exigen: ¡pruebas, pruebas!, a sabiendas que es un testimonio,
aunque en una democracia, que se precie de serlo, debería la autoridad judicial
hacer la investigación para deslindar responsabilidades porque se habla de
dinero público que fluyó ilegalmente a la política y obtuvo triunfos ilegítimos
incluso, por algo más sencillo, involucra al presidente de la República.
Pero eso nunca habrá de suceder
en este gobierno sobre todo cuando ha sido incapaz de alcanzar al hermano de
López Obrador quien, recordemos, fue sorprendido recibiendo dinero en sobres
amarillos para el “movimiento”.
¿Y qué dirán Imelda y Raúl? Claro,
dirán queremos pruebas, porque se trata de proteger no de sumarse a la “derecha
conservadora” el retintín en las conferencias mañaneras.
Y es que su bajo perfil, no da
para más. Son legisladores del llamado Bronx. Una suerte de sparrings
que nunca subirán al ring en plan estelar. Y menos, cuándo en su corazoncito
incuba el deseo de reelegirse, estar otro sexenio seguir recibiendo los
beneficios del poder.
Entonces, vale la pena el silencio como escudo,
cuando genera ganancias políticas, incluso, desde la irrelevancia que lleva irremediablemente
a la rendición sumisa. Al anonimato legislativo.
Y, lo triste de todo esto, es que
la irrelevancia hace escuela hasta en la oposición.
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