PESCADORES EN UN ESCENARIO DIVIDIDO



PESCADORES EN UN ESCENARIO DIVIDIDO

 

 

En democracia hay suficiente evidencia histórica de la correlación entre el deterioro del nivel de vida de los ciudadanos y el ascenso de las oposiciones de derecha como, también, está documentado que este deterioro ha significado la caída de gobiernos de derecha para dar paso a los de izquierda.

Es decir, el deterioro del nivel de vida de la población provoca que las lealtades partidarias se debiliten y los rasgos ideológicos se decoloren e impere el individualismo en la búsqueda de una tabla de salvación. Lo hemos visto en distintos momentos de la historia de nuestro país y dependerá de la inteligencia de que esto no suceda a un gobierno que apenas empieza con la oferta del cambio de paradigma.

Para no ir muy lejos, basta recordar 1982, cuando vivimos la quiebra de lo que López Portillo calificó en medio del llanto: “el último gobierno de la revolución” y, luego vino, el largo periodo neoliberal con sus “políticas de ajuste y cambio estructural” que desfondaron instituciones de nuestro sui generis Estado de Bienestar y ello terminaría permitiendo la llegada de un gobierno de corte de izquierda.

También la evidencia histórica nos demuestra que los relevos cualitativos no significan necesariamente “más pan sobre la mesa” y, menos, cuando coincide con una crisis del tamaño de la que estamos viviendo con sus efectos negativos sobre la actividad económica y la estructura social con su creciente número de víctimas.

Ergo,  en cálculos del mismo gobierno, la pandemia significará un decrecimiento cantado de al menos 7 por ciento del PIB y una secuela de un costo de más de dos millones de empleos formales perdidos -sin contar los informales que se calculan en varios millones más -, con la subsecuente caída del consumo, que está afectando y afectará a decenas de miles de PYMES, que no podrán resistir el costo de las rentas, los sueldos, los impuestos locales y federales por lo que podrían bajar las cortinas y poner a sus trabajadores en la calle.

Estos empresarios y nuevos desempleados buscaran culpables de su situación, y eso en clave electoral, abre un abanico de riesgos y oportunidades, sea para el gobierno de López Obrador o sea para la oposición.

Entonces, el gobierno que encabeza Morena en la federación, o en los estados, incluso en los municipios, deberían hacer corte de caja para ver lo logrado y las posibilidades de convertir la crisis en nuevas oportunidades de consolidación de su fuerza electoral.

Y es que es muy sencillo, para la gente de a pie que es la mayoría del país, el éxito de un gobierno radica en la capacidad de garantizar el pan sobre la mesa o en la circunstancia actual un espacio en el sistema de salud.

Si no se satisfacen estas demandas mínimas, se estaría generando una bomba de tiempo, que no habrá manera de pasárselo con cargo a la oposición, por el contrario, ésta bajo sus emblemas partidarios, empresariales o sociales, lo aprovechara “para demostrar la ineficiencia del gobierno de López Obrador “, cómo lo hizo el propio el tabasqueño durante prácticamente 20 años y todos lo vimos como un ejercicio de lucha democrática para favorecer a los sectores más desprotegidos aquellos, por supuesto, hablaran de cosas más abstractas como responsabilidad, apego al Estado de derecho, etc.

El juego democrático es ese y no hay otro, del poder representado y las oposiciones, que deberían ofrecer algo más que ruido mediático en un contexto de crecientes necesidades, aunque esté la apuesta en recoger los votos de la frustración y el desencanto.

No hay manera de cambiar la realidad con discursos y las personas toman sus decisiones en función de cómo le está yendo en la feria, y en ese sentido la oposición, cualquiera que sea, buscará siempre sacar beneficios, capitalizar la esperanza de muchos que al votar por la izquierda esperaban mejorar su nivel de vida y no lo han conseguido.

