CARO QUINTERO Y LA RAZÓN DE ESTADO
CARO QUINTERO Y LA RAZÓN DE ESTADO
Ernesto Hernández
Norzagaray
La serie de contradicciones que
existen en el relato de ambos lados de la frontera sobre los sucesos ocurridos
en la comunidad de San Simón del municipio de Choix y que terminó con la
captura del narcotraficante prófugo Rafael Caro Quintero, la caída del poderoso
de un Black Hawks sobre un campo de cultivo al oeste de Los Mochis costando la
vida de catorce personas que nos permite explorar el argumento de que detrás de
todo este tejido abigarrado hay razones de Estado que pretenden hacer de la
contradicción una virtud.
La acepción de Razón de Estado se
asocia generalmente a Nicolás Maquiavelo, pero, hay otros estudiosos, que la
atribuyen al pensamiento político de Armand Jean du Plessis, mejor conocido
como Cardenal Richelieu, quien sería el primero en utilizarla en forma
extensiva durante los siglos XV y XVI.
Se trata de un resorte del poder de
“úsese cuando se necesite” para garantizar la supervivencia de un determinado
orden político atendiendo a una sospecha o un interés coyuntural que recomienda
no dar a conocer lo que realmente sucedió en un evento sin considerar, por
supuesto, o por eso, la naturaleza ética de los medios utilizados.
¿El narcotráfico es materia de
Razón de Estado o más específicamente la detención de Caro Quintero? Si. El
narcotráfico tiene aristas filosas por ese carácter y basta saber que mucho de
lo que sucede en ese mundo, lo desconoce el común de la gente aun entre los
periodistas dedicados a la tarea de investigar lo que frecuentemente los llama
a conjeturar sobre los hechos ocultos detrás de lo evidente.
El caso Caro Quintero tiene una historia
de décadas desde que fue detenido en Costa Rica y traído a México para que
rindiera cuentas sobre narcotráfico y el asesinato del agente de la DEA,
Enrique “Kiki” Camarena, y así pasaría 28 años en prisiones mexicanas, pese al
pedido del gobierno de los Estados Unidos de que fuera extraditado como había
sucedido con otros miembros de la mafia mexicana.
Sin embargo, pedidos vinieron y
respuestas negativas volvieron, la periodista Anabel Hernández en su libro exitoso
Los señores del narco, (Grijalbo, 2010) explica que el Cártel de
Guadalajara del cual Caro era uno de sus líderes tenía un pacto secreto con la
DEA que intercambiaba facilidades para el trasiego de droga al otro lado de la
frontera a cambio de financiamiento de la “contra” centroamericana y eso, que
nunca ha sido rebatido ni siquiera se menciona y hay otro argumento que linda
en los límites de nuestra sui generis “Razón de Estado” y que tiene que
ver con la larga tradición de narcopolítica existente en México que data desde
1914 cuando las drogas duras ya no se podían vender en farmacias estadounidense
como si fueran caramelos (véase el libro académico del sociólogo Luis Astorga Drogas
sin Frontera, Grijalbo, 2003).
La operación del cártel señero
del narcotráfico mexicano estuvo clara que su actividad no sería posible sin
los “permisos” correspondientes del poder de aquel momento. O, acaso, ¿podría realizarse
sin la anuencia del poder político el cultivo de mariguana en cientos de
hectáreas con una gran cantidad de personas trabajando en el rancho chihuahuense
El Búfalo?
Incluso, ¿qué hay detrás de la
fortuna inconmensurable de Manuel Bartlett y su constante mención de que el hoy
director de la Comisión Federal de Electricidad, y entonces secretario de
Gobernación, estaría involucrado en el asesinato de “Kiki” Camarena y que
simplemente por precaución, no se le ocurre solicitar la visa estadounidense
para asistir a las reuniones de primer nivel que tienen que ver con la reforma
eléctrica? Mejor, gracias a esa liviandad política el joven Caro Quintero
fanfarroneo con aquello de que “si me dejan trabajar, yo pagó la deuda externa
que tiene el país” -Esto a despecho de las afirmaciones que Carlos Pérez Ricart,
el investigador del CIDE, ha realizado las páginas de Sinembargo.mx señalando
que las acusaciones contra Bartlett son “puros chismes”.
Ambas explicaciones podrían no ser
necesariamente excluyentes pues obedecen a una misma y poderosa lógica
económica. El gobierno mexicano hasta la fecha es beneficiario de una buena
parte de las remesas de este tipo de transacciones ilegales y la otra, la
estadounidense, no sólo recibe la droga para sus consumidores, también, una buena
parte del dinero generado se queda en los circuitos financieros con sus efectos
multiplicadores.
Es decir, estamos frente a una
empresa multinacional y para conocerla, no basta ver las gorras beisboleras y los
sombreros de los narcos sinaloenses, si no también es necesario ver la
delincuencia de cuello blanco que podría estar perfectamente en Wall Street.
Entonces, si no hay equivoco, en
esta lógica supranacional, las decisiones que se toman a ambos lados de la
frontera fácilmente nos llevarían a concluir que en el manejo de la narrativa
sobre la detención de Caro Quintero está, sin declararlo expresamente en lógica
de un orden establecido que, aun con sus aspavientos violentos, ha permanecido
en el tiempo y seguirá sosteniéndose por un interés que va más allá del honor
de una agencia norteamericana que eso, sí, no cesara hasta llevarse al
narcotraficante sinaloense a una de sus prisiones de alta seguridad.
Cobra así sentido de que mientras
Anne Milgram, directora de la DEA, cuando le informaron que Caro Quintero estaba
detenido lo festinó y reconoció a los agentes de la agencia por el papel que
habían jugado en la captura del capo, aunque un día después Ken Salazar, el
embajador estadounidense en México, haya negado diplomáticamente esa
participación y reconocido que fue una acción exclusiva de los marinos
mexicanos para de esa forma estar en sintonía con el dicho soberanista del
presidente López Obrador.
Y, probablemente, también en el
caso de los fallecidos en el desplome del poderoso Black Hawks y la muerte
terrible de sus ocupantes. No se conocen sus nombres lo que alimenta la
sospecha de que en la nave podrían haber ido agentes norteamericanos y por razones
de Estado, no se dan a conocer sus identidades -Acá se dice que es para evitar
represalias contra sus familiares- pero a otros observadores les resulta
curioso que la propia DEA en su sede haya tenido la bandera estadounidense a
media asta cuando se supo de la caída estrepitosa de la nave mexicana. Que toma
nuevo vuelo cuando The Washington Post publica que sí estuvieron agentes
de la DEA en el caserío San Simón.
En definitiva, el corsé de la
información, sobre lo ocurrido en ese mediodía cálido, lentamente se empieza
abrir y ventilar hechos que pudieran confrontar una razón de Estado en ambos
lados de la frontera.
Al tiempo.
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