MANUEL OJEDA
MANUEL OJEDA
Julia Marichal, la actriz
afroantillana, asesinada brutalmente en 2011, presumiblemente producto de un
crimen de odio racial, una mañana del verano de 1975, tocó la puerta de mi
habitación con cierta desesperación y me pidió que le ayudara con un amigo suyo
que tenía un problema de salud y había que ir de inmediato a buscarlo a su
departamento ubicado en la Colonia Reforma de la ciudad de México.
Julia y yo en ese tiempo compartíamos
un departamento en la Colonia del Valle y tomamos su vocho por Insurgentes
hasta llegar a la Glorieta del mismo nombre y nos enfilamos hacia el este hasta
la calle Burdeos y paramos justo en el cruce de esa calle con Hamburgo.
Subimos a prisa uno o dos pisos.
Y Julia abrió una puerta para acceder a un departamento donde en una habitación
a oscuras estaba postrado un hombre con rostro cansado, abatido por el dolor y ese
bigote abundante que le vi a un amigo enfermo de cáncer en su fase terminal.
Todavía recuerdo el aroma sofocante, pesado, que despedía esa habitación sin
ventilación y al fondo en un muro sucio había un cártel desteñido que
rememoraba el movimiento libertario del 68.
Aquel hombre se le veía
francamente mal. No podía ponerse en pie y se veía que no había probado
alimentos sólidos en días. Julia me lo presentó rápidamente como Manuel Ojeda
cuyo nombre no me decía nada. Lo salude con un buen día y el hizo una
reverencia con una sonrisa fugaz tatuada por el dolor. Y es que no había tiempo
para formalidades había que sacarlo de esa habitación y llevarlo de inmediato a
un hospital para que recibiera atención médica. Y como pudimos lo bajamos
cargando en vilo hasta la calle para abordar el carro y nos ayudó mucho que Manuel
fuera flaco como un popote.
Ya a bordo del vehículo nos dijo
que tenía unas piedras en los riñones. Eso era lo que le estaba matando de
dolor. Y nos pidió que lo lleváramos a un hospital porque no soportaba. Lo
llevamos a uno de la Roma sur donde trabajaba, recuerdo, una amiga médica que
rápidamente lo recibió en el área de urgencias y le realizaron los
procedimientos correspondientes. Nosotros nos quedamos esperando en la antesala.
Julia, aprovecho para ponerme al tanto del personaje, que había nacido en La
Paz, Baja California.
Manuel para ese entonces ya tenía
en su haber dos películas en el cine alternativo al del género de las ficheras con
sus bolas y poca ropa muy en boga en aquel momento: Se trataba de Calzontzin
Inspector el personaje de Rius que estuvo dirigida por Alfonso Arau y La
Pasión según Berenice de Jaime Hermosillo. Estaba, además, en curso la
producción Las Poquianchis de Felipe Cazals sobre aquellas mujeres guanajuatenses
marcadas por el horror y que hacían de Manuel un personaje conocido en los
círculos de cine.
Luego de un rato de espera salió
un médico a refrendar lo que Manuel nos había dicho en el trayecto, las
malditas piedras, y que se quedaría en el hospital para estabilizarlo y que la mantendría
informada. Salimos de ahí y paramos en un Sanborns a desayunar. Julia continuó
hablando maravillas de su amigo que había dejado atrás el mar bermejo para
instalarse en el DF y estudiar actuación en Bellas Artes y muy pronto estaba en
la pantalla grande gracias a su personalidad y dotes de primer actor.
Me sentí satisfecho de haber
ayudado a su traslado al hospital. A la semana supimos que la intervención
había sido un éxito. Y que estaba convaleciendo de nuevo en su departamento. No
lo volví a ver más personalmente. En el 2000 Oscar Blancarte estaba filmando en
Mazatlán la película Entre la tarde y la noche, una de sus mejores películas
y en el reparto estaba Manuel Ojeda como primer actor junto a Angelica Aragón.
En ese entonces no tenía la amistad de hoy con Blancarte y no me acerque a
saludarle y quizá, comentarle, aquel pasaje del verano de 1975 donde Julia y yo
le “salvamos la vida”.
No obstante, había seguido su
trayectoria fílmica especialmente aquellas películas dirigidas por Felipe
Cazals que tatuaron nuestra generación: El Apando (1976) que lleva al cine la
novela de José Revueltas sobre el “hoyo” de asilamiento del penal de Lecumberri
y la otra, Canoa (1976) basada en un hecho real, el linchamiento de cinco
estudiantes de la BUAP que habían ido a escalar el volcán de la Malinche y de
regreso a la capital poblana se le hizo noche y decidieron pernoctar en el
pueblo de San Miguel Canoa.
Mala idea. El cura del pueblo vio
en ellos la encarnación del mal y llama a su séquito a linchar a los “comunistas”.
En su delirio religioso tenían como
intención meter a Lucifer en el pueblo. Y el pueblo bueno actúo en consecuencia
hasta la muerte de los muchachos. Igual, o más importante, fue la personificación
de Manuel de dos figuras históricas equidistantes: Porfirio Díaz y Emiliano
Zapata en las series “Senda de Gloria” y el “Vuelo del Águila”.
Manuel Ojeda, fue parte de esa
estirpe de directores, actores y actrices que en los tiempos duros del
autoritarismo priista dieron la batalla dejando su impronta en una filmografía de
gran valor y, paradójicamente, en este gobierno de la 4T, que diariamente dicta
doctrina no está promoviendo de ese tipo de cine que se auspició en el periodo
tanto nacionalista.
Vuelve a mi memoria la imagen de angustia
de Julia Marichal frente a la puerta de mi habitación, esa mujer de ébano, recia,
guapa, solidaria que me apuraba para ir a apoyar al amigo que se encontraba
abatido por el dolor y hoy me permiten escribir estas notas sobre ella y, sobre
todo, de Manuel Ojeda, uno de los grandes actores del cine mexicano. Si existe
un más allá, ese paraíso donde los amigos se reencuentren abrazan, conversan, ríen,
ahí estarán ellos, hablando de ese cine y teatro que tanto cambio nuestras vidas.
QEPD.
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