LA REPÚBLICA Y LOS HIJOS DE PAPI
LA REPÚBLICA Y LOS
HIJOS DE PAPI
Me pregunto sin respuesta ¿habrá en la historia nacional un
pasaje donde un presidente de la República en funciones salga a dar la cara por
un hijo al que se le señala de un presunto tráfico de influencias y enriquecimiento
inexplicable? y, en contrapartida, ¿habrá un padre del mensajero que señala el
presunto delito y, también, salga a las redes sociales molesto, amenazante, con
tal de defender la integridad ética y moral de su vástago periodista.
El primer caso lo reviso y no encuentro, más que unos retazos
de malos comportamientos de hijos de expresidentes que rápidamente se
extinguieron mediáticamente por ser casos de juniorismo, sin relevancia y, en
el caso del padre furibundo, quizá, haya más de alguno, que se haya sentido
agraviado cuando todo el poder del Estado se cierne contra alguien que comete
el “delito” de informar y por ello, exhibido desde la más alta tribuna, cómo presuntamente
corrupto y para decirlo, lapidariamente, en palabras del periodista Julio Hernández,
Astillero, que practica impúdicamente un “periodismo de alquiler” por el que
cobra muy bien.
Este pleito, profundamente emocional de padres, en una
vecindad no pasaría de ser un buen agarre defendiendo cada uno a sus hijos. Pero,
no es así, en él está involucrado un presidente de la República que comete delitos
previstos en la Constitución y en varias leyes reglamentarias, con tal, de
salvar el honor de su hijo, quien debiera defenderse sólo, para proteger no a
su padre, sino la figura presidencial, que debe estar a buen resguardo de estos
asuntos que en democracia deben dirimirse institucionalmente.
Pero, no, el presidente y su muchacho razonan que, si el conflicto
estalló en los medios de comunicación, y escaló exponencialmente en las redes
sociales, la respuesta debe ser en esos mismos medios y redes para ver de cual “cuero
salen más correas”.
Es decir, ahora sí, en los hechos, al “diablo las
instituciones” y dirimamos nuestras diferencias al tu por tu, cara a cara, de
hombre a hombre, como diría airadamente el padre de Loret de Mola.
Que triste espectáculo, mientras la audiencia, sigue emocionada,
como si fuera el enésimo capítulo de una serie de Netflix.
Y la pregunta es doble: ¿dónde queda la política? y mejor,
¿dónde están las instituciones encargadas de investigar y castigar los
potenciales delitos en favor de la sociedad mexicana? ¿dónde están los
funcionarios “autónomos” que deben estar siempre pendientes de los delitos que
se hagan al amparo y al lado del poder público?
Porque sin duda, la exhibición y sospecha, de las mansiones
donde ha vivido la pareja López-Adams deberían amerita una investigación a
fondo para saber de entrada si las coincidencias en tiempo de los contratos de
Pemex y los del arrendamiento de la primera vivienda es simple y llana
casualidad, o no, cómo también, si el ejecutivo propietario realmente no sabía
a quien le rentaba su vivienda.
Sin embargo, nada esto ha ocurrido, las autoridades
responsables son parte de la audiencia de este espectáculo desagradable y el
presidente de nuestro país lo asume retóricamente, como parte del “debate
democrático”. Habrá que recordarle que ese tipo de debate necesariamente es de
ideas y no de distractores, calificativos, retórica.
El debate democrático antes que emocional, es racional,
sostenido con base, a las evidencias y regulado por las leyes e instituciones.
Pero, no, a falta de evidencias vienen todo tipo de
descalificaciones porque se parte del supuesto de que logrando debilitar moralmente
al contrario ya no importan las evidencias de contraste.
El problema es mayor ya que estamos en un escenario
polarizado donde un sector de la sociedad apoya con mayores reservas a su
presidente y el otro, a Loret de Mola, y luego está la audiencia observadora del
espectáculo.
Entonces, la disputa emocional es por los restos mayores, con
pérdidas tangibles para el presidente, como lo demuestran los resultados de la
última encuesta de El Financiero y, seguramente, lo constataremos en los
siguientes días con los de otras casas demoscópicas.
El Financiero mostró que, de un mes a otro, el presidente
López Obrador, cayó ocho puntos porcentuales y eso, significa que con respecto
de los votos recibidos en 2018 un retiro de apoyo de alrededor de 2.5 millones
ciudadanos.
Un mundo de votantes perdidos, al menos momentáneamente, por
un escándalo presumiblemente de corrupción que fue y es el eje de su narrativa
política que está seriamente lastimada por los efectos del bombazo mediático de
las “mansiones de Houston” y, en especial, por la llamada “Casa Gris”.
Affaire, que desde un primer momento debió canalizarse institucionalmente y
dejar que ese engranaje hiciera su trabajo sea para esclarecer o, mejor para el
presidente, ganar tiempo y, cómo en el caso de la Casa Blanca, no llegar a
nada.
Pero, el presidente prefirió el pleito de vecindad y eso
paralizó las instituciones, todo el espacio y los recursos humanos y materiales
de la Presidencia, incluso la salud del presidente López Obrador, a su servicio,
para acabar con el mensaje y el mensajero.
Mala idea.
Al escribir estas reflexiones confirmó que a casi tres
semanas de iniciado el litigio mediático la pareja Obrador-Adams saca la cabeza
para defenderse de las “falsedades” y en su defensa, no hay nada nuevo, que no
sepamos quienes hemos seguido el culebrón mediático y que vemos interesados en
activar resortes de la justicia norteamericana para sus instituciones hagan lo
que no están haciendo nuestras instituciones de impartición de justicia porque,
repito, son parte de esa gran audiencia, en este “culebrón” sentimental.
Evitando, así, que las instituciones autónomas hagan su
trabajo o pidiéndoles, cómo es el caso del INAI, que actúen para “desmascarar
al corrupto de Loret”.
Se dicen acusados de falsedades, pero no van, hasta ahora, a
una instancia de justicia norteamericana y tampoco a una nacional, para buscar
justicia en este conflicto que, repito, lleva más de dos semanas y luego de ver,
la última intervención del periodista Loret de Mola, amenaza con alargarse a
través de “responder con documentos e imágenes”.
En tanto el escándalo escala, paradójicamente, los temas de
fondo pasan a segundo o tercer nivel en importancia, es decir, consciente o inconscientemente,
el efecto distractor cumple el cometido de tener a la audiencia pendiente de
los que diga el presidente en la conferencia mañanera o lo que digan Loret de
Mola o el Brozo. O, ahora, el padre de Loret.
Y ahí la llevamos, hasta que un día no de más o alguien se canse,
y de por terminado el litigio mediático, pero, mientras eso ocurre, el padre de
Loret de Mola está enfurecido por el maltrato mediático a su hijo y va con todo,
contra su examigo el presidente.
En definitiva, un gobernante que vive del conflicto cotidiano
y la distracción permanente no puede salir bien librado, y no porque sus adversarios
vayan a ser los ganadores, sino porque no ayuda mucho a la construcción de una sociedad
informada y capaz de sacudirse de estos escándalos, que hoy tienen, a dos
padres, defendiendo con todo a sus queridos hijos que son un alma de dios.
Como quiera que sea. Que jodidos estamos, como país, cuando damos
este tipo de espectáculo público y las autoridades son simples testigos mudos en
un conflicto que nunca debió llegar al lugar donde está, mientras los hijos,
son incapaces de salir a decir, responsablemente, ¡No me ayudes papá!
Al tiempo
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