SEXO, PUDOR Y LAGRIMAS EN TIEMPOS DE LA 4T
SEXO, PUDOR Y LAGRIMAS EN TIEMPOS DE LA 4T
Ernesto Hernández
Norzagaray
Nada que ver con aquella película
dirigida por Alonso Iñiguez que con este título New Age se convirtió rápidamente
en 1999 ganadora de Arieles y Premios en Festivales de Cine.
No, lo de acá, lo de Sinaloa, es
más simple, pueril, vulgar, menos comedia y más tragedia pública.
Los personajes de esta obra en curso
quizá nunca se imaginaron que el ascenso y permanencia en el poder tenía este
tipo de zancadillas oscuras que ponen en tela de juicio -y, de la peor forma-
honorabilidades, cargos, prestigios, gobierno y gobernantes.
Y es que de los señalamientos de
acoso sexual se ha pasado a videos triple XXX que ruborizan y escandalizan a más
de alguno en demerito de la política como mecanismo virtuoso para la
convivencia pública. Se caen, de esa manera vil, los blindajes del poder, la
academia, la buena fama y de ahí en adelante, ¡sálvese quien pueda!
Nada parecería sobrevivir a esa
andanada mediática que circula a gran velocidad por la carretera de la
información y la infamia.
¿Y los aludidos que han dicho para
evadir preguntas cuando se les acusa de acoso sexual y a uno de ellos se le
graba en pleno afán masturbatorio?
No mucho, mejor mantenerse
callado y volver la vista al cielo para encontrar respuestas más sacras y menos
penosas.
Respirar profundo. Hablar con la
familia para que no se le rompa y entiendan, sobre todo los más chicos, lo
sucio en que se ha convertido la política.
Y es que estas cosas
sorprendentes, no eran usuales hasta hace poco, la política priista y panista
era contención y los agravios se dirimían silenciosamente, pero de formas más
discretas y civilizadas como sucede con la mafia.
Nunca, a calzón quitado.
¿Será que le tenemos que hacer
caso al sociólogo francés Guy Debord que acuñó premonitoriamente en los pasados
años sesenta la categoría de “sociedad del espectáculo”, es decir, la política
ya no como dialéctica argumentativa sino como exposiciones públicas que ponen
en entredicho valores y buscan reacciones sentimentales?
Quizá, sí.
Es la posmodernidad de la
política donde “todo se vale”, y si todo se vale, todo se vale, no hay frenos políticos,
éticos o morales porque simple y sencillamente es la llanura, la crudeza de la
exhibición impúdica y la reacción como chispa que contamina la función pública
que debería estar en otra cosa.
Es, pues, la conquista o
conservación del poder por medios menos convencionales a como sostenía la
generación baby boomers o la X, pero que no aplica a la generación Y o Z,
más acostumbradas a los medios electrónicos y a los lenguajes cibernéticos.
Y no es para sorprenderse que
suceda en Sinaloa, ocurre en cualquier momento y lugar, lo que significa que
estos recursos están al servicio de una necesidad política, un ánimo de golpear
y disminuir moralmente al adversario o al enemigo político.
Hay un afán de destrucción moral
ante los demás y ante eso, no hay antídoto inmediato, hay que vivir la
convalecencia moral y apostar al olvido que produce nos dirán el tiempo
-aunque, cual olvido, cuando las redes sociales siempre están despiertas y nos
tienen acostumbrados a recordarnos cosas en los momentos más inesperados o
decisivos en nuestras vidas.
Por eso, esos dichos e imágenes perniciosas,
angustiantes, se vuelven un lastre al que nunca nadie se acostumbra a llevarlo
encima en la última neurona del lado emocional.
Es una cicatriz en la psique que se
lleva para siempre y donde sólo los duros y cínicos pueden salir adelante diciéndose
o diciendo a los demás que “así está el mundo de corrompido y que hay que
ajustarse a él”. No hay salida.
Tan sencillo, como eso, aceptarlo
como algo irremediable y donde no ayuda mucho el de arriba que exculpa, tolera,
perdona.
Es un gesto a la Norman Mailer,
el magnífico escritor norteamericano, quien en su novela quizá más leída: Los
tipos duros no bailan, da cuenta de que los tropiezos de la vida siempre requieren
de algo de cinismo para salir adelante en la tempestad, la tormenta y, mucho
sentido de cuerpo, de complicidades que al final quizá todos patean la misma
piedra.
¿Pero estamos ante tipos de ese
talante en Sinaloa? o ¿son de otro tipo? No es fácil saberlo, lo que si hemos
visto en estas semanas y meses que la venganza camina libremente por las calles
de Culiacán. Que estamos frente a tipos emocionales, rencorosos y ávidos de
cobrar caro las afrentas públicas y privadas.
Así que no nos sorprendamos sino,
cómo lo hemos hecho antes, asumamos que esa es la realidad que nos tocó vivir
en la tierra de los once ríos -algunas veces con agua y otras más, secos.
Y que veremos, seguro, mucho más
de este afán masturbatorio, escatológico y sexual.
O acaso ¿nos falta imaginación
para prefigurar un futuro que va de escándalo en escándalo de una guerra en
redes sociales que se alimentan de vez en vez con archivos de imágenes sucias?
Tengo la sospecha de que la
sociedad sinaloense no es de las que se ruborizan sino de las que ante este
tipo de “espectáculos” ríen socarronamente, hacen chascarrillos de esas
desgracias ajenas y sentencian con un claro “pobres políticos” que alguna vez,
quizá, imaginaron haber alcanzado el paraíso burocrático no la podredumbre política.
Y es que detrás de este tipo de “sociología
de los políticos” esta la inmundicia de algunos que dirigen las instituciones
públicas y han terminado haciendo estas empresas estatales a su imagen y semejanza
con sus humores y rencores cocinados a fuego lento con sus flirteos y acosos bajo
el amparo del poder.
Por eso, todos los días, el
rating de un programa radiofónico o de televisión necesita de este insumo para
estimular in crescendo el apetito de los llamados testigos de la noticia.
En definitiva, las acusaciones y
los videos XXX, que compromete a funcionarios públicos es una muestra clara del
fracaso de la política y el rol protagónico que tienen los escándalos mediáticos
en sociedades pautadas por las mass media que, con su programación, alimenta
los dispositivos personales para asumir que esa realidad ofrecida por las redes
representan el insumo contracultural de nuestro tiempo, como la película de Alonso
Iñiguez y tantas otras de la posmodernidad del séptimo arte.
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