EL CULTO AL PODER

 

EL CULTO AL PODER

 


El culto al poder no sabe de acotamientos éticos y morales. Subsume a la fascinación y a la necesidad de la sobrevivencia. A la admiración por lo alcanzado y la conservación de lo obtenido. Si, uno explica lo uno, por lo otro. Esta bien. Lo último que interesa es la propensión al ridículo. A la exhibición impúdica en caravana por cientos de vehículos por las calles de Culiacán para felicitar al maestro Cuén Ojeda en su cumpleaños. Y aquel se deja querer. A pesar de que proviene en la mayoría de los casos de una orden de arriba que de incumplirse conlleva sanciones. La caravana cual ritual mercadológico busca demostrar donde está el poder y quienes son los súbditos motorizados. El “liderazgo” venido de la constancia de control y el sometimiento de voluntades. Que, quizá, como dice la canción vernácula, la costumbre es más fuerte que el amor, y que siempre termina por normalizar el ridículo. Perdón, el culto al poder. Que, en tiempos actuales, significa dosis de ignominia, por, aquello, de que la política es el arte de comer sapos. Se trata de generar percepción. O sea, demostrar qué, aunque la votación para el partido vaya a la baja, el número de fieles irán al alza. Vienen tiempos de jauja en el imaginario de quienes hasta ahora han picado la piedra a golpe de horas clase, guardia de velador o militancias con cargo a la casa Rosalina. Plazas de unos cuantos pesos, pero, con una expectativa del tamaño de la ambición largamente cultivada a golpe de desvelos y exhibición en un buen crucero desplegando las banderas del partido y repartiendo volantes que llaman a votar. O, mejor, más discreto, organizando juegos de lotería o limpiando dientes escoriados por una mala alimentación. Se trata de estar y disciplinadamente esperar el momento de ser recompensado. Y hoy es el tiempo. Sea en los vacíos que se generan en la UAS o por los que saltan a la función pública y por las puertas que se abren en algunos cabildos. Que es la recompensa ganada producto de una larga espera en la antesala donde ha visto el arribo de otros mientras se espera disciplinadamente, estoico, inmutable. Así sucede en las mejores familias, cuándo no hay, quien te eche un lazo para trepar a las copas del árbol del poder del cuenismo.  Quizá, hoy mejor que nunca, tiene una dosis de esperanza, de engorda, al menos en el imaginario personal. La cercanía con ese hombre todopoderoso que hoy saluda sonriente a sus huestes. Estrecha sus manos o mejor que une su puño al del otro. Que en ese momento se siente bendecido por haber sido visto. Tocado. Constatado más allá de las listas de presencia y disciplina de partido. ¿Disciplina de partido? No, que va, cómo dijo un amigo, es “por estar en el ánimo del todopoderoso y conservar la chamba” para pagar la mensualidad del carrito de la familia. Ese vehículo que hace la diferencia con los otros. Con los universitarios que todavía siguen viajando en transporte urbano. Que no les alcanza y tienen que hacer economías para salir avante en la quincena para nuevamente tomar aire hasta la siguiente. O, peor, seguir, acumulando deudas. Por, eso, salir a felicitar al maestro hasta donde se les orientó no puede reducirse al agradecimiento fugaz, el de la foto o el video, de control de asistencia, cómo cualquier escolar, sino porque tiene un carácter simbólico, sentido de pertenencia a la familia política, aunque se le vea como el hijo bastardo, de segunda vuelta, que no tiene ningún derecho, o corrijo, casi ninguno. Pero, está ahí, levantando el brazo, el puño en alto. Reafirmando el sentido de pertenencia. De lealtad con una cierta dosis de sumisión. De aceptación del estado de cosas. Al fin, dirán para su foro interno, esa es la vida que nos tocó vivir. No hay otra y es mejor llevarla en santa paz. No buscarle “chichis a las culebras”, cómo decía el inefable Vicente Fox, para espantar cualquier crítica. Total, una felicitación, por un cumpleaños, no se le niega a nadie. Y menos a quien tiene el Poder. Que puede decidir destinos.  Por, eso, al “maestro” Cuén no se le escatiman elogios, mails, tuits, agradecimientos no por lo recibido sino por lo que puede llegar. Es, cómo dice un lector suspicaz, Cuén es la nueva versión de Daniel Amador, el eterno líder moral del magisterio del sur sinaloense, solo que más urbana, más actual, pero, necesariamente igualmente efímero. Al tiempo.

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