RUIDO
“El gobierno federal -dice un pronunciamiento
de los diez gobernadores de la Alianza Federalista- ha decidido de forma unilateral
centralizar la compra y distribución de la vacuna”, y exigen trasparentar el
cronograma de distribución de la vacuna Covid-19, además, piden al presidente
que se “deje ayudar”.
No hay de entrada, ninguna
cortesía, de este grupo de gobernadores, por que un gobierno haya logrado -y,
al decir por las autoridades, sin endeudar más al país- ser, uno, de los
primeros países en el mundo que tendrá la tan deseada vacuna contra ese
coronavirus que ha causado estragos profundos en la sociedad y la economía
mundial.
No tienen esa cortesía porque
anteponen la visión política sobre la humanitaria, la electoral sobre el
beneficio comunitario, el cálculo de la rentabilidad sobre la vida.
Claro, tienen derecho a exigirlo,
la ley federal de salud le brinda la posibilidad de colaborar en la estrategia con
el responsable de la política pública en esta materia y, así, ha venido
ocurriendo con los gobernadores de todos los partidos políticos.
No faltara entonces quien se
pregunte ahora, en el momento estelar la pandemia, ¿porque al aplicar la vacuna
se les hace a un lado y esta responsabilidad se le otorga plenamente al ejército,
incluso, por encima de las unidades del sistema nacional de salud que hasta
ahora han venido aplicando todo tipo de vacunas?
El argumento para justificar que
el ejército sea el encargado de almacenar, distribuir y aplicar la vacuna, hasta
en los lugares más remotos, de la geografía nacional, es que la pandemia se ha
convertido en un problema de seguridad nacional y, aun con todo lo criticable
que pueda significar este poder adicional a un ejército ya con muchas competencias,
evita que el manejo de la vacuna se pulverice en 32 ordenes de gobierno y
suceda, lo que hemos venido viendo, con la aplicación de la Estrategia Nacional
de Salud donde ha estado sujeto a los humores políticos de cada entidad
federativa y ha provocado resultados muy dispares.
Y, esto, en un año electoral, podría
significar una calamidad mayor de la que hoy tenemos y amenaza agudizarse en
los meses de nuestro invierno, porque, sin duda, los gobernadores de todos los
partidos querrían directa o indirectamente capitalizar el manejo de esta vacuna
(o sea, lo que le exigen al presidente), y por lo que sabemos de la parte de la
operación, exige un manejo muy especial ya que se requiere equipos de
refrigeración nada convencionales.
Entonces, ¿qué sentido tiene
poner en manos de gobernadores la gran responsabilidad del manejo de la vacuna
en un año eminentemente electoral y, probablemente, sin los recursos técnicos
para tenerlos en su poder?
El presidente López Obrador, ejerce
la prerrogativa constitucional, de que cuando este en juego la seguridad
nacional, pueda al margen de legislativo, tomar las decisiones que a su juicio así
convengan a la nación y eso significa, que la responsabilidad política es personalísima.
O sea, si este encargo al ejército
resulta un éxito sin duda será del presidente y el ejército, pero lo mismo si
fracasa, por cualquier razón, el beneficio o costo político será exclusivo de él.
Es una decisión que entraña muchos
riesgos, pero que está a la altura del tamaño del número de contagios y
fallecimientos, y la sombra nebulosa que está ahí amenazante, y que nos pone entre
la decena de países, con mayor número de casos por cada 100 mil habitantes.
Y en ese sentido, pensarlo, cómo lo sugirió en
tono amenazador el Brozo tenebroso, y ahora este grupo de gobernadores, de que se
pudiera estar pensándose en clave electoral es no distinguir entre una razón de
Estado y una decisión con fines electorales.
Se podrá preguntar al aire: ¿cómo se puede
separar una de la otra si coinciden en un tiempo electoral? ¿Cuándo estarán en
marcha las campañas electorales concurrentes? y ¿cuándo ya se prefiguran dos
grandes coaliciones una de ellas impulsada por los diez gobernadores para dejar
sin mayoría absoluta al presidente en la Cámara de Diputados?
Ciertamente, la frontera entre
uno y otro es muy delgada, sin embargo, la primera atiende asuntos de gran
calado, más allá de la coyuntura, cómo es la misma esencia de la pandemia, y la
otra tiene fecha de caducidad, que es el 6 de junio, o quizá más, si muchas de
estas elecciones terminan en los órganos jurisdiccionales.
Es decir, a sabiendas que es una
competencia del presidente, actuar en los casos de cuando el país vive un
problema de seguridad nacional, estos gobernadores le disputan ese derecho y exigen
ser parte de la decisión, buscan intervenir en la definición de la estrategia
de aplicación de la vacuna a todos los mexicanos, cuando a otros les quitan un
peso de encima. Y aquello, en la emergencia sanitaria, es simple y llanamente, ruido
preelectoral.
Claro, preocupa de este gobierno civil
otorgue de facto y jure mayores competencias al ejército, y en este caso, no es
la excepción a la regla, serán sus unidades médicas las encargadas del traslado
y aplicación de la vacuna.
Pero, sobre esto, no dicen nada
los diez gobernadores, todo es contra el gobierno civil y ahora, si, en un
tiempo preelectoral todos los mensajes que emiten los actores políticos tienen
una carga electoral, buscan influir en el ánimo de los fieles, y de aquellos,
que en estos momentos viven el drama del Covid-19.
En definitiva, este tema que
abrazan hoy los diez gobernadores aliancistas es uno de los que, por necesidad
política, necesitan esgrimir, para instalar la idea polémica de restablecer la
vieja hegemonía que la gente identifica como PRIAN, y que, en 2018, la mayoría
electoral, decidió reducir a su mínima expresión, y eso lleva a preguntar, si ha
cambiado ese hartazgo para entrar en reversa el próximo 6 de junio.
Eso, ¡ya lo veremos!
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