TESTIMONIO
TESTIMONIO
Al Dr. Juan Carlos
Domínguez, por su apoyo
en esos días grises.
Primero fue una inquietud que fue
invadiéndome con ligeros de toques de fiebre, febrícula, algo inusual, pero, una
alerta persistente, al que le buscabas explicación aquí, allá.
¿Qué comí anoche?...
Pero, ahí estaba la molestia barrenando
mi tranquilidad, suscitando preguntas sin respuesta, viendo estoico como consumía
horas, luego el día, los días.
Al segundo día fui hacerme un antígeno
y unos anticuerpos, se trataba de descartar que fuera el Covid-19 al final,
estaba la falsa seguridad, tengo la doble vacuna de AstraZeneca, y había leído
que era la más efectiva.
Y a las horas, ahí estaba el
resultado, positivo, positivo, no había error.
La temperatura subía, bajaba,
dejando una estela de intranquilidad, malas noches, con insomnio, sudoración,
boca pastosa, ansiedad, fatiga luego de cualquier movimiento, sueño, sueño,
pero uno que venía acompañado de sobresaltos con mayor sudoración.
De ganas de dormirte y no
despertar, hasta que se fueran las molestias.
Pero, el día siguiente, era igual
o peor, pesaba el encierro, la sensación de que podías estar en la antesala de una
crisis mayor, la muerte, cuando veía a través del oxímetro que la saturación
iba a la baja y, tenía un respiro, cuando subían los valores.
Papá, me decía mi hijo Pascal,
también contagiado, “el oxímetro que tenemos es indicativo, el bueno es el
clínico, el de los hospitales”.
Entonces, te alcanzan los
pensamientos más negativos, los que te lastiman y te llevan a pensar en lo
peor.
Rememoras las múltiples historias
de fracaso, de perdida, aquellas colas que viste en la antesala de la muerte –
perdón, del IMSS o del Hospital General- que se llevaron amigos, conocidos o hijos,
jóvenes en la mejor de las edades.
Con un futuro teórico promisorio,
los años de la ilusión, de la esperanza -algunos habían votado el 6 de junio
por la coalición “Juntos hacemos historia” y hasta hicieron, campaña por ver un
Sinaloa mejor.
Ganó la coalición, pero, ellos,
resultaron derrotados, con la peor derrota que se puede tener, perder la vida o
en el mejor de los casos, quedar débil, maltrecho, sin capacidad física para
hacerse nuevas ilusiones políticas.
Pero, en ese maremágnum, de malos
pensamientos, de crisis de esperanza, recordé aquel pensamiento que me alcanzó
en mayo de 2011, cuando luego de una sensación de malestar sufrí un infarto en
los albores de aquel día y me dije, en mi semi inconciencia: No tengo ganas de morirme,
y con ese pensamiento, me vi entrando lentamente en un tubo quirúrgico -así lo
recuerdo- para un cateterismo y de ahí, instalar un stent en la arteria
obstruida.
A las horas salí del letargo de
la anestesia y ahí estaban conmigo, Lorena y los hijos, sonreí y les dije algo,
no recuerdo con precisión, quizá, gracias y la vida sigue.
Y si, la vida sigue, que explica
mi sobrevivencia, mi fortaleza física que no es mucha a los 68, la actitud
frente a la vida, las ganas de seguir bebiendo cerveza y comiendo mariscos con
los amigos o algo, más inexplicable, que todavía hay cosas pendientes por lo
que el de arriba no nos requiere, que nos da otra oportunidad.
Hay muchas cervezas, libros,
viajes, charlas, textos y una buena sopa de mariscos por delante, con un vino albariño
de las rías baixas gallegas.
Soy optimista y, creo, qué si hay
muchas cosas buenas por venir, por vivir, antes de partir de este mundo.
Escribo todavía con la fatiga de
subir hoy al amanecer el fatigoso camino hacia el faro y cargado de ese aire húmedo
de los amaneceres veraniegos del trópico que se compensa con el avistamiento de
aves de distintos plumajes y ese azul intenso salpicado por la bruma
blanquecina, con notas grises, que te remonta a las esencias de la vida.
Ahí, arriba, con el faro a unos
metros, sólo, respiré profundo, y recordé la primera vez que estuve frente al
mar con el agua en mis tobillos, con sus oleajes primaverales, con muchos que
ya se fueron, para empezar los padres, que los recuerdas en medio de la neblina
del tiempo, de ese tiempo que no sabe de querencias, afectos, de deseos de
permanencia, que simplemente, va con su paso silencioso, arrasando, mostrando
que la vida es un suspiro.
Pero, vuelvo a los días aciagos,
esos que me robaron días y noches, que quizá los hubiera utilizado para dormir plácidamente
o ver una película de Scorsese o Ford Coppola, pero que estaba titiritando mis
calores, afiebrados, mi lucha contra el abandono, la renuncia a la resistencia,
porque eso sí, la mejor receta que saco de estos días de Covid es que por
ningún motivo hay que renunciar porque aun con toda su adversidad, la vida, tu
vida, puede seguir. De ti depende.
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