CARAS BONITAS, DERRIERES OLIMPICOS Y PASARELAS DE LUCES
CARAS BONITAS, DERRIERES
OLIMPICOS Y PASARELAS DE LUCES
Ernesto Hernández
Norzagaray
Alguna vez las contiendas
electorales fueron racionales, extraordinariamente racionales, y a la hora de
seleccionar candidatos siempre se ponía por delante las trayectorias, ideas,
proyectos y un horizonte político generoso con sus planes de gobierno.
Esto ocurría especialmente en los
partidos de izquierda que procuraban hacer honor a su historia, sus personajes
icónicos y símbolos, postulando a los cargos de elección a los que mejor
encarnaban sus valores en el campo, la fábrica, la academia, la ciudad.
Así vimos pasar por las tribunas del
Congreso de la Unión diputados como Danzos Palomino, Valentín Campa, Arnaldo
Córdova o el Pino Martínez de la Roca, que dieron lustre a la naciente
pluralidad política.
Sin embargo, de un tiempo acá, esa
identidad racional se ha ido desfigurando y hay una nueva generación de políticos
de “izquierda” escasamente preocupados por aquellas señas de identidad
ideológica y, es que están más cerca de la imagen grandiosa como si la política,
se hubiese convertido, ipso facto, en una pasarela de gente bonita, bien
vestida y sonriente.
Y es que si antes, las emociones,
provenían de los símbolos, el discurso ferviente y de clase de la izquierda,
ahora, ¡parecen venir de un catálogo de modas del tipo de las revistas del corazón
como Hola! o ¡Vanidades!
No falta la sonrisa tatuada, la
frescura de un vestido de verano, el maquillaje antiarrugas, corte de pelo ad
hoc, ropa holgada para esconder excesos y hasta un cuerpo operado de papada, bubis
y nalga.
Esas son las nuevas expresiones
de la comunicación política y por supuesto, con la retórica de “gobernaremos
con los valores de la Cuarta Transformación”, esa, que dice Cuauhtémoc Cárdenas
-y, vaya, lo dice quien está en los orígenes del obradorismo- que no lo conoce
porque no hay documento que lo explique.
Pero, eso que importa, dirán los
acólitos de la “nueva política”, lo que importa es llegar al cargo de elección
y luego, averiguar de que se trata o ponerle el contenido que se imagine o,
peor, lo que dicte puntualmente el gobernador en turno.
La política electoral sin duda se
ha descafeinado y lo que vale es lo ligero, lo light y joven, aunque sea superfluo,
aquello, que estimula las neuronas y sus emociones antes que el programa, por
eso, izquierdas y derechas, hacen lo mismo, habilitan candidatos con ciertos
perfiles que embonan en un mundo mediatizado y perfectamente ambicionan ir a
tono con la imagen del artista del momento con su vaporosidad, donaire, empatía
virtual, musical.
Y lo curioso es que vemos a los
viejos militantes de la vieja izquierda ya encorvados buscando que sus
cachorros y ahijados provoquen con ello sentimientos de empatía y por ello le voten,
o sea, están lejos, del ideario izquierdista originario el de la hoz y el
martillo.
Es la engañifa electoral
destinada para capturar incautos, mejor, conseguir votos porque en el fondo el
producto parte de un axioma: si el votante es tonto, dale una imagen insuflada
de color y olor y seguirá siendo el tonto, por siempre, para el proyecto autocrático
que te lleva a la máxima del grupo Molotov: Dale, dale, más poder al poder...
Sin embargo, las cosas no son tan
sencillas, el electorado no es tan ridículamente tonto o plano para consumir
esos productos tóxicos como una hamburguesa o un hot dog de carne
congelada y, además, aderezada con químicos ignotos. Y es que todavía para bien
de todos, sobreviven franjas inteligentes y mejor, hay muchos ciudadanos molestos
con los resultados de un gobierno que ofreció la esperanza y que solo, hasta el
final, alcanzó a dar pensiones y apoyos cambiando presupuestos de una
secretaria a otra o, peor, aumentando con todo descaro el endeudamiento público
(nueve billones de pesos).
En definitiva, están los
nostálgicos convertidos en pragmáticos y sus cachorros que hacen pininos de la
mano de padres, padrinos, tutores políticos.
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