AMLO tiene una franja amplia de electorado que todavía cree en su proyecto justiciero y distributivo que ronda en el 50% de la población, pero hay otro que votó por la fórmula electoral “Primero los pobres” y actúa más pragmáticamente y votará por quien le ofrezca, con cierta capacidad de convencimiento e imagen, cumplir con sus expectativas de mejoramiento de su vida familiar.

Y, esto, pronostica, el refrendo de dos grandes bloques electorales. El que representa AMLO y sus aliados que lo llevaron al triunfo en 2018 y lo que está semana el mismo identificó como una conspiración bajo el membrete de BOA (Bloque Amplio Opositor), y del que dijo que le había divertido revelarlo, y más allá de eso, esta fórmula ha estado haciendo su trabajo para presentarse electoralmente en 2021 y saben que será mucho lo que tienen que hacer porque las encuestas indican que la marca Morena está arriba en doce de los quince estados donde habrá elecciones de gobernador.

Sin embargo, estamos en medio de la pandemia, y las percepciones sobre el gobierno federal y de los estados podría estar cambiando silenciosamente y basta ver la pérdida de apoyo a AMLO, desde que empezó la crisis sanitaria para darnos cuenta de la alta volatilidad que tenemos en las lealtades en México, pero también en sentido inverso, está la oposición a la muchos ven con falta de colaboración.

Mucha gente hoy podría estar sintiéndose con falta de apoyo, cuando ve la insuficiencia de recursos en salud pública y cómo sus familiares o amigos dejan la vida, en el mejor de los casos en una cama hospitalaria sin ventilador y para ese ciudadano promedio no le vale la explicación -cierta, sin duda- de que la insuficiencia de hospitales, camas y ventiladores sea por culpa de la corrupción y los recortes de los presupuestos durante los gobiernos neoliberales del PRI y el PAN.

Y, si a esa inconformidad en curso, la oposición le inyecta candidaturas frescas y un discurso duro puede terminar atrayendo a franjas del electorado y elevando la disputa por la mayoría absoluta que hoy tiene Morena en la Cámara de Diputados.

Es más, habría que distinguir entre las elecciones de diputados federales, que son las estelares de esta gran contienda porque en ellas estará en juego el apoyo legislativo que hoy tiene el presidente y que le ha permitido realizar las reformas constitucionales y reglamentarias.

En caso de perder esa mayoría absoluta en compañía de sus aliados, estaríamos en un escenario de gobierno dividido, lo que significa que tendrá que negociar con lo que resulte de esta elección y eso en el estilo de gobernar del presidente podría significar un retroceso en el proyecto de la 4T.

Así, le sucedió al presidente Ernesto Zedillo, quien en 1997 perdió la mayoría absoluta de la Cámara de Diputados y tuvo que gobernar la segunda mitad de su mandato con el contrapeso de los legisladores del PAN y el PRD.

En el caso de las elecciones estatales, es una historia con pronóstico reservado, porque se percibe que, ante un desigual desempeño en muchos de los gobiernos de Morena y la ausencia de liderazgos con capacidad de cohesión partidaria, esto podría devenir en rupturas o juegos maliciosos, que terminarían favoreciendo poderes fácticos de los estados.

Recordemos que en varios de ellos no existen dirigencias formales de Morena y esto ha provocado una fragmentación y un sistema de cuotas de poder y los ganadores con esta situación anómala, defenderán “lo suyo” gestionando sus propias alianzas.

Y esto en perspectiva de las necesidades del presidente no sería una buena noticia lo que podría llevar a que sea el propio presidente quien gestione las alianzas locales para garantizar los votos en la Cámara de Diputados.

En definitiva, son tiempos que ponen a prueba al gobierno y a las oposiciones frente a un electorado desconcertado y quizá lo preocupante es que el presidente ha creado artificialmente un mundo binario de “conmigo o contra mí”, sin que haya espacio para los indispensables grises, para empezar, ubicando al INE en esa dicotomía; mientras la oposición está decidida a seguir poniendo piedras en el camino de la 4T.

Al tiempo.


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