LAS TORTILLAS DEL ESCÁNDALO
LAS TORTILLAS DEL ESCÁNDALO
Ernesto Hernández
Norzagaray
¡La UAS gastó 18 millones de
pesos en tortillas durante la pandemia, es decir, cuando no tenía actividades y
no debía gastar!, es la última bomba mediática del gobernador Rubén Rocha luego
de que vio asombrado seguramente al gran contingente de la máxima casa de
estudios que tomaron por razones de supervivencia las calles de la capital del
estado durante del Día del Trabajo exigiendo respeto a su autonomía y a la ley.
Se trata por supuesto de poner en
entredicho la solvencia moral de los directivos de la Universidad para
“ablandarlos” mediáticamente y crear la percepción de corrupción para que el
Congreso del Estado haga valer las reformas inconstitucionales que ha votado
mayoritariamente, para que la Auditoria Superior del Estado haga la supervisión
de como se manejan los recursos públicos que por ley recibe del gobierno
sinaloense y que la Fiscalía, si fuera necesario, ponga tras las rejas a los
funcionarios universitarios.
La estrategia de crear
percepciones adversas no es nueva sino es la constante en sociedades con
controles escasos contra la corrupción y con un alto índice de desconfianza en
los actores institucionales.
Al presidente López Obrador le
sirvió para ganar la elección presidencial en 2018 y ha sido el eje de su
principal relato en sus conferencias mañaneras. Un día señala, por ejemplo, la
presunta corrupción de Carlos Salinas de Gortari “el jefe de la mafia del
poder”, otro más a Vicente Fox cómo “traidor a la democracia”, uno más a
Felipe Calderón “el que se robó las
elecciones de 2006”, otro a Enrique Peña Nieto el “corrupto de la Casa Blanca”
y, cuando siente el residente de Palacio Nacional que es reiterativo, en su
nueva edición, habla de la corrupción entre los directivos del INE, los
magistrados del TEPJF, los comisionados del INAI y los ministros de la Suprema
Corte de Justicia cómo emisarios del pasado corrupto prianista. El caso es que
la palabra más repetida es corrupción.
Y en esa estrategia están
ausentes los corruptos propios que operan bajo la premisa de “si te agarran
échate la culpa”, cómo aparece en el libro testimonial “El rey del cash” o,
también, bajo la expresión cínica: “Sí, son corruptos, pero son nuestros
corruptos”. Y los defendemos. Lo que sorprende es que estas expresiones
frecuentemente altisonantes que buscan generar percepción no pasan de una ocho
columnas y uno o dos días de difusión en tertulias políticas, porque la
metralla no cesa en el campo mediático.
La apuesta no es ganar un juicio
legal sino la percepción y actuar en consecuencia, si alcanza el hilo,
saltándose las leyes que es un proceso tardado. Es una forma de hacer política y
en todos lados, las usan los políticos para acabar mediática y moralmente con
sus adversarios.
Y, claro, por debajo de esa
estrategia están los creyentes, los más susceptibles a consumir el “escándalo
de corrupción del día” molestándose, agriándose, polemizando, reproduciendo,
multiplicando sus malos humores. A ese creyente no le interesa ir más allá de
lo que ve y escucha especialmente en las redes sociales. Le basta creer a
alguien al que meridianamente le tiene confianza por razones de simpatías políticas
o ideológicas y también por sus propias frustraciones.
Y eso, satisface el apetito del
constructor de escándalos mediáticos. Incluso ese mismo constructor sui generis
llega a creérselo y se asume en paladín de la lucha contra la corrupción. Y
atiza con mayor furia con sus énfasis, gesticulaciones, amenazas.
Es lo que estamos viviendo en el
país y en particular en Sinaloa, entre el gobierno del Estado y la Universidad,
con una gran diferencia mientras el primero esgrime el recurso del escándalo
(“los millones gastados en tortillas”) el segundo esgrime por necesidad
incluso, quizá, por incapacidad para construir escándalos, el recurso de la
ley. El de los jueces, los tribunales, la Corte. Es decir, tira para adelante,
con los tiempos y ritmos de la ley que generalmente son exasperadamente pasmosos.
Y al final, entre la gran
audiencia, sucede lo mismo, como cuando uno, usted o yo, va a una función de
box y tiene en su corazón a uno de los contrincantes, quiere que gane y por
nocaut técnico.
Es decir, que a ese adversario al
que no se quiere quede literalmente en la lona y bien madreado. Que lo saquen
en camilla, con los brazos caídos y supurando sangre por labios, cejas, pómulos,
orejas.
En tanto, quiere ver al ganador,
a su ganador, exultante, grandioso, sin ningún corte, con los brazos en alto y
el aplauso infinito de la audiencia. Y luego con esa sensación de triunfo
recogerse en la privacidad de su vivienda para esperar el siguiente escándalo
que estimule la sensación de esas victorias pírricas y así, se va por la vida enchilado
imaginando cerros inmensos de tortillas.
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