LA DERECHA BMW
La oposición de derecha sube el
volumen, agita banderas de clasismo, agria la conversación pública, sea desde
la tribuna o los titulares de prensa, la columna periodística ad hoc, se
acompaña de una franja pequeña de la academia, intentan romper el juego
democrático en aras de la verdad, su verdad, sus fobias e intereses, no hay
espacio para la confluencia democrática ni aún en la emergencia sanitaria
porque todo es juego suma cero donde, lo que pierde uno, busca ganarlo el otro.
Imponer su visión por la fuerza. A
esa mayoría silenciosa que se encuentra hoy en lo suyo. Preocupada por sus
familias, las noticias alarmantes, el futuro incierto, y quizá, hasta su
particular vuelta al individualismo. Aquella que al alejarse a lo suyo deja la
política a sus profesionales y eso, sabemos, significa correr riesgos como
sociedad.
Sean estos los que vienen de los
partidos o los que se han montado a la ola del tufo criminal del coronavirus o,
peor, nuestro singular “Deep State” (Estado profundo) que mueven hilos desde la
trastienda, los sótanos de estos movimientos contestarios y con sello ciudadano.
Y los hacen, con nuevos bríos y enojos exacerbados, luego de la visita exitosa
de AMLO a la Casa Blanca sí, con quien consideraban su aliado ideológico y
potencialmente político, pero que se hizo polvo cuando Trump hablo de su amigo,
su buen amigo, Andrés Manuel.
Y ahora lo repudian en silencio
porque sienten que los ha traicionado o esperan pacientemente que en caso de
ganar la reelección estadounidense vuelva a las posturas más radicales o la
venganza de los demócratas, o sea van a todas que alguna podría beneficiarles
en contra del gobierno de la 4 T.
Y es que la derecha ante su
fracaso electoral en 2018 y las señales adversas que mandan las encuestas para
el 2021, incluso en la revocación de mandato en 2022, adoptan un discurso, una
narrativa antisistema y antidemocrática, golpista sin precedente en el México
contemporáneo que enturbia el ambiente político.
Y se lo facilita las
instituciones democráticas, que para ellos están siendo capturadas por el
“comunismo”, por lo que sus expresiones suben de color negro y adoptan un tono
ríspido de odio, con el autoritario: “¡vete ya!”.
Es la historia de los rupturistas
que utilizan las instituciones democráticas para avanzar en sus propósitos
desestabilizadores. Afortunadamente su resonancia no corresponde con su
influencia social. Su discurso antidemocrático y las columnas de autos de alta
gama son su gran diferencia con el mundo de a pie. Ese que les gritan en las calles y los
califican de elitistas, de traidores a la patria.
Sin embargo, hay que reconocerles
perseverancia, tesón y voluntad incansable para imponer su visión, sea a través
de una narrativa más o menos elaborada, sea con artículos sesudos y gritos,
pitidos o cacerolazos.
Quizá, lo que más les favorece,
es que desde el gobierno se les minimiza, se les considera irrelevantes, sin
capacidad de influencia, cuando este debería apostarse por el debate de las
ideas. Confrontar más allá de la seguridad de que no hay mejor plataforma para
hacerlo que la conferencia mañanera. La voz de un solo hombre, un solo relato,
una sola verdad. AMLO frecuentemente
está solo, no se ve partido y aliados que lo acompañen, quizá porque él así lo
desea, lo domina la idea de que el ganó la elección de todos los que hoy gozan
de una representación política y es su derecho de defender lo “suyo”.
Pero, en política democrática,
son los personajes de las instituciones quienes deben estar en el debate
público. Son ellos los articuladores de los discursos colectivos. El
personalismo debe ser la excepción, no la regla en el espacio público. Y, más,
cuando son tiempos borrascosos que crispan los ánimos y llaman a la duda. A la
incertidumbre. Que se vuelve una oportunidad grandiosa para las oposiciones
menos sistémicas. Y, entre más altisonantes, mejor. El ruido mediático puede dilatar
las lealtades ideológicas, partidarias, sufragantes y al mismísimo líder.
Y en eso está la columna de la
derecha, en una suerte de acumulación de fuerzas, y en un país o un mundo que
les ofrece oportunidades inesperadas. Por eso está en el dale y dale del
fracaso de la estrategia en la lucha contra la pandemia, sin consideración, ni
matiz alguno. Contra AMLO y López-Gatell todo. Ven en el manejo de la pandemia
el precipicio del gobierno. Y, al que solo basta, un empujón para que caiga en
2021.
Así, cuando decimos que los
tiempos son difíciles, no estamos hablando de mañana. El futuro ya nos alcanzó
con un cargamento de sorpresas. Viene con desempleo, pobreza, menos dinero
fiscal en un entorno inédito, de crispación, desesperanzador, intemporal. Y,
eso, a la larga, blandece cualquier opción de gobierno. La socava. Pero lo que
viene no necesariamente es mejor en una circunstancia de recursos públicos
escasos. Con un gobierno legítimo, pero sin duda que puede llegar a ser frágil,
por su escaso margen de maniobra. De sostenimiento de políticas distributivas
que aminoren desigualdades.
La historia nos enseña que las
grandes crisis económica terminan abriendo la puerta a opciones duras. De intolerancia,
la persecución, la exclusión de izquierda o derecha. Y, en México, estamos siendo testigos ya de
una avanzada con el discurso de intimidación, miedo, desconfianza que busca ir
ganando puntos en un hipotético descalabro de la opción surgida de las urnas. La
de los 30 millones de votantes y su 53% de la votación emitida -Qué hoy el
grupo de intelectuales que encabeza Enrique Krauze y Héctor Aguilar Camín
afirma inexplicablemente que es minoría en la votación emitida y cuestiona las
alianzas legislativas propias de sistemas presidencialista o parlamentarios democráticos.
Sin embargo, su camino no tiene
futuro mientras este pautado por la ley y sus elecciones, podrán refrendar o
convencer a nuevos para su causa, pero ganar elecciones es otra cosa, es
ofrecer un programa, unos candidatos moderados, menos envenenados por el rencor
social, y sujetos a presupuestos y reglas de transparencia, a un electorado que
sigue sosteniendo en las encuestas su voluntad de cambio, de apoyo al
presidente.
Entonces, las fuerzas
democráticas deben atajar a esta oposición golpista a través del debate de las
ideas, mostrar la debilidad e insolidaridad de su discurso envenenado, y
mostrar que, si bien en el espacio democrático cabemos todos, este tipo de
fuerzas siguen siendo minoría. Irrelevantes social y electoralmente. Sólo así
estaremos hablando de una democracia que se sirve a sí misma. Que ordene la
competencia y los actores políticos se manejen con respeto a sus reglas. Que no
son otras que las salen de la chistera del voto y la representación.
Sólo así, con una democracia
fuerte, podemos aspirar hacer lo que están haciendo otros países para atender mejor
los problemas ingentes del presente pandémico y eso vale para todos, sean los
ultras de derecha, pero también los de izquierda. Una lógica de polos, de
discursos exaltados, de lenguaje maniqueo, no le sirve a la nación, a las
instituciones, a la vida difícil de los ciudadanos.
¡Al tiempo!
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