ADIÓS A LAS ARMAS
ADIÓS A LAS ARMAS
Ernesto Hernández
Norzagaray
Estos días leo en el silencio y entre
líneas Adiós a las Armas (Multilibros) una serie de relatos sobre la
participación que tuvo el gran Ernest Hemingway como voluntario en la Primera
Guerra Mundial del lado de los aliados en el frente italiano a través de Frederick Henry.
Y digo, lo leo en entrelineas,
porque en el fondo hay sustancia pues es un viaje a través de los recuerdos
-muchos por cierto dolorosos pero amortiguados por el oficio literario-, las
anécdotas, los viajes, los hospitales, los amigos, las bromas, las enfermeras,
los tragos, los muertos, pero, también, la soledad, el poder, la maldad, el
tormento y el infinito amor que profesa a Catherine Blansky, la enfermera
inglesa, que curó pacientemente sus heridas y luego se convirtió en su amante.
Una amante de ensueño por la
delicadeza de esta mujer sencilla que había perdido a su pareja en la guerra. Y
llevaba su recuerdo en cada ayuda que prestaba a los heridos. Y en ese vértice
encuentra nuevamente el amor.
En esa circunstancia conoció a
Hemingway que había recibido metralla de una granada en las piernas. La enamora
con la paciencia de Job mientras lava sus heridas emocionales. La conquista y
la vida sigue en el péndulo de la guerra. Ambos aprovechaban los instantes
libres para conversar, comer, beber y hacer el amor.
Antes de despedirse para que su nueva
pareja partiera al frente de batalla. Impacta en lo más profundo saber que esos
instantes llenos de ternura podrían ser los últimos de sus vidas. Adelante
estaba la guerra y la guerra es una fábrica incesante de desgracias. Pero,
también, de sentimientos encontrados. ¿Qué
sentido tiene entregar tu vida en una guerra que no la decidiste y de la que
eres, una simple pieza artillada?
No obstante, no hay espacio para
la renuncia, una vez tomada la decisión de ser participe. Activo de uno de los
dos bandos. Son historias marcadas por la dureza, pero, detrás de la mayoría de
esos hombres y mujeres se encuentran vidas no realizadas. Porque fueron
sustraídos de su mundo. El de la separación de familias, amigos, comunidad.
Su vestuario sencillo se
convirtió en el rígido uniforme de guerra. ¿Por qué casi siempre verde olivo?
Y, peor, la transformación que se produce en esos hombres y mujeres que son
capaces de inmolarse por una idea, una bandera, un discurso, un bando y,
también, matar sea por un sentido de sobrevivencia o porque es la orden. La
regla de todas las guerras.
Hemingway transita por esos
sentimientos como por el verano cálido italiano para incursionar en el invierno
alpino. El de las coníferas blancas. Y cielos azules. Que se opacan con la
lluvia pertinaz que todo lo empapa y, frecuentemente, no hay donde guarnecerse.
Y al frente el enemigo. No hay tiempo para el respiro. Para el sueño. Hay que
empuñar unas armas frías como el miedo ante lo insospechado. Es cuando muchos
maldicen la guerra. La guerra sinfín. El final lejano para volver a casa. Con
los tuyos. Reconstruir tu vida. Y pensar, que las guerras son el pan de cada
día.
Hoy, Ucrania, mañana quien sabe
dónde. Es una amenaza latente. Hemingway el reportero de la guerra asume su
circunstancia y la traduce hasta en su forma de escribir. Es un escritor de
frase corta. La joya de la literatura. La economía de las palabras. ¿Tendrá que
ver con que la guerra impone una economía del tiempo? Puede resultar un
disparate. Pero no lo es.
La guerra como el cautiverio es
tiempo. Recuerdo haberlo sentido al leer a Jorge Semprún o Federico Sánchez,
quien con escasos 20 años, cayó en manos de los nazis por su militancia
comunista y fue a parar al campo de concentración de Buchenwald donde vivió el
terror del encierro, el hambre, el frío, la cercanía con la muerte.
Cuando sale del campo carga sobre
su espalda el horror de lo vivido. Va con un psicoanalista en busca de ayuda.
Le recomienda que escriba y escribe un libro extraordinario: La escritura o
la vida (Tusquets), donde expía sus demonios y vuelve libre a la militancia
comunista para buscar derrocar la generalísimo Francisco Franco.
Hemingway, como Semprún, son un
vértice, un punto de encuentro, la vida de otra manera o mejor la sobrevivencia
al trauma de la guerra.
Comentarios
Publicar un comentario