EL NO A BIDEN
No hay precedente.
Ningún presidente mexicano hasta
ahora dicho que no reconocería a su similar de los Estados Unidos de
Norteamérica -y, seguramente, a ningún otro-, cuando las tendencias electorales
lo presentan como potencial ganador en la contienda por los votos.
Y no porque lo quisieran hacer
como cortesía, sino porque nunca hubo una elección estadounidense, uno de los
adversarios se inconformará con los resultados y desde antes de declararse oficialmente
el veredicto mencionará la palabra fraude.
Fraude es una mala palabra en las
democracias donde tienen muy ensayado el mecanismo electoral y, además, existe
la llamada habituación ciudadana por lo tanto quien la menciona provoca sorpresa,
asombro, molestia.
Pero, resulta, que ocurrió por
primera vez en más de doscientos años y eso tiene temblando todo el sistema
político estadounidense porque no acepta que se le vea a su país como una
república bananera donde se roban los votos y de esa manera se determina el ganador.
Ahora, si Donald Trump cumple la
amenaza de judicializar el proceso electoral, que puede tener un final breve, fast
track, si se desechan los recursos, como ya viene sucediendo en los estados
donde se interpusieron o un final largo, complicado, si en uno de ellos prosperan
los principios federalistas para que alcance el Tribunal Supremo.
En este contexto de tintes judiciales
están por un lado la mayoría de los países con democracias consolidadas que con
los resultados que se han dado a conocer han felicitado el triunfo de Joe Biden
y en ese ámbito de felicitaciones, llama poderosamente la atención la postura
mexicana, de no reconocer el triunfo en tanto no termine el proceso electoral y
oficialmente haya un ganador definitivo.
Esto ha provocado una avalancha
de críticas contra López Obrador incluso en el primer círculo del gabinete y
del obradorismo, por las consecuencias que podría tener esa “falta de cortesía”,
con el virtual triunfador de la contienda electoral más participativa en la vieja
democracia estadounidense.
Seguro no sienta bien esta postura en el
equipo de campaña de Joe Biden y no sabremos las consecuencias que habrá de
tener en las relaciones bilaterales, porque sin duda, el candidato demócrata se
convertirá en el próximo presidente de los Estados Unidos de Norteamérica sea
porque ganó limpiamente las elecciones o porque así lo quieren las élites
económicas de ese país incluso ambas.
Trump, más allá de la poca
empatía con la opinión pública, se ha vuelto un estorbo para esas elites y los
estorbos, cómo en los thrillers hollywodescos, se quitan para continuar
adelante en un escenario mundial muy complicado y que amenaza a una mayor
complicación en tanto no se tenga la vacuna contra la Covid-19 y se aplique
para empezar el proceso de estabilización de la economía que bien puede llevar
años.
Así, la lógica indica que el país
del norte no está para gobernantes como Trump, y es por eso por lo que la
mayoría salió a votar en contra de la permanencia de este personaje que es mal
visto en la mayoría de los países del mundo.
Pero, más allá de los humores públicos
internacionales, está el mal manejo de la economía estadounidense y, peor el de
la lucha contra la pandemia, que ha creado la fórmula perfecta para que se combinen
la pobreza con la salud pública.
Entonces, en esa lógica cabe un
gobernante como Joe Biden, moderado y con la experiencia demócrata para moverse
en escenarios de crisis y empezar a recuperar la esperanza, cómo antes lo hizo
Barack Obama, y que en medio de la pandemia pueda reactivarse la economía
estimulando el consumo y llevando bienestar a las familias.
Un poco aquella tesis de John
Maynard Keynes que se instrumentó para salir de la crisis de la llamada Gran
Depresión de 1929 y que consistía, en la política de “hacer hoyos y taparlos”, los
norteamericanos no han llegado a ese punto ni tampoco la economía mundial, pero
los pronósticos para los siguientes años son terribles sino sucede algo que
modifique las tendencias actuales y permita la creación de un nuevo orden
internacional.
En esa perspectiva la “descortesía”
de López Obrador adquiere un significado especial frente al alineamiento que
hay en torno a Biden que será declarado presidente de los Estados Unidos y es
que las circunstancias adversas llamarían a la confluencia de aquellas fuerzas más
viable para la recuperación económica mundial.
Entonces, la iniciativa de Trump
de hacer de su molestia personal un asunto de justicia electoral, es una
travesía por el desierto donde no ha encontrado los apoyos para que la gran
mayoría norteamericana acepte el argumento del fraude.
Y si el sustento material no se tiene
ante las instancias competentes obviamente el reclamo no tiene futuro.
Y eso lo saben, Marcelo Ebrard y Martha Bárcena, Secretario de Relaciones Exteriores y Embajadora de México en
los Estados Unidos, respectivamente, por eso la urgencia del primer momento en
que conminaban a AMLO para que felicitará a Joe Biden, pero, sus razones de
fondo tendrán, este se mantuvo en su postura de no reconocer el triunfo de
Biden en tanto no lo determine el Colegio Electoral.
Ciertamente a Trump le quedan más
de dos meses en la Casa Blanca y podría hacer todavía mucho daño si se lo
propone, entonces, eso podría justificar la decisión de López Obrador, pero eso
significa no leer adecuadamente los mensajes que está mandando las instancias
jurisdiccionales y la comunidad internacional.
AMLO, por mera intuición, ha establecido
la política exterior siguiendo la política del buen vecino con el gobierno de Trump
y los valores de la llamada Doctrina Estrada, en cuanto a la libre
determinación de los pueblos para decidir su presente y futuro.
Habrá que ver en que termina la
controversia norteamericana que ha pasado de lo mediático a lo judicial para
saber si la postura de México fue la adecuada, sea porque se mantuvo a la
expectativa de lo que resolvieran las autoridades estadounidenses o porque venció
su intuición a la Yogui Berra: “de que el juego, ¡no se acaba, hasta que se acaba!”.
¡Al tiempo!
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