LA DISPUTA POR LA MARCA SINALOA
LA DISPUTA POR LA MARCA SINALOA
Hace unos días el columnista Guillermo
Osuna Hi y yo comimos con Adrián López, el director del diario sinaloense Noroeste,
y disfrutábamos en un restaurante emblemático de Culiacán de los sabores de nuestra
costa y serranía luego de presentar un libro de mí autoría.
Una imponente entrada de camarones,
callos de hacha, trozos de pulpo y un aguachile en su punto nos sacudió el estómago
para de ahí pasar a los chicharrones fritos, la panela asada y los frijoles fritos
que luego aterrizamos con el dulce antiguo de jamoncillos, panecillos y ates
regionales. Claro, sin faltar, una Pacífico bien fría.
Aquellos manjares coloridos
salpicados con cebolla morada y trozos de chiles verdes trajeron inmediatamente
a mi mente las lecturas de Manuel Vázquez Montalbán y su alter ego Pepe
Carvalho, el detective gourmet, que desentrañaba crímenes mientras cocinaba una
paella del senyoret o disfrutaba de un rabo de toro, escanciado con sidra asturiana
o un vino de la costa catalana.
Pero, algo más, una cosa nos
llevó a la otra, a la cocina sinaloense, y lo destaco porque Adrián que es un
sibarita nos habló de que Noroeste preparó un documental sobre esta y en octubre
aparecerá a través de la plataforma streaming de Netflix.
Se trata de los manjares producidos por ocho
de los mejores chefs con que cuenta, la cada vez mejor cocina sinaloense.
Nos, decía Adrián, que está idea
había surgido luego de que se dieron cuenta que si se ponían la palabra Sinaloa
en el buscador de la plataforma inmediatamente salían veinte películas y series
narcas.
O sea, Sinaloa, no es conocida en
el mundo por ser una región excepcional bañada con las aguas de once ríos y por
tener una larga costa de más de 600 kilómetros o por su imponente serranía con
sus pueblos pintorescos; menos, todavía, por ser tierra fértil para la
producción de alimentos de tierra y mar para nuestros mercados o del extranjero;
o por tener a Mazatlán calificado entre las ciudades mejores para vivir, el
señorío de sus pueblos mágicos o la pujanza de sus ciudades; todavía menos por ser
la tierra de grandes creadores en el terreno de la música, las letras y artes
plásticas, la danza clásica y contemporánea y sus grandes deportistas, que
nutren equipos profesionales de futbol y beisbol dentro y fuera de nuestro
país. Y qué decir, de nuestra cantera de grandes boxeadores.
Es decir, aunque suene a chovinismo
Sinaloa es mucho más que una sociedad narca, y no se merece el estigma de los
personajes que han destacado hasta en eso, en el mundo criminal y que alimenta
el morbo de quienes lo convierten en una suerte de alter ego, motivo contumaz
para aspirar alcanzar una gloria fácil, rápida, como efímera.
Esa, que lamentablemente, nos
asalta en cualquier momento por nuestra propensión mediática al escándalo. A la
noticia altisonante. A los rostros que hacen posible esa marca que más bien
parece estigma y que se multiplica exponencialmente a través de los medios de
comunicación.
Así, como ejemplo, a los pocos
minutos de darse a conocer la detención de Emma Coronel en el aeropuerto Dulles
del estado de Virginia, se volvió trading topic, era la más vista. Todo mundo
quería saber sobre esa bella mujer que creció en el Triángulo Dorado aun,
cuando, nació hace 31 años en la bahía de San Francisco y qué por esa belleza trigueña,
serena, llamó la atención de Joaquín El Chapo Guzmán, a quien muy joven la
llevaría al altar en el pueblo serrano de Canelas.
Y es que, en el momento en que se
da a conocer la noticia de su detención, se reanuda una narrativa infinitita que
inició probablemente en los años de la guerra de Corea, cuándo según Eduardo Valle,
El Búho, antiguo asesor de la PGR, se celebraría un tratado secreto entre los
gobiernos de México y EU para el cultivo de amapola en el vasto territorio del
llamado Triángulo Dorado que se necesitaba para producir la morfina que se
necesitaba en el campo de batalla asiático.
