GILBERTO OWEN, ENEMIGO DE LAS SOLEMNIDADES.
GILBERTO OWEN, ENEMIGO DE LAS SOLEMNIDADES.
Todo lo que vive está condenado al tiempo.
Lo que está puede ser eterno,
pero entonces se llama caos, y no es, no vive.
Debió ocurrir a principios de los años veinte,
una tarde cualquiera cuando en el Café América, ubicado sobre la calle
Argentina, en el Centro Histórico de la Ciudad de México, estaba en curso una
tertulia literaria que reunía a poetas y escritores consagrados y noveles.
Entre ellos se encontraban los jóvenes
Gilberto Owen y Jorge Cuesta, poetas a los que José Joaquín Blanco, gran
ensayista literario, los describe cómo tímidos, incapaces, de buscar
protagonismo y solo escuchaban al resto de los contertulios con sus cantos de
aire modernista.
En eso, estaban, cuando llegó Xavier
Villaurrutia y atrajo la atención de todos. Villaurrutia era una figura poética
consagrada. Él, después de saludar, se dirigió a Gilberto y a Jorge, a los que
saludó con sincera simpatía. Ocurrió, quizá, lo de siempre entre poetas: ¿vienes
seguido al Café, a la tertulia?... La relación hizo clic inmediatamente y se
habría de tejer entre ellos una relación intelectual duradera y entrañable.
En ese entonces ya estaba en circulación la
revista del llamado grupo Contemporáneos y Villaurrutia era una figura
destacada de esa publicación vanguardista donde confluían personajes como Alfonso
Reyes, Luisa Luisi, Dorothy Schons, José y Celestino Gorostiza, Jaime Torres
Bodet, Salvador Novo, Bernardo Ortiz de Montellano, Enrique González Rojo,
Carlos Pellicer, Elías Gudino, Jorge Cuesta y los sinaloenses Gilberto Owen y
Bernardo Gastélum.
No hay que esforzarse mucho para comprender
que ese entonces el país estaba inmerso en una atmosfera crítica por la infinidad
de caudillos militares en todos los rincones del territorio nacional con su
secuela de traiciones y asesinatos políticos.
La bandera ideológica, sin duda, era el
nacionalismo del que todos los generales vencedores reconocían como legítimos herederos.
Y, así, se generó lo que fue conocido como la literatura de la revolución teniendo
como pilares a Mariano Azuela, Martín Luis Guzmán, Rafael Muñoz o José Rubén
Romero. En contraposición de esta postura literaria había surgido en 1922 el
movimiento estridentista que se inspiraba en el combate al movimiento modernista
y tenía como principal pilar intelectual al nicaragüense Rubén Darío y en
México, al entonces, recién fallecido, Amado Nervo, que dicho de paso había
traído esas alforjas a Mazatlán donde vivió a principios de la década de los
noventa del siglo XIX.
Y este movimiento cultural rápidamente sumó
adeptos en un sector de la elite intelectual. Se dice que se formaron dos
corrientes de esta vanguardia: la hiperartística, que buscaba la poesía pura y
la hipervital, comprometida con plasmar la vida neorromántica.
El llamado grupo de Los Contemporáneos se adhirió
en la hiperartística que en términos prácticos llevó a la autodefinición como
“grupo de soledades”, “grupo sin grupos”, “grupo de amigos”; sólo unidos por el
“rigor artístico como manera de alcanzar la pureza poética”.
Esta postura en esos tiempos les ganó el
calificativo de “extranjerizantes”, ajenos a la realidad convulsa que se vivía
en el país de los generales. Pero, en realidad,
aquello, era un respiro de contraste, similar a lo que ocurrió justo en esos
años en la naciente URSS donde el debate se centró entre los exponentes de la
llamada “literatura revolucionaria” y “la literatura de la revolución”.
Es decir, por un lado, estaba la rica
tradición literaria que venía de los grandes escritores rusos del siglo XIX
donde destacan figuras como León Tolstoi y Fiodor Dostoievski, entre otros,
efectivamente, habían cambiado los temas y la forma de escribir, mientras, en
la otra corriente estaban los escritores comprometidos con el ideario social y
político de la revolución soviética.
Si había que ponerlo en términos de contraste están
los poetas Serguéi Esenin vs. Vladimir Mayakovsky; y escritores del tamaño de Isaac
Babel vs. Nikolái Ostrovsky, que en América latina alcanzó ideológicamente al
poeta chileno Pablo Neruda que dedica unos poemas penosos a José Stalin, pero,
no a quien simpatizó con los republicanos de la guerra civil española: Octavio
Paz.
Afortunadamente está polarización en México no
devino en las purgas intelectuales que sacudieron la naciente Patria del Socialismo
y muchos de ellos, murieron en abandono en la gélida Siberia. Y nuestros poetas
harían carrera en el servicio público especialmente en el exterior. Uno de
ellos fue Gilberto Owen, quien hizo una carrera diplomática en los Estados
Unidos, incluso, allá moriría, en esta suerte de autoexilio en Filadelfia donde
escribiría buena parte de su obra.
Owen, cómo se sabe nació en Rosario, Sinaloa,
y muy joven partió a la ciudad de México, pero, dejó poemas que delatan aquella
máxima psicoanalítica: infancia es destino. En su obra hay constantemente una
referencia al mar que lo remite a la costa sinaloense. A sus viajes rutinarios que
seguramente hacia con sus padres a las playas del Caimanero, en el municipio de
Rosario o a las del puerto de Mazatlán.
Ahí está como ejemplo este fragmento de su
poema Al Espejo:
“Yo, en alta mar de
cielo estrenando mi cárcel de jamases y siempres. Dentro de ti, la casa, sus
palmeras, su playa, el mal agüero de los pavos reales, jaibas bibliopiratas que
amueblan sus guaridas con mis versos, y al fondo el amarillo amargo mar de Mazatlán
por el que soplan ráfagas de nombres. Mas si gritan el mío responden muchos
rostros que yo no conocía o que borró una esponja calada de minutos, como el de
ese párvulo que esta noche se siente solo e íntimo y que suele llorar ante el
retrato de un gambusino rubio que se quemó en rosales de sangre al mediodía”.
Alí Chumacero, el gran poeta nayarita, ya
fallecido, escribió el prólogo a las obras completas de Owen que publicó el FCE
en 1979 y del que rescato un fragmento refiriéndose al rosarense con pesar:
“En las letras mexicanas, su nombre figura con
el eficaz relieve para mirar en él uno de nuestros más legítimos poetas. Fue
necesaria su ausencia para que, alejándola del olvido, reflexionáramos acerca
de su obra literaria e hiciéramos verdad un íntimo deseo suyo que consistió en
saberse conocido solamente después de no existir entre los mortales. No sin
cierto sarcasmo, él señalaba un día, un marte 13,
en que sabrán mi vida por mi muerte”.
Enhorabuena que un grupo de poetas, escritores
y promotores culturales mazatlecos estén comprometidos con su esfuerzo para traer
los restos de Owen a la tierra que vio nacer al poeta más universal que ha dado
el estado y más allá de sus cenizas, que mejor homenaje a su poesía que se lea por
las nuevas generaciones de sinaloenses.
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