LA JAULA DEL PRESENTE
LA JAULA DEL PRESENTE
Ernesto Hernández
Norzagaray
…Y la incertidumbre por el
futuro.
Hace una semana subí a mi muro de
Facebook la colaboración “La kakistocracia y el cash” de mi autoría que se
publicó el sábado pasado y estuvo una parte de ese día en el portal de
Sinembargo.mx como el más comentado.
Y debo confesar que no
precisamente recibí aplausos salvó de uno o dos lectores, que salieron en defensa
del texto y me dieron un momento de respiro.
Gracias a ellos. Pero al punto que voy es algo que por la dinámica
diaria podríamos decir que una buena parte de la inteligencia de la academia o
el periodismo se encuentra preso en lo que llamaría: “La jaula del presente”.
¿A qué me refiero? A que la
atmosfera polarizante que se incubó en el calderonismo y maduró durante el
peñismo, para llegar a su máxima expresión, durante estos casi cuatro años de
gobierno obradorista, ha llegado a un punto en que lo único que se discute y de
mala manera, el presente tan circunstancial y efímero.
Sea lo que la pasada semana fue la
guacamaya leaks o el libro “El Rey del cash” de la periodista Elena
Chávez -dicho de paso una disculpa porque en el texto de marras la convertí en
Esther- que han puesto en entredicho la seguridad nacional y el relato de la
honestidad valiente. El “no mentir, no robar, no traicionar”. O lo que venga
está o la otra semana. Hay materia.
Y es que la vida en medio del
escándalo político no es fácil. El ciudadano promedio mueve sus lealtades y emociones
para apoyar al presidente o a la oposición. Ambas posturas tienen en común el
presente con su efimeridad. Y ahí vamos. Pensamos la historia en clave de días,
horas, minutos. La democracia en clave no de instituciones sino de personificación,
cómo garante de ella y rueda de nuestra historia.
Sean los personajes del momento,
por ejemplo, las mal llamadas “corcholatas” de Claudio, Marcelo y Adán o la difusa
lista de nombres de los partidos de la oposición agrupados en lo que queda en
la coalición “Va por México” o el partido Movimiento Ciudadano. Que va de la
septuagenaria Beatriz Paredes al treintón, Luis Donaldo Colosio.
Y ahí nos enredamos en la
filigrana del presente. Y es que ha sido tenaz la información sobre el presente
que nos olvidamos del futuro o peor, del pasado de nuestra andadura democrática.
No como el desenlace de una tragedia anunciada sino como ausencia de
perspectiva. Y la perspectiva nos guste o no, es no olvidar la teoría y el
arreglo institucional.
Como sociedad política somos
resultado de la teoría democrática. Y los demócratas, cuando nos perdemos en el
alud informativo, las fake news, los libros a favor y en contra, tenemos
que volver a lo básico para tomar aire e intentar comprender el último
escándalo independientemente de su envoltura y cilindraje.
No olvidemos que el escándalo
político es una construcción social que parte de la realidad, pero es
consustancial a la democracia. Y eso obliga volver a nuestra referencia
democrática. No hay de otra. Saber dónde estamos parados para abrir la ventana
mental y no perder perspectiva en el entendimiento. Asumir lo que está en
riesgo y contrarrestarlo desde la academia, los partidos políticos, la sociedad
organizada, las instituciones de la democracia, incluso, los sectores
democráticos del gobierno en funciones. No todo está perdido.
Es más, estamos, en el inicio de
un nuevo momento que por su nivel de tensión convoca a oportunidades de
enderezar la perspectiva.
Y es que quiero pensar que en
esos momentos cada uno sabe lo ganado y lo que se puede perder, en caso de
dejar todo al poder establecido.
Y es que lo que hemos visto en
estos años es la reversa a la oferta política de la campaña obradorista que
alcanza su máxima expresión en el fortalecimiento de las fuerzas armadas. Sea
el ejército cómo empresario. Cómo agente de migración. Cómo constructor. Cómo
policía. Cómo encargado de la seguridad nacional.
Y eso, por las razones que se
quiera, ha significado una pérdida para todos los mexicanos incluso para el mismo
ejército ya que no pocas veces hemos visto el maltrato de la tropa.
Sin embargo, por la contundencia
y la rapidez con la que ha ocurrido, y por estar atrapado, en parte, por el
relato mañanero o el seguimiento puntual de los grandes medios de comunicación
es cómo hemos perdido perspectiva.
Hoy se debate el escándalo del
día y ya sabemos que el último, y el siguiente, será en clave de polarización.
No importa la verdad, lo que importa es ratificar lealtades, mantenernos
entretenidos como “sujetos de la historia” ya que como decía un académico
guerrerense: tenemos el gobierno que queríamos por el que hemos luchado.
Sea, esta, lealtad al presidente
López Obrador, o a la oposición, bajo cualquier emblema partidario. Incluida la
mental. La psicológica. Y al final estamos ante un vacío programático.
Por eso, hay que volver a lo
básico, al debate democrático. Cuando inflamados por la esperanza que producía
las revoluciones democráticas mediterráneas reveladas años más tarde en el
libro seminal del politólogo Samuel Huntington: La Tercera ola, la
democratización a finales del siglo XX (Tecnos). Que, recordemos, discurría en
el dilema Democracia versus Autoritarismo.
Bueno, sin estar precisamente en un
escenario como el que se vivía en la España franquista, en el Portugal
salazarista o la dictadura de los coroneles de Grecia, la evidencia -ahora ahí,
está clara- los pasos que podrían derivar, en caso de continuar, hacia un
gobierno cívico-militar.
Y eso, obliga, a salir de la
jaula del presente, para volver la vista al asidero democrático. Al futuro.
Sacudirse todo aquello que va en contra del futuro. Sea el fantasmón del
prianismo o el populismo de izquierda. Volver a la tarea del perfeccionamiento
democrático. La vía que han seguido países con mayor estabilidad y con reglas
claras de convivencia política.
No se trata de reinstalar la
corrupción de Felipe Calderón que produjo un García Luna, ni tampoco los
arreglos corruptos del peñismo, sino darle una oportunidad a la democracia con
sus instituciones. Se que para muchos puede resultar una utopía, pero esa era
la idea del movimiento estudiantil del 68 y la izquierda más clara de los años
setenta. No hay de otra.
Pero, para llegar a ese punto,
primero, debemos salir de la jaula del presente que hace tan actual a Carlos Monsiváis
cuando decía: ¡O ya no entiendo lo que está pasando, o ya pasó lo que estaba entendiendo
¡
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