MAZATLÁN, NEOLIBERAL

 

MAZATLÁN, NEOLIBERAL


 

El libre juego de las fuerzas del mercado, el gobierno como coadyuvante y la pandemia como fondo con sus contagios y muertes. Es la triada perfecta del credo neoliberal en estos tiempos. AMLO, Quirino Ordaz y alcaldes, al unísono, han dicho que hay que aprender a vivir con el virus ya que lo único que puede ponerle remedio es la vacunación masiva. Entonces, que nadie se quede sin vacuna. Qué así lo está haciendo todo el mundo. Y, Quirino, pone como ejemplo, la celebración de la Copa Europea y el famoso torneo de tenis de Wimbledon. Otro, cualquiera con poder, podría poner de ejemplo la organización de los juegos olímpicos de Tokio donde los japoneses han normalizado la pandemia y salvo, la curiosa cama, diseñada para que los deportistas no tengan sexo y contagien lo demás es lo de menos, podrá hacerse sin problema: Estadios llenos, multitudes movilizadas, tours, restaurantes.

O sea, el mundo decide hacer suya la máxima del queen Freddy Mercury: “The show must go on” (el show debe continuar). Aceptar que el virus llegó para quedarse y el proceso económico salvaje debe continuar. Así sucedió en las otras pandemias que sacudieron y mataron a millones de personas desapareciendo pueblos enteros (Yuval Noah, dixit). Para no ir muy lejos, con la peste bubónica de 1902, Mazatlán perdió una quinta parte de su población, y hubo que quemar viviendas en lo que hoy es el Centro Histórico.

Más aún, cuando en este año y medio, una enorme contracción del novel de actividad económica, pero igual de reconfiguración del capital por la bendita “reproducción ampliada”. Hoy, sabemos, de la gran cantidad de cierres de pequeñas y medianas empresas mientras las grandes empresas trasnacionales tipo Sams, Cotsco o Walmart o las empresas Ley o Aurrera, entre otras, les fue muy bien al capturar buena parte del consumo. Son los grandes ganadores económicos de la pandemia. Vivimos un cambio de ciclo económico del que poco se habla, porque es más cómodo ignorarlo, a decirlo a los cuatro vientos.

Y, más, cuando ahí está la mansedumbre del poder político al económico. Así, domésticamente, estamos escuchando el “vengan todos a Mazatlán, que lo van a pasar muy bien”. “Está muy bonito”, dice el alcalde. Encontraran, agrega, un destino de playa hospitalario y con los brazos abiertos. Dispuestos todos a ayudar para que vuelvan contentos a sus casas y repitan lo de bonito con fotos y selfis teniendo como fondo mar, faro, malecón...

Y quien duda, que Quirino deja otro Mazatlán, muy distinto al que teníamos en 2016. Un Mazatlán de medio pelo. Con una infraestructura estacionada por décadas y una oferta de servicios calificada como tradicional, que limitaba apoyos federales. Y eso cambio, radicalmente, con un nuevo malecón, avenidas más amplias e iluminadas, nuevos hoteles, restaurantes, de manera que le queda muy bien, lo del boom turístico.

Sin embargo, llegó la pandemia y aunque siguió la inversión pública en infraestructura, muchos negocios y trabajadores del sector turístico se vieron afectados severamente. Hoy, los contagios de Covid-19, se cuentan por decenas miles, muchos de ellos recuperados, pero también son miles los fallecidos por este mal. Y, están aquellos, que no contamos porque no murieron en los hospitales o simplemente, porque se llevaron el virus a otros estados y allá se recuperaron o murieron. Y ahí está, el más reciente caso de los estudiantes de Coahuila, contagiados y que nuestro gobernador a dicho a bote pronto: “pudieron contagiarse en cualquier otro lugar” ¿Por qué echarle la culpa a Mazatlán? ¿Y porque no dirán aquellos? Todos quieren venir a la “Perla del Pacífico”. Sentir la brisa marina y babear con sus atardeceres encendidos.  Sus bares llenos y la música que no termina con absoluta tolerancia en las pulmonías y bronquitis.

Al fin y al cabo, esta la frase mentirosa, aquella de que lo que pasa en Mazatlán, se queda en Mazatlán. Un destino abierto al mundo. Al mundo del todo se vale. Que mejor expresión del neoliberalismo. Ese que tanto critican los morenistas en la plaza pública, en las alocuciones matutinas o el recurso del debate con los conservadores. Aquellos que llevaron al país a donde está en medio de la pobreza y consumido por la violencia criminal. El despeñadero de los calderones, los foxes, los salinistas, los zedillistas, y claro, como podían faltar los peñistas. Que, dicho de paso, habrán de ser juzgados moralmente el 1 de agosto por todo el daño cometido (¡Uyy!, dirán, aquellos con una sonrisa socarrona).

Pero, quién ve el pasado, sin ver el presente, o prefigurar el futuro, es que nada aprendió y la palabrería es simple retórica política. De la mala, hipócrita. Simplemente es la reconversión del discurso eterno a los hoy buenos, a los legítimos, los que si están con el pueblo bueno. No aquellos que hoy se rasgan las vestiduras gritando ¡al ladrón, al ladrón!, cómo si cantaran al Sabina más desenfadado, lo que pasa, es que no terminan por entender, ojo, que no “son iguales”, aunque muchos de ellos hacen los mismo, que es otra generación de políticos con nombres desconocidos pero cortados con la misma tijera. Aquella de que no roban, no mienten, no traicionan. Que la administración de una pandemia, cómo diría Lenin, sería un ejercicio de “dos pasos adelante, un paso atrás”.

No hay nada nuevo bajo el sol. Son las reglas básicas de la política. Se necesita que no se caiga la economía. Porque si cae, se cae con ella la esperanza, la ilusión de millones, que hoy ven la suya. Pero, dirán, que no nos confundan cuando coincidimos con los otros, nuestros adversarios, los saqueadores. Abrir Mazatlán de par en par en tiempos de pandemia no es neoliberalismo. Es otra cosa. ¿Qué cosa? Es jugar con las fuerzas del mercado con fines sociales. Necesitamos reactivar la economía. Que aumente la recaudación fiscal para los programas sociales. ¿O, de dónde va a salir para las pensiones, las becas, los estímulos? No hay otra bolsa. ¿Qué hay contagios y muertos, pérdidas de vidas y patrimonios? Ni duda cabe, son los daños colaterales, que siempre ocurren con estas desgracias. Más, dirán, se perdió en la revolución. O, ya quien lo sabe, por lo pronto refrendaran, hay aprender a vivir con esto. Al tiempo.

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