LA DEMOCRACIA FATIGADA

 

LA DEMOCRACIA FATIGADA

 


 

La celebración del centenario de la Constitución política de nuestro estado permitió escuchar en conferencias magistrales a dos doctores, uno politólogo y el otro un jurista constitucionalista ambos ampliamente reconocidos en el mundo académico.

En el primer caso se trata del español Manuel Alcántara y en el segundo, el sinaloense Diego Valadés, que desde sus disciplinas abordaron distintos aspectos de lo que Alcántara denomina: “democracia fatigada” y el correspondiente ascenso de autócratas en distintas regiones del mundo; mientras el jurista sinaloense abordó un tema especialmente sensible para una Sinaloa que sufre por una ambición de control absoluto del poder dada la falta de un “Estado Democrático de Derecho”, por ende, que está sujeta a la orden de esa mezcla infame de poderes votados y fácticos.

Ambas visiones, aunque abordan aparentemente temas diferentes, tienen como vértice problemático, el democrático, el de los consensos y la convivencia en la diversidad, la legalidad y la legitimidad. No hay que dar muchos rodeos para darnos cuenta de que la construcción democrática de los últimos cuarenta años está amenazada por las decisiones del presidente López Obrador y la cada vez más protagónica acción de los poderes fácticos violentos.

Sean por la postura contra los organismos autónomos constitucionales o, contra el propio sistema de partidos, cómo lo podemos apreciar en la iniciativa de reforma electoral, que está esperando ser discutida y votada en el próximo periodo ordinario de sesiones de la Cámara de Diputados.

A esta amenaza se le suma el deterioro de las instituciones de la democracia y su producto más legitimo el de la representación política. Está demostrada la incapacidad para atender los problemas de nuestro tiempo. Y eso es sumamente grave, cuando los problemas, son cada día más complejos y urge la necesidad de atenderlos con oportunidad y eficacia en un contexto de recursos escasos y altamente concentrados.

Yuval Noah, el filósofo e historiador del futuro, dijo en uno de sus celebrados libros que la humanidad entró al siglo XXI teniendo meridianamente resueltos los problemas que azotaron a generaciones enteras: Hambre, epidemias, guerras.

El hambre que había diezmado pueblos enteros fue disminuyendo sensiblemente gracias a modelos políticos distributivos y la llamada revolución verde.

Las epidemias que igualmente fueron letales para pueblos enteros hoy si bien acaban con millones de vidas no provocan los mismos estragos devastadores gracias al avance de la ciencia médica que actúo con eficacia como lo vemos en la lucha que se sostiene contra el COVID-19.

Y, finalmente, las instituciones políticas supranacionales, evitaron muchas guerras y, subsecuentemente, la sobrevivencia de millones de personas de todos los continentes.

Sin embargo, esto ha empezado a cambiar y estamos volviendo a ver hambre, epidemias y guerras que exigen atención política en un mundo globalizado. Un mundo donde se hace patente el individualismo, la insolidaridad.

Y eso ocurre cuando hay un reflujo democrático y ascenso de los nacionalismos de derecha e izquierda o el afán de destruir o adecuar las instituciones a un poder.

Es decir, mientras el mundo, está cada día más interconectado, existen tendencias centrifugas en los países que buscan protegerse y se desinteresan por lo que ocurre fuera de sus fronteras.

Entonces, el modelo democrático, cómo mecanismo de convivencia y solidaridad con el otro, no parece tener futuro bajo este paradigma. Excepción a la regla es lo que ocurre hoy en la Unión Europea que sale en apoyo de Ucrania y contra la Rusia invasiva de Putin, que armada y discursivamente se defiende diciendo que su país igualmente se siente amenazado por los países integrantes de la OTAN.

Pero, estas tendencias regresivas, se manifiestan en todos los ámbitos donde estorba lo sustantivo de la política democrática, la lucha alcanza a los que no se alinean con el poder. Lo vemos en Sinaloa, donde un alcalde muy polémico es desaforado mediante una estrategia de los poderes reales que decidieron no entrar en conflicto entre ellos y lo mejor era sacrificar al alcalde democráticamente electo.

Y es que había desacuerdo entre la mayoría del Cabildo culiacanense y el Congreso del Estado, sobre quien debía elegir al interino y por cuanto tiempo. Incluso, cuando el Cabildo había tomado dos decisiones: Una nombrar a una alcaldesa interina por seis meses y dos, poner en manos de la Suprema Corte una controversia constitucional sobre el derecho de cuál de los dos poderes podía hacerlo legal y legítimamente.

Se impuso la negociación política entre los factores reales de poder y fue el Congreso del Estado, el que nombró a un alcalde sustituto que “habrá de terminar el mandato” de quien recibió los votos de los ciudadanos. Es decir, un alcalde que podría ser legal, pero no legítimo, en democracia representativa, la única legitimidad, es la de los votos, no la de otros poderes y se dirá “cometió delitos” pero no hay una sentencia judicial, ni un debido proceso.

Ante esto hubiera sido interesante conocer la opinión de Manuela Alcántara sobre el papel protagónico de los poderes reales y fácticos en las democracias fatigadas y preguntar a Diego Valadez sobre la constitucionalidad de Cabildo de Culiacán para designar alcalde interino y ante su desistimiento, como estaba consensado, hasta antes de la separación del cargo de alcalde, ¿si el Congreso del Estado puede designar a un alcalde por el resto del mandato constitucional?

Además, cuando el Cabildo de Culiacán, había interpuesto una controversia constitucional alegando incompetencia para que el Congreso del Estado nombrara alcalde sustituto del democráticamente electo y no fuera producto de la negociación política, menos si la retira, y eso, permite, que, sin oposición, se nombre alcalde al ahijado del gobernador con un claro tinte de nepotismo. Entonces ¿estamos ante un caso cerrado que no resiste una revisión y eventualmente reconsideración?

Estos son los grandes y pequeños problemas de la democracia contemporánea que frecuentemente, no están en el debate público, porque se impone el pragmatismo, la negociación, el oportunismo de nuestros políticos que buscan obtener beneficios rápidos.

¿Dónde estuvieron los diputados? me preguntó desconcertado uno de los conferencistas magistrales quien no daba crédito de la ausencia tan notoria durante su disertación sobre los problemas de la democracia contemporánea.

Finalmente, no puedo dejar de mencionar que, en 2009, estando como profesor investigador en el Instituto de Estudios de Iberoamérica de la Universidad de Salamanca, en complicidad académica con el profesor Alcántara, ideamos un libro colectivo sobre México, donde uno de los convocados, fue el constitucionalista Diego Valadés, quien aceptó amablemente participar en esta obra que hoy está en los anaqueles de muchas bibliotecas universitarias del mundo.

En definitiva, estuvo de lujo, la participación de los académicos en los actos conmemorativos del centenario de la Constitución sinaloense y la iniciativa del diputado José Manuel Luque Rojas muy a pesar y, vaya que sí, del desaire de la amplia mayoría de los legisladores sinaloenses.

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