EL OTRO ECHEVERRÍA

 EL OTRO ECHEVERRÍA

 


 

“Yo soy yo y mi circunstancia y si no la salvo a ella, no me salvo yo”, escribió el filósofo José Ortega y Gasset en su libro germinal Meditaciones del Quijote que establece un puente con el psicoanálisis del poder.

Y esa reflexión del intelectual español vale para entender lo que le ocurrió a Luis Echeverría Álvarez, el expresidente mexicano quien está semana cumplió 100 años de vida y el próximo octubre, se cumplirán 54 años de la masacre estudiantil de 1968 que, igualmente, han sido de impunidad de ese crimen de Estado.

 Aquel momento trágico marcaría su paso por la secretaria de Gobernación y un gobierno que luego intentó darle un toque en el mejor estilo del llamado nacionalismo revolucionario con su estética de guayaberas veracruzanas y reivindicación en todo, de lo mexicano, donde la retórica grandilocuente era parte sustantiva de la narrativa política.

En lo internacional, Luis Echeverría, abrazó las mejores causas del movimiento surgido de la Conferencia Bandung conocido también como tercermundista y el movimiento de los llamados Países no Alineados en la bipolaridad estadounidense-soviética.

Además, su gobierno presentó en la ONU la Carta de Derechos y Deberes de las Naciones, que buscó la cooperación entre las naciones en un marco de justicia y equidad para garantizar la paz, porque sin ella, se decía, no habría desarrollo de las naciones.

No menos significativo, fue la política de acogida de cientos de miles de exiliados de las dictaduras militares que ensombrecieron centro y Sudamérica durante los años setenta y ochenta del siglo pasado que ratificaron la mejor política exterior proveniente de los años del cardenismo.

En lo interno, buscando establecer una simetría de valores que combatieran aquello de “candil de la calle oscuridad de tu casa” el gobierno echeverrista dio paso a una política agresiva contra los latifundios del noroeste del país como fue de la expropiación de tierras en el Valle del Yaqui que fueron luego entregadas a los campesinos y provocaron reacciones de los grupos empresariales, hasta la amnistía de los presos políticos del 68 y la llamada Apertura Democrática que fue el primer paso de la liberalización del sistema político que, tendría, como momento estelar la aprobación de la reforma política de 1979 que dio pie a un nuevo sistema de partidos con un claro énfasis por la izquierda con el registro del PCM y el PMT.

Este tipo de decisiones cabían en un ideario progresista, sin embargo, los acontecimientos de 1968 y la nueva reacción violenta del gobierno contra la manifestación de estudiantes en el barrio de San Cosme el 10 de junio de 1971 serían definitivos y mostraría, la otra cara de la moneda del régimen autoritario, que no toleraba las manifestaciones reclamando mayores libertades políticas y democráticas.

Cuando Luis Echeverría abandona Los Pinos en 1976 su activismo internacional no cesa, por el contrario aumenta considerablemente y para ello recibe el apoyo de su sucesor y amigo José López Portillo y eso da pie para crear el Centro de Estudios Económicos y Sociales del Tercer Mundo, el CEESTEM, en lo alto del exclusivo barrio de San Jerónimo en el sur de la Ciudad de México donde se respiraba un aire intelectual muy mexicano y donde trabajaban investigadores del calibre de Adolfo Aguilar Zinzer (+), Iván Molina (+), Mario Menéndez (+) Luis Díaz Müller, entre muchos otros, que produjeron obras de singular importancia para aquel momento.

El CEESTEM fue creado inspirado en la Carta de Derechos y Deberes de las Naciones y abrió sus bellas instalaciones donde te recibían las buganvilias de todos colores y, en 1982, ofreció dos programas académicos de maestría de primerísimo nivel a tiempo completo: Uno, de Relaciones Económicas Internacionales y el otro, sobre Desarrollo Agrícola.

Fui estudiante del primer programa y la verdad ese tránsito, fue muy satisfactorio, los alumnos que llegaron desde de Europa, África y una buena cantidad de países latinoamericanos, tuvimos como profesores a lo más selecto de las principales instituciones académicas de la Ciudad de México entre ellos el Colmex, CIDE y UNAM, y, constantemente, había seminarios con políticos y académicos traídos de cualquier lugar del mundo que redondeaba la formación de los académicos y estudiantes.

Incluso, ocasionalmente, llegaba Luis Echeverría a las aulas con alguno de ellos y sosteníamos conversaciones muy gratificantes sobre lo que acontecía al otro lado del mundo o, bien,  la cafetería donde se tenía un menú muy mexicano en cualquier momento podías encontrarte personajes como el político y economista alemán Ernest Mandel o, la bella sobrina del intelectual martinico, Franz Fanon, bebiendo un café de los Altos de Chiapas, mientras se hablaba de los procesos de liberación nacional que se estaban aconteciendo especialmente en África y Asia y comentar con un profesor chileno o argentino el drama de las dictaduras militares latinoamericanas.

Luego, el CEESTEM vendría a menos, por la falta de empatía de Jesús Reyes Heroles, entonces secretario de Gobernación, con Luis Echeverría, al grado de que oficialmente nunca se reconocieron los estudios profesionales que ahí se impartieron.

No obstante, esa comunidad de estudiantes regresó a sus países y otros, los mexicanos, nos incorporamos a instituciones de educación superior pública donde todavía varios de ellos son destacados investigadores nacionales. Gente progresista que salió del CEESTEM marcada por aquella atmosfera académica y que lamentablemente, por la bruma mediática que rodea a su creador, nunca se ha aquilatado la contribución que hizo al pensamiento político al margen de la bipolaridad y la guerra fría.

Comento, esto, para destacar una parte poco conocida de la trayectoria de Luis Echeverría al que su circunstancia terminó por imponérsele y pasar a la historia cómo uno más de sus personajes más sombríos.

Se que puede resultar una antema para muchos hablar de las cosas buenas que hizo este hombre que está viviendo los últimos años de su vida en la soledad de su residencia de San Jerónimo, sin embargo, percibo, que es producto de sus malas obras, pero, también, hay una dosis que es producto de la polarización que vive el país y que lleva a ver todo de blanco o negro.

La circunstancia, pues.

Al tiempo

 

 

 

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