Y, de ahí, para adelante, es una
historia sin fin con sus personajes; sus mitos y leyendas; historias reales o
ficticias; lealtades y traiciones; narco cultura y narco política. Ese todo que
define la marca que está en Netflix. El sello de la casa. Desde Moscú a Buenos
Aires; de Nueva York a Hong Kong y de este al inmenso mundo del ciberespacio.
Por eso, para muchos, intentar hacer
contrapesos es una desmesura, una tarea perdida, pero necesaria, porque lo otro,
nos lleva irremediablemente a la derrota moral. Al imperio del todo se vale.
Veamos, escribo este artículo mientras
veo la portada de Noroeste del pasado miércoles: “Detienen en EU a Emma Coronel”
y abajo del titular el rostro desenfadado, sonriente, luminoso, de una mujer bella
que todavía parece tener una vida por delante y me pregunto, para que dedicarle
esas ocho columnas.
Y es que, seguramente Emma, estaba
convencida de que era inalcanzable y prefirió los reflectores a desaparecer de
la escena pública. Al fin y al cabo, se había convertido en una figura en la
red de Instagram. Se habla de que tiene cerca de 400 mil seguidores. Y a eso,
no es le es fácil renunciar a una joven influencer que se debe a sus
seguidores. A la exposición pública y mediática. A la búsqueda por trascender
en un mundo marcado por lo efímero, circunstancial y voluble.
Vamos, esa propensión nuestra por
hacer de la vida privada, un objeto público que termina por afectar la vida.
Recordemos que El Chapo Guzmán en su búsqueda por trascender y reforzar al mito
busca el cine, rompe con su cautiverio y fue a una reserva natural en la sierra
de Cosalá, para encontrase con los actores Sean Pean y Kate del Castillo, quienes
estarían interesados en llevarlo a la pantalla grande.
Pero, en ese desliz empezó el
principio de su pérdida de libertad, que lo llevaría al traje carcelario gris y
los tobillos encadenados y hoy, lo tienen, en una cárcel de máxima seguridad en
el estado de Colorado.
Qué, además, en el juicio de
Brooklyn le daría visibilidad a Emma que se volvió una figura pública que cada
día llegaba impecable de traje negro a la sala donde su marido era juzgado y
delatado por sus antiguos socios. Y, dónde, finalmente, sería sentenciado a
cadena perpetua en medio de una audiencia que quizá solo tiene comparación con
los juicios de los personajes sombríos de la Mafia italiana.
Por cierto, otro de los clientes más
gananciosos de Netflix, y que han provocado la marca más intemporal y mafiosa siciliana.
Aquella que hizo posible El Padrino, la película más clásica de Francis Ford
Coppola, pero que tiene que ver más con Nueva York, que con la pobre Sicilia.
Entonces, volviendo a la marca
Sinaloa, hoy revitalizada con la detención de Emma Coronel, quien reúne todos
los ingredientes de un espectáculo judicial. Se trata de una mujer bella,
esposa de una celebridad del narco, madre cariñosa de sus hijas gemelas, hija y
hermana de presos del narco, reina de belleza y un juicio en un tribunal neoyorkino.
Un verdadero coctel para las
emociones, historias, novelas, películas, series. Superior mediáticamente a la
figura de Sandra Ávila, la llamada reina del sur, que después de purgar su
condena desapareció de escena para recuperar su vida.
Veo, entonces, la perspectiva de
la serie sobre la cocina sinaloense como necesaria por ser una forma generosa, sustantiva,
de competir por la atención de los sibaritas, los que como Vázquez Montalbán a
golpe de literatura, sabores, texturas y aromas fueron aportando genes a la
marca catalana que no está exenta de narcos pero que, ahí, no es marca.
De esa tarde, me quedo, con los sabores
y las anécdotas de Adrián y la compañía de Guillermo, pero con la textura de esos
callos de hacha y la frescura de esos camarones y pulpos de la bahía
sinaloense, con sus limones agrios y esas salsas que merecen como su cerveza
Pacífico, ser la marca sinaloense.
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