LAS CHISTERAS DEL PODER
A Juan Millán Lizárraga se le han
atribuido muchas virtudes en su época de mayor esplendor político. Una de ellas
fue la supuesta o real capacidad para designar a dedo a los candidatos en su partido,
sino también a los de la oposición.
Y los hechos, a simple vista,
parecerían haber confirmado este relato halagador cuando en 2004, ungió a Jesús
Aguilar Padilla, como candidato a gobernador por el PRI, luego de ser
Presidente de la entonces Gran Comisión del Congreso del Estado; también se
dijo que habría influido para que Heriberto Félix Guerra, su ex Secretario de
Desarrollo Económico, fuera el candidato del PAN a la misma posición política y,
hasta se dijo, que habría influido para que Audómar Ahumada fuera el candidato
del PRD luego del repunte que tuvo este partido con la segunda postulación de
Rubén Rocha al gobierno del estado, incluso, no faltaron quienes dijeron que el
PRD sinaloense tenía un origen millanista por la influencia y el peso específico
que tuvieron en la fundación sus amigos
de la desaparecida Corriente Socialista.
Esta capacidad fuera de serie nunca
fue rechazada y se volvió parte de nuestros mitos políticos. Pero, al margen de
su veracidad, la debilidad crónica de nuestro sistema de partidos da pie a este
tipo de actitudes omnicomprensivas que embonan perfectamente con nuestras
prácticas patrimonialistas del poder. Ante todo, cuando los márgenes para hacer
carreras políticas son estrechos y depende de cómo cada personaje se acerca a
la política sea a través de los poderes fácticos, los partidos o el gobernante
en turno. El famoso “jalón de arriba” que permite llegar a cargos ejecutivos de
gobierno.
Es notorio en el caso del
gobierno de Quirino Ordaz quien llevó a su gabinete a personajes “de chile,
dulce y manteca” y eso, podría derivar a que todos los que estén en la disputa electoral
por el cargo del futuro gobernador, hayan sido o son parte de su gabinete.
Veamos. Si Jesús Valdés, el ex
secretario de Agricultura y Ganadería o Sergio Torres, el secretario de Pesca y
Acuacultura fuera ungido como candidato del PRI, sería, sin duda, la confirmación
de la regla, el cumplimiento de la vieja tradición priista.
Y lo mismo podría suceder con Juan
Alfonso Mejía López, el Secretario de Educación Pública y Cultura, si resultara
no candidato del PRI, aun cuando cuenta con las simpatías del exgobernador
Millán Lizárraga, sino del PAN, como ya lo viene promoviendo Juan Carlos
Estrada Vega, el dirigente estatal de esta formación política que está en el
hoyo de las preferencias.
Finalmente, tenemos a Rubén Rocha
Moya, el senador y virtual candidato de Morena a la gubernatura, quien en el
inicio de este sexenio fungió como jefe de asesores del gobernador Quirino Ordaz
y si bien este no decide que sea el candidato morenista, podría ser parte de un
enroque del poder. Más, si decide facilitarle las cosas, para que su lugar en
las encuestas de intención de voto se convierta en un triunfo electoral.
O sea, estamos ante un caso curioso
de promoción política, que los posibles candidatos hayan sido parte de la misma
administración, esto no significa que el síndrome Millán se haya enriquecido en
Quirino Ordaz, y que en Sinaloa hayamos llegado a la aberración de personificar
el sistema de partidos.
No, estamos ante un fenómeno más
complejo, quizá hasta singular en todo el país, cuando la escalera para acceder
a posiciones no son las convencionales, es decir, las ideológicas o políticas
que se expresan en los partidos, sino las que derivan de la integración a un
gobierno que abrió el abanico para integrar otras sensibilidades y capacidades
más allá de las de los militantes de su propio partido -y, eso quizá le
reprocharon y reprocharan a Quirino Ordaz algunos de sus correligionarios.
Y eso, sabemos cabe en un sistema
político cada día menos programático, y más pragmático y ejecutivo, que lleva inevitablemente
a la perdida de las identidades políticas en la matriz clásica de izquierda-derecha.
El gobierno de Quirino Ordaz
pasara a la historia de Sinaloa, cómo aquel donde se decidió formar un gabinete
plural y al final -si se cumple el pronóstico- nutrió de candidatos a la oferta
tradicional del sistema de partidos.
Pero, antes, este gobierno heterodoxo
de Quirino Ordaz ha tenido grandes desafíos y eso refuerza el pragmatismo
político o sea facilita la inclusión de gente operativa que necesita dar
resultados porque solo tuvo, tiene, cuatro años, diez meses.
Alguna, vez, conversando con el
gobernador me comentaba que le habían tocado momentos muy difíciles. Recordaba el
asesinato del periodista Javier Valdés que puso en el ojo del huracán mundial el
tema de nuestra violencia cotidiana y las incapacidades institucionales para
dar respuestas satisfactorias. También mencionó el “culiacanazo” que nuevamente
cimbró a la opinión pública mundial cuándo el Cártel de Sinaloa hizo sentir su
poder para rescatar a uno de los hijos de Joaquín El Chapo Guzmán.
¿Y qué decir de la pandemia por
el Covid-19?, que todavía a estas alturas del año tiene semiparalizadas las
actividades sociales y económicas. Y que exige soluciones rápidas a un problema
que rebasó las capacidades de respuesta del propio gobierno y que los ha hecho más
pragmático ante la contingencia y contra la opinión, de quienes desearían
soluciones a la alemana o coreana con las pruebas masivas o un mayor
endeudamiento para sostener el gasto del gobierno -Ahí, están, los diputados
morenista que se manifiestan contra de la apertura de los estadios deportivos.
Recordemos, estamos en un tiempo desideologizado,
donde pareciera que se cumple puntualmente el “fin de la historia”, sostenida
por Francis Fukuyama, y se impone el imperio del pragmatismo, cómo la única
forma de atender los problemas ingentes de nuestras comunidades. Eso plantea
elementos para la discusión en cualquier cambio de gobierno, sea por los
factores reales de poder, como por las directrices políticas, está visto que
ante los recursos escasos obliga volver al programa político para recuperar las
identidades y la manera de ofrecer alternativas.
Lamentablemente el debate público
de hoy en Sinaloa no está en la agenda política y domina el plegamiento alrededor
de los aspirantes, unos para brindar apoyo incondicional, otros para denostar,
sea a un partido o candidatos o al mismo gobierno, esperemos que con las definiciones
de los candidatos a gobernador ese ambiente se distienda y podamos hablar más
allá de tal o cual figura pública.
Por lo pronto, el símil Millán-Ordaz,
nos permite reflexionar sobre la singularidad de nuestro sistema político y que
frecuentemente no la vemos.
¡Al tiempo!
11/10/20
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