LA “POLÍTICA” DE LAS BALAS
LA “POLÍTICA” DE LAS BALAS
Resulta, poco menos que sorprendente, que cuando
para millones de mexicanos las elecciones se han convertido un rayo de
esperanza para mejorar su nivel de vida la violencia criminal tiende a empañarla
con su brutalidad. Desde el Rio Bravo hasta Suchiate. Los incentivos para estos
grupos deben ser muy altos para hacerse presente en cada convocatoria electoral
y dejar el camino electoral con un cada vez mayor caudal de muertos y
atemorizados y regiones enteras bajo fuego.
El crimen organizado está claro que es un actor
económico que quiere y tiene desafortunadamente su lugar en la política.
Directa o indirectamente, eso no es problema, sino la complejidad como país.
Actúan, como otra cámara empresarial, como grupo de presión, pero a diferencia
de los organismos convencionales los suyos lo hacen, lo hicieron, con el
recurso de la violencia.
Quizá, nunca sabremos su nivel de penetración en los
partidos y sus gobiernos, pero, sin duda, están presentes con su propio y
singular don de la ubicuidad. Es el negocio redondo. Y mejor con una gran dosis
de impunidad. La política dejó de ser, al menos, hoy en México, un antídoto a esta
singular violencia criminal para convertirse en una incapacidad manifiesta o
una absoluta connivencia.
El informe que presentó la Secretaría de Seguridad
Pública a principios de año declaraba que las entidades más violentas
del país en 2020 habían sido Baja California, con 2,906 homicidios; le seguía el
Estado de México, con 2,793; Chihuahua, con 2,686; Jalisco,
con 2,621; Michoacán, con 2,433; Sonora, con 1,584; Veracruz,
con 1,457; Guerrero, con 1,435 y Zacatecas, con 1,065 homicidios
dolosos.
De estos nueve estados en seis de ellos hubo
elección de gobernador el domingo pasado y en todas ellas triunfó el partido
Morena y sus aliados y relevarán a gobiernos priistas y panistas con excepción
de Baja California donde ya gobierna Morena.
En estos estados con la información publicada en varios
medios de comunicación hizo aparición el crimen sea amenazando a dirigente
políticos y candidatos, promoviendo el voto a favor de uno u otro partido o, lo
más lamentable, asesinando candidatos, como fue el caso del emecista Abel Murrieta
Gutiérrez que buscaba la alcaldía de Cajeme y su muerte alcanzó notoriedad por ser
abogado de la familia Lebaron.
Qué, cómo se sabe, está familia menonita icónica en
diciembre de 2019 sufrió una masacre perdiendo a 12 miembros y otros, ante la
imposibilidad de seguir en la serranía tarahumara, decidieron marcharse para continuar
su vida en la Unión América.
La violencia fue la marca indeleble del proceso
electoral en varios estados. La empresa Etellekt en su informe de junio (https://www.etellekt.com/informe-de-violencia-politica-en-mexico-2021-J5-etellekt.html)
muestra un escenario sangriento, penoso y creciente: Suman 910 agresiones políticas
lo que representa 17.5% más que en el proceso de 2017-2018; fueron asesinados
91 políticos y 36 de ellos eran aspirantes y candidatos; los opositores, nos revela
el informe de marras, eran el principal blanco de los criminales; la violencia
política se expandió geográficamente a 525 municipios; aumentaron los ataques
contra colaboradores de candidatos, e infracciones contra la dignidad, previo a
la jornada electoral del 6 de junio y asciende a 252 asesinatos de personas
vinculadas a la política y el servicio público durante el proceso electoral.
El mismo día de la jornada electoral se hicieron
visibles operativos criminales dejando muertos en Baja California, Hidalgo, Jalisco,
Oaxaca, San Luis Potosí, Puebla, Veracruz y Zacatecas y marginando a muchos de
la representación. En estas circunstancias la atmosfera de las elecciones se
volvió turbia y seguramente afectó los niveles de participación histórica.
La ciudadanía, al igual que estos grupos, también
debe tener incentivos para participar en lo que algunos irónicamente llaman “la
fiesta de la democracia” y, si no los tienen con mínimos de seguridad, prefiere
quedarse en casa.
Esta escalada de violencia sucedió en un momento en
que las elecciones tanto locales como la federal, constituyen una suerte de evaluación
del gobierno de López Obrador. Y los resultados, que se han dado a conocer a
través del PREP y los cómputos distritales, pueden resultar agridulces porque
por un lado fue abrumadoramente a favor del obradorismo en los estados de la
federación, mientras por el otro, paradójicamente, los resultados fueron acrisolados
cuando a Morena se le cayó la votación en estados claves y con ella el número de
diputados que su partido tendrá en la próxima legislatura para continuar la
llamada Cuarta Transformación.
Así, tenemos, que el mapa político de 2018 cambio
con diez y seis gubernaturas a favor de Morena y el resto está en el amplio
espectro opositor; la Cámara de Diputados por su parte ya no será la de esta
legislatura, sino otra aun conservando Morena y sus aliados la mayoría absoluta,
lo que genera algo muy valioso que es la necesidad de negociar para construir
consensos en los temas que son de mayor interés público salvo que se prefiera
coaccionar o corromper a diputados para hacer la mudanza de fracción como ya lo
sugirió el presidente al decir que “basta unos diputados priistas” para tener
mayoría calificada.
Se ha hablado mucho de la necesidad de una reforma
electoral de fondo y es que las elecciones en nuestro país tienen un costo económico,
que raya en la aberración, simplemente, la elección de diputados federales le
costó a la hacienda pública una cifra cercana a los 20 mil millones de pesos, o
sea, cada uno de los 500 diputados, costará alrededor de 40 millones de pesos en
presupuesto del INE y prerrogativas para los partidos. Imaginemos, un momento, ¿cuál
será el costo de las 32 elecciones estatales que renovaran más de 20 mil cargos
estatales?
Pero, si esto es escandaloso pues nos ha costado ser
considerada como la democracia más cara del mundo muy pronto alcancemos el
estatus de la democracia más violenta del mundo. Eso obliga a una gran reforma
económica pero también política, de manera que ahorremos dinero y al mismo
tiempo reduzcamos los incentivos para que el crimen organizado siga haciendo de
las suyas en los procesos de renovación de los cargos públicos electos.
En definitiva, estamos en un momento crucial de
nuestra democracia representativa, y si los resultados contradictorios del
pasado domingo, no se aprovechan para rediseñar al menos estas instituciones públicas
y cambiar la situación que estimula el estado de violencia, habremos perdido una
vez más, la oportunidad de gastar menos en la política y neutralizar a los
actores violentos pues, como bien lo señala la empresa Etellekt, la violencia política
se expandió a más de 500 municipios del país entre ellos, por supuesto, los más
poblados del territorio nacional.
Al tiempo.
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