LOS INVISIBLES DE LA PANDEMIA
Vivo en la falda del Cerro de La
Nevería del Centro Histórico de Mazatlán donde cotidianamente coexistimos una
comunidad de clase media, decenas de pensionados canadienses y estadounidenses
y prestadores de servicios personales.
Los primeros vivimos
especialmente en la parte baja del cerro y el resto en las laderas. A estos los
veo bajar del cerro todas las mañanas con sus arreos de trabajo. Son los “lava carros”
con su cubeta y franela en busca de autos sucio en las calles aledañas de la
Plazuela de los Leones donde compiten con otros del oficio.
La mayoría de ellos son hombres
entrados ya en edad que pergeñan unos cuantos pesos para sacar los gastos del
día. Sólo que en estos se han caído por la baja de afluencia de vehículos y
ellos rondan apesadumbrados por la plazuela con sus leones gigantes.
Conversan entre ellos sobre lo
malo de la situación y así pasan las horas esperando a los clientes que llegan
a cuentagotas o simplemente nunca aparecen. Son los más pobres y frágiles del
barrio con el agravante de que son personas de edad avanzada y algunos tienen adicciones.
Hay otros que los veo bajar con
material de renta en playa y que se pierden por las calles. Pero, igual, hoy
padecen la falta de clientes y se les nota en el rostro cuándo por la tarde
regresan agotados no se si por la asoleada o por tener un día perdido más y,
sospecho, no saber que decir cuando lleguen a casa sin los mínimos dinero para
las compras básicas. El horizonte pinta mal y al día siguiente de nuevo van a
las playas vacías.
Hay otro grupo que son técnicos
(plomeros, electricistas, carpinteros, tapiceros, etc.) que lo tienen, creo,
más resuelto porque los percances domésticos están al día con una fuga de agua,
gas, corto eléctrico.
Y, olvidaba, por esas calles y
callejuelas rondan decenas de jóvenes desempleados que pasan el día sentados en
las banquetas de la calle Campana, son los hijos o nietos de los pobres del
barrio. Muchachos y muchachas que se les va el día viendo pasar las horas. Son
el relevo generacional de otra columna de pobres. De personas que están
desprotegidas laboral y sanitariamente. Son unos cuantos de los millones de
mexicanos que no tienen acceso a la salud pública.
Que en estos días de
incertidumbre tienen que salir a buscar el sustento del día. A los que
seguramente el tema de la pandemia no les quita el sueño como si la ausencia de
algo de comer en sus mesas. De no poder pagar los recibos de fin de mes. Lo
básico. Es una historia que se multiplica y extiende por todo Mazatlán, los
parias que brotan cada mañana a pie o en bicicleta a trabajar en las zonas
residenciales, los mercados o los hoteles.
Que ahora bajan las cortinas para
evitar los contagios de corona virus 19, sin considerar que con esa medida de
contención quedan miles de familias desamparadas. Porque viven al día. A
expensas de poder vender su fuerza de trabajo o alguna mercancía. Para los que
no hay ningún auxilio de gobierno y por lo tanto no hay manera de que haga
efecto la campaña de contención “quédate en casa” y es qué en México, a
diferencia de otros países, NO HAY UNA POLÍTICA INTEGRAL para tiempos de
emergencia, simplemente porque es inconmensurable y por ello se llama a ser
consciente de la propagación del virus.
Que habrá de llevarse
indistintamente a ricos y pobres. Aunque por esa selección clasista de algunos medios
de comunicación, solo se destacan los contagiados y decesos de figuras
públicas. En eso son inmoralmente selectivos. Y es que de por sí, hay inconsciencia
sobre la magnitud de la amenaza que hoy recorre el mundo con hambre siempre
será mayor. Es una mezcla explosiva. De la que deberíamos estar conscientes
como gobierno y como sociedad. Debo decir que me dio pena ver esta semana al
alcalde y un séquito de funcionarios que en lugar de ver esta parte de la
contingencia estaban “supervisando” los avances de las obras en la avenida Rafael
Buelna. Cómo si eso fuera lo más importante, cómo una forma de sentirse útiles
En definitiva, hoy las avenidas de
Times Square de Nueva York, la Gran Vía de Madrid, Vía Veneto de Roma o las
Ramblas catalanas están vacías. Hay quienes dicen que después de que pase el
vendaval del virus tendremos un mundo diferente al que vivimos hasta principios
de año. Con un 20 o más por ciento de pobres en el mundo. Que a un sector de la
clase media le caerá el mundo encima por el desempleo y las deudas. Porque las
oportunidades de empleo y los ahorros se reducirán dramáticamente. Y los
gobiernos tendrán menos dinero para gasto social y servicios públicos.
Y México no será la excepción.
Tenemos un gran déficit en materia de desigualdad social. Millones de personas
viven en situación de calle y hacinamiento en viviendas frecuentemente
insalubres. El acceso de la salud pública es limitado por la gran cantidad de
personas que están en la informalidad laboral y la precariedad.
Los niveles de educación en
franjas de la población son impermeables para cualquier campaña de
concientización sobre el coronavirus o cualquier otro tema de salud pública.
Basta salir a las calles y darse cuenta en el problema en que estamos metidos.
La gran cantidad de personas que sale diariamente a “buscar la chuleta” sin que
les parezca importar mucho la amenaza.
“La panza es primero”, tituló Rius
una de sus obras pedagógicas, en otro sentido, pero perfecto el título para hoy
y mientras haya pobres. Las medidas de contención son más eficaces especialmente
en sociedades y franjas de clase media. Entre quienes tienen resuelto el día a
día. El resto sale a la calle. Y son la amenaza para todos. Y no se sabe si
consciente o inconscientemente es lo que explica la actitud de López Obrador
que en un acto suicida sigue haciendo giras y convocando a las masas en las
plazas públicas.
Este domingo está anunciado que
vendrá a Sinaloa, a la zona de los altos. Viene a supervisar los avances de
obras de infraestructura pública y eso seguramente significará que la gente se
acerque para llevar sus reclamos. Y esperemos que no, el coronavirus, que ya
está entre los sinaloenses.
En fin, vuelvo con los pobres de
mi barrio porteño, la gente de trabajo, que cómo todos los días, los vuelvo ver
pasar con sus arreos y sus buenos propósitos del día en una ciudad desolada, que
pide a gritos le echen una mano. Al
tiempo.
Texto publicado en Noroeste el 29.032020
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