LOS QUIJOTES DE LA DEMOCRACIA
LOS QUIJOTES DE LA DEMOCRACIA
Ernesto Hernández
Norzagaray
Alguna vez ser candidato a un
cargo de elección popular fue la esperanza de alcanzar con el tiempo una vida
resuelta, hoy, lo sigue siendo, si el político a eso se dedica con cargo al erario,
pero, también, cada vez son más estados donde significa poner esas vidas en una
tómbola mortal.
Claro, no es el mismo riesgo ser
candidato hasta ahora en Yucatán o Campeche, que serlo en Chiapas, Guerrero o
Guanajuato -y, me atengo, a las fuentes que arrojan cuáles estados son donde han
asesinado más aspirantes y candidatos de toda la gama de partidos.
Y pienso, por supuesto, en los
que no son candidatos preferentes de la narcopolítica sino en aquellos de
cualquier partido que lo hacen por convicción o ideología a sabiendas de que les
puede costar la vida y, claro, hay otros, que están convencidos de que nunca
los alcanzará la violencia.
Vuelvo la vista hacia mexicanos
que aceptaron la nominación para una alcaldía o una diputación con el propósito
de ayudar a su comunidad y en ese intento, ya les costó la vida.
Quiero imaginarme que fue el caso
del panista Jaime Damaso Solís, quien había sido
regidor y aspiraba a competir por una alcaldía pobre como es la de Zitlala,
Guerrero y el 24 de noviembre fue brutalmente asesinado frente a su domicilio
sin que hasta la fecha se sepa quien cometió el crimen y, menos, que se haya
hecho justicia a su familia, partido y comunidad.
O del
morenista Martín Palé Santiz, quien aspiraba a gobernar el municipio también
pobre de Huixtán, Chiapas, y fue asesinado el pasado 9 de diciembre; también,
el morenista Ricardo Taja Ramírez, quien quería ser candidato de su partido a
la alcaldía de Acapulco y el 21 de diciembre fue alcanzado por las balas; peor,
aun, el asesinato en Xochimilco el pasado14 de enero pasado de la líder trans
regiomontana Samantha Gómez Fonseca, quien aspiraba, alcanzar el Senado de la
República por el partido Morena.
Vamos,
que decir de Miguel Ángel Zavala Reyes de Morena y Armando Pérez Luna del PAN, quienes
aspiraban a gobernar en Michoacán la alcaldía de Maravatío y el mismo día, ambos,
fueron asesinados, porque supuestamente “no habían pedido permiso para competir
la plaza” (Rubén Moreira, dixit).
Y así
podríamos seguir con otros aspirantes que se subieron a la competencia interna
en los partidos y fueron eliminados de las listas partidarias o, de plano, los “bajaron”
desde fuera del partido cuando les dijeron que renunciaran a su ambición
política y, aun, con esa amenaza, algunos decidieron buscar la nominación.
Así,
como quizá lo hicieron Jaime Damaso, Martín, Ricardo o Samantha y fueron en
búsqueda de una candidatura. Los hay entre quienes están buscando los votos sabiendo
que se están jugando la vida y, quizá, ojalá me equivoque, todavía algunos de
las más de dos decenas de miles de cargos políticos no lleguen con vida al 2 de
junio por simple tendencia en este año y la experiencia terrible que tuvimos en
los comicios concurrentes de 2021.
Son ellos
los “valientes”, políticos, que haciendo el miedo a un lado, se mantienen
firmes en una candidatura incluso sabiendo que, de acuerdo con el
comportamiento electoral histórico de un estado o municipio, un distrito
federal o local, no tiene ninguna posibilidad de éxito electoral y los mueve la
resiliencia democrática, el afán de contribuir a mantener a flote las
instituciones que están amenazadas de muerte y las ganas de aportar a un mejor
futuro para sus comunidades.
Y ahí
van, estos quijotes de la democracia, exponiendo literalmente el “cuero”,
cuando recorren poblados, barrios, colonias populares, barrios residenciales, calles,
en búsqueda de los votos cuando, cualquiera, de esos lugares, podría tener dueño
y si quiere ganar “debió ser palomeado” para competir principalmente a
cualquier cargo de elección local.
Hay
indicios contundentes de que la mayoría de los grupos del crimen organizado están
en clave de municipios y estados y, lo federal, pasa a segundo plano, no parece,
a simple vista interesarles mucho hacer lobby legislativo pues les basta con
tener control sobre el gobernador y los alcaldes para el trasiego de drogas, el
lavado de dinero, tener santuarios para sus familias o espacios para moverse
como peces en el agua.
Ese
sesgo estratégico del crimen organizado es lo que permite ver que el paisaje político
todavía parezca pautado por el pluralismo, lo contrario, significaría la
perdida total y el dominio del llamado “partido del sombrero” sobre la vida pública.
Habrá,
sin embargo, que explorar si los grandes cárteles no cuentan con otras vías
para garantizar ciertas políticas sobre todo en materia de seguridad como
nítidamente lo fue durante la presidencia de Felipe Calderón y en gobiernos diversos
de los estados de la federación que dicen fuentes diversas las deben al jefe de
la plaza.
Ese
nudo gordiano es en el que estamos, en el que están los “valientes” y los
ciudadanos más conscientes, sin que sepamos, que fuerza será capaz de desatar y
transitar a un modelo de instituciones donde “el que la hace la paga” y que garantice
que las elecciones sean seguras, libres y justas, para que nadie, vuelva a
poner en juego su vida por aspirar a un cargo de elección popular.
En
tanto eso ocurre, muchos “valientes” están picando piedra en un medio contaminado,
lleno de dificultades y en una atmosfera cargada de amenazas de donde derivara lamentablemente
la nueva representación política para un país polarizado y con grandes
desafíos.
No es
poco, lo que está en juego, en estas elecciones.
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