EL PARAÍSO FISCAL QUE SE FUE
México, durante mucho tiempo, ha sido un paraíso fiscal para
hacer negocios derechos o chuecos en su territorio.
Paraíso fiscal no en el sentido clásico del que ocurre en algunas
de las Antillas menores o en Panamá, sino en un sentido abusivo porque hasta hace
poco existía un vacío en la ley que permitía discrecionalidad para condonar el
pago de impuestos de medianas y grandes empresas en perjuicio de los ingresos
del Estado.
Aquel diseño constitucional y reglamentario era literalmente
un asalto en despoblado contra las finanzas del Estado. Una manera legal de
hacer negocios e intercambiar favores entre políticos en funciones de gobierno y
empresarios sin escrúpulos. Unos y otros ganaban. Y, mediante esta fuga de
dinero público, se crearon grandes fortunas que seguramente explica cómo
algunos de nuestros empresarios se encuentren en el ranking de las personas más
ricas del mundo.
Con ese vacío en la ley se pudieron hacer negocios rentables y
no pagar los impuestos correspondientes; tener efectivo y circularlo en el
sistema financiero; generar ingresos y llevar sin control fiscal ganancias a
otros países para formar sociedades off shore; tener deudas fiscales sin
que pasara nada porque simplemente se buscaba el “contacto” y así se producían
los perdones fiscales; incluso, se podía lavar dinero sin ser molestado por el
fisco.
O sea, la Secretaria de Hacienda y Crédito Público, estaba
maniatada a unas leyes lesivas del interés público y sujeta al arreglo entre
las elites, provocando que nuestro país estuviera entre las naciones con más
baja recaudación fiscal del mundo y eso explica mucho que ante la falta de liquidez
lo usual fuera la contratación de préstamos para tapar los hoyos financieros
que dejaba una economía que no crecía conforme a las necesidades que demandaba la
población.
Sin embargo, eso no podía continuar así, era un modelo que producía
constantemente pobres sin mayores expectativas de salir de ella y eso en parte
explica el sentido del voto del verano de 2018.
Y, también, que AMLO haya levantado la bandera de “primero
los pobres” implicaba una reforma fiscal de fondo. Capaz de elevar los niveles
de recaudación fiscal y esa está en marcha en forma exitosa. Sólo bastó
mencionar que había 15 grandes empresas que debían a la hacienda pública más de
50 mil millones de pesos para qué empezaran a cubrir los adeudos acumulados durante
el sexenio de Peña Nieto incluso algunos sin recurrir a instancias judiciales
para defender sus intereses.
En ese grupo selecto hay de todo, evasores, deudores del ISR
e incluso del IVA que están siendo requeridos por la autoridad hacendaria. Así,
algunos de los grandes deudores, que fueron conminados a pagar sus adeudos lo estén
haciendo poco a poco, uno a uno, molestos y a regañadientes se están acercado al
gobierno para saldar sus deudas con el fisco y eso representa oxigeno puro ante
la caída estrepitosa del PIB, la quiebra de empresas y el subsecuente efecto en
la recaudación fiscal. Más la caída del consumo por la elevada tasa de desempleo
que ha traído la emergencia sanitaria.
Para darnos una idea de la dimensión de esta medida correctiva
y del tamaño de los adeudos, basta ver lo que debían tres grandes empresas que han saldado sus deudas
fiscales: América Móvil de Carlos Slim pagó en una sola exposición 8 mil 289.9
millones de pesos; la transnacional Walmart, 8 mil 079 millones de pesos por la
venta de la cadena de restaurantes VIPS y El Portón y la firma FEMSA de José
Antonio Fernández Carbajal, pagó 8 mil 790 millones de pesos, lo hizo muy molesto que amenazó
con una balandronada de poderoso: “Voy a pagar al SAT, pero si es necesario pondré
el doble para sacar a AMLO en 2022””.
En suma, estos pagos representaron un total de 25 mil 159
millones de pesos que da a pensar que si tres ellas superan más del 50% de la
deuda de las mencionadas probablemente el resto de esas empresas supere los 50
mil millones de pesos.
Esta transición desde un sistema fiscal permisivo y
discrecional, hasta otro riguroso y exigente, fue posible no sólo por la voluntad
del presidente López Obrador sino por la reforma al artículo 28 de la
Constitución que hoy expresamente señala en el primer párrafo: “En los Estados
Unidos Mexicanos quedan prohibidos los monopolios, las prácticas monopólicas,
los estancos y las exenciones de impuestos en los términos y condiciones
que fijan las leyes”.
Cerrando así un capítulo negro en la recaudación de impuestos
y cualquier infracción en este u otro gobierno sería ilegal y tendría
consecuencias penales.
Cómo decíamos esto representa oxigeno puro para las finanzas
públicas y los proyectos de gobierno, en un momento en que decenas de miles de
pequeñas y medianas empresas, han bajado las cortinas y millones de
trabajadores formales e informales han quedado en el desamparo económico.
Sin embargo, no es suficiente, la fortaleza de cualquier
economía radica en su capacidad productiva y ampliar la base de contribuyentes
para sostener las políticas públicas.
Este giro en materia fiscal es un triunfo contra los privilegios
en la materia, pero sobre todo sienta las bases para que en el imaginario colectivo
se instale la idea de que en materia fiscal todos deben pagar sus impuestos y
es muy importante cuando todavía hay segmentos de población que no han sido
visto por el fisco o se ha tolerado su existencia.
Es, imperativo, que en la vuelta a la normalidad se
incremente la base de contribuyentes de manera que aumente el flujo hacia las
arcas del Estado y se combata la idea insolidaria de que estas acciones de
justicia fiscal son para “quitar a los ricos y darles a los pobres”.
México está llamado mantener un sistema fiscal de
subsidiaridad de manera de generar una distribución para reducir los desequilibrios
regionales y el abismo de la desigualdad, para promover el desarrollo económico
y construir un país más justo, y eso en perspectiva de lo que hoy estamos
viviendo es más que necesario.
La pandemia dejará un país más pobre y cuándo eso sucede debe
haber más gobierno solidario. Más gestión de recursos para que no se profundicen
los desequilibrios sociales.
En definitiva, la recaudación por esta vía es un acierto del
gobierno de la 4T y no hay razón para regatear el valor que tiene la medida y
sólo resta aplaudir para que se termine redondeando con la guerra contra los
beneficiarios de la emisión de facturas falsas.
Al tiempo.
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