SAN FRANCISCO DE TACUICHAMONA
SAN FRANCISCO DE TACUICHAMONA
Ernesto Hernández
Norzagaray
Algo está roto.
Hasta antes del 5 enero las
acciones de los miembros del Ejército y la Marina en el territorio sinaloense
eran preventivas, disuasivas y rutinarias.
No había detenciones importantes,
aun cuando, la delincuencia hacía de las suyas recorriendo de norte a sur el
estado, incluso, agraviando a las fuerzas de seguridad del estado, quizá,
todavía, envalentonada por el Culiacanazo del 17 de octubre de 2019.
Pero, la madrugada del 5 de enero,
marca un parteaguas en esa relación de aparente sometimiento de las fuerzas de
seguridad y, cómo se dice, “van con todo contra el Cártel de Sinaloa” y, no
sólo en el estado de los once ríos, sino, en otras regiones del norte del país,
especialmente en Sonora y Chihuahua donde ha recibido golpes que han impactado
en su estructura operativa.
Sin embargo, los asentados en Sinaloa
tienen rasgos distintivos en materia de operación militar cómo son los ataques
de precisión bajo la sombra de la madrugada, la movilización numerosa de
efectivos por tierra y aire, las ráfagas intensas contra el objetivo criminal.
En la sindicatura de Jesús María
ocurrió con un número de muertos que oficialmente alcanzó a 29 personas entre
militares, policías y delincuentes, aunque, extraoficialmente, en el pueblo se
habla de que fueron muchos más de los declarados incluso, todavía, no se
conocen los nombres de los fallecidos y, probables, detenidos.
En Tacuichamona el 9 de febrero se
siguió el mismo patrón de operación para detener a Guadalupe El Lupe Tapia, un
empresario de transporte terrestre, acusado de ser uno de los operadores
financieros de Ismael El Mayo Zambada y, fue detenido con otras cinco personas y
felizmente, de acuerdo con el parte oficial, solo hubo un herido, pero, sin pérdidas
de vidas humanas.
Me pregunto, cómo seguramente lo
hacen o harán otros observadores de estos sucesos trágicos: ¿qué necesidad de
hacer estos operativos tan espectaculares que ponen el riesgo la vida de los habitantes
de estos pueblos? ¿Por qué no hacerlo de otra forma aprovechando los servicios
de inteligencia que permitirían la localización de sus objetivos de detención?
Acaso ¿en la característica de
los operativos hay mensajes específicos de que se acabó la larga tregua y ahora
se va, con todo, tópese con lo que se tope? o, más allá, ¿al mismo tiempo que
manda el mensaje de que hay gobierno se busca estar en sintonía de respuesta
con la política estadounidense de cero tolerancia con los productores de fentanilo
que fue, recordemos, el principal reclamo que hizo Joe Biden en la reciente Cumbre
de Jefes de Estado de América del Norte que se celebró en la Ciudad de México?
Cualquiera que sea de estos
motivos, u otros, para explicar las razones que están detrás de los nuevos
operativos conviene explorar para perfilar escenarios de los efectos sociales
que podría tener para el estado de Sinaloa - dicho de paso, los operativos,
tiene cierta semejanza con los ocurridos a finales de los años setenta con la
llamada operación Condor que, recordemos, atemorizó a los pueblos y pobladores de
la sierra provocando una diáspora criminal hacia otras regiones del país pero,
especialmente, a la Perla tapatía, donde personajes como Miguel Ángel Félix
Gallardo, Ernesto Fonseca Carrillo, Rafael Caro Quintero, entre otros, crearían
el Cártel de Guadalajara, semilla del actual Cártel de Sinaloa.
Pero, lo que es evidente, con el
suceso de Tacuichamona, es que el operativo no se agotó el 5 de enero sino,
quizá, como sucede en las guerras convencionales, después de un golpe no viene
el repliegue sino los siguientes golpes para evitar que el enemigo se recupere
y responda como todo, parece suponer, que ocurrió durante el periodo presidencial
de Felipe Calderón, cuando en 2008 se detuvo a Jesús El Rey Zambada y con esa
detención, se derrumbó el control criminal, que se ejercía desde el Aeropuerto
de la Ciudad de México.
Quien, por cierto, en las
comparecencias del juicio contra Genaro García Luna que se celebra en la Corte
Este de Brooklyn, uno de los testigos de la Fiscalía, dijo que la detención la
habían hecho delincuentes vestidos de agentes de la AFI y, que ellos, estos lo habrían
entregado a las fuerzas de seguridad a cargo del hoy convicto en el Centro
Metropolitano de Detenciones de Brooklyn, bien, pues, la reacción hipotética, habría
sido el derrumbe fatal de las naves que ocupaban los secretarios de Gobernación
Juan Camilo Mouriño y Francisco Blake Mora.
Más allá de conjeturas, lo cierto,
es que hoy se vive en el centro del estado una tensa calma y, los desplantes, a
los que estamos acostumbrados los sinaloenses, afortunadamente, han venido a
menos, especialmente la violencia criminal, porque la otra, la económica y
simbólica, no ha recibido un solo rasguño, y probablemente esas estructuras se
mantendrán porque se trataría al final de cuentas tener claro quién manda en
Sinaloa.
Y eso, no será difícil, que se
acate en el mundo criminal, porque hay que recordar que la historia de Sinaloa
es interesante por las relaciones que se han tejido en la obscuridad a lo largo
de décadas y que, por cierto, Luis Astorga, el sociólogo sinaloense que tiene
un despacho en el Instituto de Investigaciones Sociales de la UNAM, y donde ha
realizado las investigaciones académicas más serias sobre el tema y en ellas,
da cuenta en sus libros, que son toda una referencia en los estudios sobre la
connivencia entre el poder político y el criminal; el narcotráfico y la
violencia.
Es decir, quizá Sinaloa está en
un momento de transición de un mando hasta ahora compartido, que hasta podría
servir de laboratorio para otros estados si se logra lo que se busca y pueda
servir para pacificar otros estados donde la violencia está fuera de control y
siendo organizaciones menores a la del Cártel de Sinaloa, los operativos podrían ser más eficaces, el
mensaje, está ahí, en las ráfagas de metralla que sacuden a estas poblaciones
rurales y que son una suerte de santuarios para familias de personajes del
crimen organizado.
En definitiva, lo sucedido en las
sindicaturas de Jesús María y, ahora, en la de Tacuichamona no lleva a la
interrogante central ¿es el principio del fin de la política de abrazos, no
balazos, del gobierno del presidente López Obrador? O, ¿es un ajuste para devolver al gobierno en
el estado su primacía en materia de seguridad pública?
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