ESTILOS Y AUDIENCIAS PRESIDENCIABLES
ESTILOS Y AUDIENCIAS PRESIDENCIABLES
Ernesto Hernández
Norzagaray
Hay que reconocerle a AMLO un
estilo de acceso al poder basado en el líder. El líder ha tendido a sustituir al
partido que convencionalmente ha tenido como tarea reclutar, seleccionar, competir
y generar representación política siguiendo la lógica de hoy que los ciudadanos
votan más al líder que al partido de su mala imagen por la proclividad mediática
a personalizar el poder.
Este cambio sustantivo en
democracia nos lo dice la teoría desde 1998 (Bernard Manin en su obra Los
Principios del gobierno representativo, Madrid, Alianza), pero, sobre todo,
las rutinas de los partidos después de la Segunda Guerra Mundial cuándo los
partidos empezaron a perder fuelle político.
El líder no suele estar al
servicio del partido, sino al servicio del líder, lo que resulta más evidente cuando
se trata de liderazgos poderosos por trayectoria, personalidad, mensaje e
identidad con grandes colectivos humanos.
Y todavía, mejor, cuando se trata
de “movimientos políticos” altamente personalizados que no se preocupan por una
estructura organizativa territorial más allá del establecimiento de dirigencias
formales y locales partidarios donde proliferan los símbolos de identidad y la
imagen del líder omnipotente, pero, no es ahí, donde se hace la política, la
define directamente el líder atendiendo a sus humores y la singular forma de
ver los momentos políticos.
Entonces, lo que tenemos es que el
partido con sus recursos organizativos termina reduciéndose a la escena política
y es que estás formaciones en el mundo pasan por una crisis severa de
representación.
Bajo esa visión dominante al
dirigente político formal, como al experto de marketing, le interesa potenciar
la imagen del líder para obtener réditos en la representación política.
Hoy, lo estamos viendo con la
promoción de Claudia Sheinbaum por el presidente López Obrador y los líderes de
los partidos de la coalición “Juntos hacemos historia” y de Xóchilt Gálvez por
los líderes de los partidos de la coalición “Fuerza y Corazón por México”.
Sheinbaum, sin los atributos de
un liderazgo carismático y persuasivo, está estirando la liga obligando a los
expertos y a los líderes de los partidos de la coalición “Juntos hacemos
historia” hacer un esfuerzo extraordinario para “venderla” en el mercado
electoral cuidando todos los detalles de imagen y mensaje reforzando sus
fortalezas que, sin duda tiene, pero, mediáticamente, menores frente al carisma
que llevó a la presidencia a López Obrador.
Gálvez, por su parte, con una
personalidad y un lenguaje que llama al desparpajo cubre lo que no pueden aportarle
los partidos tradicionales de la llamada vieja política, incluso, en un gesto
de toma de distancia con lo peor vetando algunos de los personajes más
impresentables y no se ha quedado callada frente al dirigente del PRI.
Eso llevado al plano de la
competencia por la presidencia de la República pone en el centro el tema en
muchos sobre quien de las dos “inspira más confianza” para dar sus votos no es
casual entonces que la dialéctica de ambas campañas esté centrada en potenciar
sus fortalezas minimizando sus debilidades.
Por un lado, Sheinbaum, busca
presentarse como la mujer de Estado con una combinación de trajes sastre y ropa
de corte popular y un mensaje ad hoc al momento y, lugar, donde se
encuentre con la gran debilidad de que habla de un gobierno de “continuidad” destinado
principalmente a los convencidos del obradorismo cuando debería buscar convencer
a indecisos y desencantados del movimiento de la 4T.
Gálvez, en cambio, empieza a tomar
distancia del desparpajo para presentarse como una mujer seria que la ha
llevado a cambiar de vestuario -se le vio en la última entrevista que le hizo
Loret de Mola- dejando el folklorismo por el color oscuro de una sola pieza
para asumir una imagen seria y orientada principalmente a buscar no capturar la
atención de los que “ya” decidieron sino, los que no han decidido su voto, que
son los podrían definir entre la victoria y la derrota.
Una característica de las
democracias de audiencias es que el ciudadano es proclive a votar en forma diferenciada,
es decir, vota dependiendo de los personajes que le inspiran mayor confianza para
ocupar los distintos cargos de elección popular.
Y es que está muy influenciado
por los medios de comunicación que perfilan a los mejores candidatos, claro,
hay excepciones a la regla y un caso, sin duda, es el de López Obrador en 2018,
que llamó a votar en línea y tuvo un efecto positivo.
Pero casi seis años después no estoy
seguro de que vuelva suceder, está el desgaste natural de gobernar, los malos
gobernantes en lo local, la corrupción imperante y la infame reelección donde
muchos morenistas que no dieron resultados buscan afanosamente el reciclamiento
lo que habrá tener un efecto en el sentido del voto y que decir, de la
oposición, el pasado, la castiga, aunque la memoria, a la larga, tiende a ser flaca
y termine imponiéndose en muchos un voto reactivo, emocional.
La pregunta que se hacen estrategas
de uno y otro bando es cuales podrían ser los temas que habrán de provocar
reacciones frente a la urna presidencial: asistencialismo económico versus
deterioro del sistema de salud; inversión en grandes obras materiales versus corrupción;
política de abrazos no balazos versus inseguridad; audiencias mañaneras versus
asesinatos de periodistas; concordia versus polarización… Y, claro, con ello,
delinear una estrategia de contención y promoción.
En definitiva, con la entrada del
nuevo año, nuestro exasperante sistema de campañas que exige la revisión de la
ley electoral en la materia -posicionamiento, precampañas, Inter campañas y
campañas constitucionales- entra a una nueva fase de este proceso que inicio Sheinbaum
hace más de un año, para Gálvez unos meses y para quien sea la candidata de MC
-no pueden desentonar poniendo de candidato a un hombre- los días que resta del
proceso que concluirá el 2 de junio.
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